24 noviembre, 2014

La comunicación

 Quería comunicar. Quería comunicar, algo. Se sentó en la mesa para decir las palabras seguras. Todavía no cesaban los gritos. Por los ventanales de la derecha caía suavemente el agua deslizándose desde cierta altura por el vidrio mugriento. Las gotas de lluvia se iban uniendo a medida que se juntaban con otras y los gotones crecían y el avance de los posteriores gruesos filamentos de agua era más veloz. Así pues, de gotas iban siendo correderos de agua que se estrellaban abajo en el marco, en la base del ventanal. En aquella atmósfera blanca comenzó a hablar pero nadie lo escuchó, y pidió que se hiciera el silencio, y se hizo. Pero de inmediato hablaron y taparon con sus voces lo que decía y entonces ya pareció que nadie escuchaba. Continuó diciendo lo que se suponía que era importante comunicar y fue evidente a la segunda oración proferida por su pequeña boca que nadie oía, solo algunos. Uno que al parecer atendía hizo un gesto nervioso con las manos, estaba sentado próximo al que en el frente quería hablar y se puso de pie, caminó unos metros con largos trancos y cerró la puerta del recinto. Eso no tenía una explicación obvia ya que desde afuera, desde el larguísimo pasillo no llegaba ruido molesto alguno. Y por otro lado la lluvia era como un motorcillo acompasado que ronroneaba como alguno que durmiera una siesta justificada y breve. Entonces era claro que el motivo de que no pudiese comunicar algo importante como se suponía que debía hacer, provenía de allí mismo, del recinto aquel. Volvió a pedir silencio mucho más enérgicamente, parándose como con un gesto de esos de mostrar enojo y luego otra vez desde la posición habitual avisando que debía hablar que todos debían escuchar que las preguntas y las dudas quedarían para el final. Todos miraron con esos ojos de asentir, tan enérgico había sido el pedido de atención que el imperceptible brillo de los ojos era de esos de asumir, de admitirse en falta. Entonces prosiguió con aquella explicación en la cual destacaba las palabras claves cambiando la entonación dándole un giro especial de voz y siempre volvía a repetir toda entera la frase por si alguno todavía medio en otra cosa pudiera perderse. Por eso repetía una vez y otra y si era algo demasiado novedoso una tercera. Pero se dispersó el ambiente una vez más. ¿Era una maldición? ¿Una saña acaso de no escuchar al que quería decir algo para los demás? ¿Un fuego para quemar con un frío leve al que pidiera, al que deseara acercarse? Se fue ensimismando. Desde allí desde donde estaba sentado se acurrucó sobre la mesa mientras no lo escuchaban, se recostó sobre sus brazos como si fuera a dormir. Levantó un poco los brazos desde la posición de estar con la cabeza hundida en la mesa. Las manos y los brazos se elevaban como si germinaran de tierra fértil y se imponían verticales. Eso comenzó a llamar la atención del auditorio o lo que cosa fuera de los que estaban enfrentados sentados en sus sillas y sus mesas. Les fue desparramando en la cara todo aquello de contorsionarse un poco con los brazos entrelazados y sobre todo con las manos y entreverando los dedos y dando a entender rápido que aquellos movimientos corporales y expresivos venían a verter lo que no se podía poner en la oralidad. Entre dos dedos se dio una relación de acercamiento que pronto fue una relación amorosa, una cópula. Otros dedos se decían secretitos, uno rascaba y el otro imploraba o exigía respeto. Los movimientos eran suaves y la mayoría de las veces dos dedos o las palmas de las manos o los costados de los brazos no llegaban a tocarse; como si se aproximaran hasta el máximo posible y por los poros resoplaran sus quejidos y sus animadversiones. Y por los pequeños pelos de la epidermis se transmitiera un eléctrico canturreo que hacía que esos pelos como micro-juncos sembrados salvajes a la vera de un sanjón agreste se balancearan con una brisa que se encendía y se apagaba de manera alternada. Aquellos que ahora sí esperaban la comunicación actuando de manera mancomunada en su intención de recibir datos quedaron atónitos, o mejor atontados. Quien debía dar la comunicación o quien la estaba dando ensimismado, abandonando la palabra y haciendo gala de la gestualidad, había desaparecido.   

02 noviembre, 2014

El cerro el cerrito ese y la danza

 El teatro era negro, alto y con cierta profundidad. Mientras esperábamos en la antesala alguien dijo que eso era una cagada. Dije que era asombroso y un teatro terrible, y repetí, asombroso. Pero es una manera irónica de hablar? Ay no estás... en la onda de lo que queremos decir. 
 Cuando después al final todo el elenco estaba sentado en sillas de color gris oscuro igual que las butacas recordé que los últimos días había estado planteándome algún modo de explicar eso que pasa cuando vemos, cuando estamos frente a una obra de arte de cierta magnitud. Algo acontece claro en el orden del pensamiento y del cuerpo.
 Tuve ganas de llorar; pero la mayor parte del tiempo reí a carcajadas, incluso, cuando algunas bailarinas me dijeron los piropos más lindos. 
 Los cordobeses primero se metieron con el lenguaje (acá), lo mascaban como un chicle, mejor dicho como cuando se tiene un chicle en la boca y no se lo aplasta, no se le deja a la goma dulce las marcas de los premolares. Chupada tras chupada, relamiendo una y otra vez las palabras y resoplando y repitiendo. Ahí mira papito ahí están las sierras y el dique de Santa Helena. Ahh... mira ahí mamita ahí están las sierras y el dique de Santa Helena. Miraaaa mirá mamita ves eso que está ahí es el dique de Santa Helena y todo todo lo que rodea al dique son las sierras. Mirá papito querido todo eso que está allí son las sierras y el dique de Santa Helena. Mamita mamita todo aquello que tenés frente tuyo son las sierras y más acá, apenitas más acá, abajito ahí es el dique de Santa Helena... Ahh sííí... ahh ahh síí papito síí cómo me gusta... las sierras y más acá el dique de Santa Helena. Tal vez no sea una casualidad que en el teatro los cordobeses se metieran a producir sobre el silencio, sobre el gesto, sobre esa jocosidad dulce que se pega y se hace amiga de esa lengua que cualquiera escucha y de la que se quiere hacer partícipe.
 A cada rato alguno se acercaba al micrófono y poblaba el escenario de noche y de revoloteo de rememoraciones que estaban ancladas en la añoranza del terruño, en las noches compartidas con los amigos, en los bailes y los tragos; los excesos de las pasiones, las fiestas y el baile.
 Siempre esa acumulación oscura en que nunca se sabe lo que puede una voluntad libre. Porque en definitiva cualquier cosa puede pasar cuando una voluntad libre se encuentra con otra y ambas deciden por ejemplo ir a desmadre. Sí mamita por más que los mire y los mire si quieren pegarse lo harán y si mamita no llega a tiempo piñas y piñas y más trompadas dejarán craters sobre la cabeza del pegador. Y si es de noche tanto peor, cuando una simple reverberación de luces opacas se sienta cerca ya es que se están matando. Se hace como un halo de polvo alrededor y el tiempo parece congelarse, los pibes parecen toros y una tierra sucia se volatiliza y sube para provocar más y más confusión y violencia. Por suerte a la vuelta pusieron un puesto de choripanes, de choripancitos y hacen ofertas a los que pasan, pasan y se las hacen a ellos mismos, las bajan y las suben, le ponen fernet o le ponen choripán, le sacan la coca y lo dan con fernando, con un fernandito. Venden todo muy rápido se venden todo porque se compran todo sin arrepentirse nunca. Después uno de ellos coloca un cajón en el centro del espacio las luces se quedan quietas. Le colocan otro cajón de manera que se forma una T pero dada vuelta. Y en el frente de la T dada vuelta se sienta el conductor, todos los demás se cargan atrás y quedan a la expectativa. No sé cómo lo hacen pero arrancan y el espacio de la sala se amplía porque si no no podrían avanzar, y doblan y trepan porque en Córdoba abundan los caminos sinuosos y las pendientes y las trepadas abruptas. Qué bárbaro lanzarse a la noche por un camino así, sin iluminación más que la del vehículo, se oyen abajo las piedras de formas aleatorias golpear contra el chasis, salir despedidas rodando rápido hacia un costado.Y salir despedidos, ellos, hacia otro pueblo del otro lado del cerro ese, pero que ninguno sabe si bordearlo, si subirlo y dejarse empujar del otro lado, si atravesarlo por el valle y dejarlo atrás, si cambiar de conductor, si bajarse y ponerse a bailar. 
   
         
  





11 octubre, 2014

La dolce

 Un discípulo pregunta algo al maestro. Se escucha un batir de hojas como una cascada diáfana, suave, una cierta desolación. Una luz que va asomándose, una luz muy blanca, cegadora, como se pensó muchas veces que ha de ser la verdad. El desvelo, la pregunta, la frialdad. El desvelo, la indiferencia, la soledad. El sonido de ese batir de pequeñas hojas arremolinadas no cesa de crecer, de preparar el parto de las preguntas y de las posibles respuestas. Se dice. 
 Cierta vez un discípulo que observaba la luz, el aire, las ramas entrechocarse, escuchaba el sonido de la sencilla fricción de las hojas, le preguntó a su maestro; quién se está moviendo las hojas y las ramas o el viento... Ninguno de los dos se mueve -determinó el maestro-, sino solo tu mente y tu corazón.
 En la primera escena se ve al protagonista sentado en el bar del hotel en el piso más alto. Altas horas de la noche. Superficies impecables. El personal está cerrando la noche. Vienen a buscar a Sunwoo, una urgencia, abajo hombres del ambiente que no comprenden que han finalizado las negociaciones. Sunwoo engulle una cucharada más de su bombón, se puede sentir su boca inundándose de saliva por el sabor exquisito del chocolate y la mousse. ¿El chocolate es amargo o solo la saliva lo es? La expresión de Sunwoo se refleja en los inmensos ventanales del piso. Es la expresión de alguien que tiene algo que lo colma de desdicha y de responsabilidad. Pero cuando se pone de pie suena una música que avanza como una caballería y es el sonido de tropeles, de hojas, de ramas que se arquean sin llegar a partirse.De viento que empuja y mueve dedos que cuentan uno, y lo muestra la cámara, dos, y se tiende a enfatizar todavía más el gesto, tres, y este movimiento y de viento de la mano, viene acompañado de algo más conclusivo. Hay un poco de todo en la pelea. El golpe, la forma de pegar, también sirve para ver por qué cosas está cruzada la pobre gente diezmada por el capitalismo mundial. El gesto pétreo de un oriental, el golpe rápido de un skater que levanta una botella de 500cc como Maradona haciendo jueguito con cualquier cosita y paf a la cabeza del enemigo. Sunwoo siempre sabe encargarse de los asuntos dirá después el jefe. Pero, una sola cosa, un solo error puede hacer que todo se desmorone de repente, irremediablemente. 
 Volviendo al piso superior, ese cielo y ese infierno de Sunwoo, ese lugar donde se librarán las batallas, donde se derramara la sangre por el granito negro como chocolate caliente sobre fruta tibia. Sunwoo empuja la cucharita hacia abajo y en su boca trémula desaparece un trozo de bombón. Ganas divinas de que pudiera terminarlo todo. Se pone de pie, camina con la seguridad de alguien que sabe desde siempre lo que tiene que hacer, chasquea los dedos para que una camarera levante una servilleta que se ha caído como una estrella torpe sobre un firmamento de granito negro. Gestos orientales típicos; la mujer sumisa que se agacha, el hombre que va al frente avanzando como un ejército de un solo hombre. Una panorámica que mide esa barra de tragos vacía, impecable, donde un borracho sobraría. Arriba de la barra una etiqueta de firmes letras arrogantes que lanzan destellos enrojecidos a un horizonte que se agiganta y se acelera LA DOLCE VITA.              
 











25 julio, 2014

Diez momentos de las piedras

El olor de la madera que se está quemando despacio.
Saludarse con un desconocido. 
Sentir cerca el perfume suave de unas chicas que pasaban, una, reía mientras algo.
Elegir el lugar para sacarse una foto que sorprenda a alguien, la barranca. 
Descubrir esas inmensas rocas donde alguna vez encontrarse con un amor que sabe de la existencia de un piojo de piedra .
Sentir el viento frío de la piedra helada y parar para descansar y tomar unos tragos de licor.
La cámara de silencio de un bosque de pinos y el chirrido suave de rodados sobre la arenilla gruesa de los caminos.
Los descensos los ascensos, los recodos apilados, sorpresivos, el sonido del agua discurriendo sobre hierba mansa.
Las ilusiones, las piedras inmóviles, esa quietud primitiva, esa resignación inconfutable.

29 junio, 2014

Descanso de las imágenes

 Antes decían que la ley decía que antes no se podía considerar que algo que la ley no decía que era, omisión o equívoco. Pero después todo cambia y la ley se adapta. Las cosas hacen que la ley se vaya desenvolviendo de otro modo o la ley hace que las cosas se vayan desvaneciendo más aceleradamente. Antes, las imágenes no se tenían por estatuto de realidad. Hoy, no cabe en nuestras mentes que las imágenes no transporten un sentido que algo tiene que decir sobre lo real. Antes en los juicios nadie quería las imágenes por mentirosas por sospechosas, por toda clase de acechanzas. Después las imágenes son lo que son, muestras de lo que pasa y nada más. Después todos se olvidan que nadie quería las imágenes por ser mera apariencia y ya entonces no hay distinción alguna entre las imágenes y la realidad. Todo es apariencia o todo es imagen. La imagen de la adolescente que es violada por su médico psiquiatra. La imagen de lo que hacen los chicos cuando escriben sobre las mesas con líquido corrector, luego rocían con desodorante y encienden como una antorcha que hace brillar los nombres. Qué es esto es un juicio? Es una entrevista? Es un interrogatorio? Ale, el chico, pero no la mera imagen de un adolescente, a él dice él que los gendarmes lo pararon que lo revisaron y lo palparon, le pegaron y le robaron su celu y después se fue el chico y con una réplica de la que tenía fotos en su teléfono, le robó a otro, y las imágenes del fuego estaban todas allí. Y de la chica que fue violada por el médico psiquiatra en realidad eran solo imágenes, fílmico casero puesto por la chica para implicar y cagar alguna vez al médico corrupto que abusaba de ella desde que tenía doce años. Pero eso eran solo imágenes.  
 Esto hay que contarlo todo otra vez.
 Ale tiene un celu que dice haberse ganado, eso quiere decir que lo chorició por ahí con demasiada pompa, demasiados recursos. Tal vez se pueda economizar un poco todo el sistema este del choreo, para qué tanto? Moto, una réplica y compañeros también allí anclados en motos truchas que son demasiado violentas y visibles y los vecinos pegan hasta matarte como una especie de ejecución a pedradas espontánea, el velo se descorre y ahí está tarado con un arma que no es nada aunque diga que pesa y eso le fascina y aunque muestre esas fotos, en el celular que se ganó trabajando donde hasta su hermano menor se lo pasa por el pecho como un falo. Después de todo podría simplemente robar usando un par de manos rápidas, un elixir bressoniano; par nécessité, par désir des risques, par paresse... la moto, sí, tal vez sea necesaria para poder escapar... Ale deja todo esto porque todo esto va mal, estas imágenes no paran de no dejarlo a él, pasarse el fierro por el pecho, deseo de que se lo pase el pocho nomás, que se siga desternillando con sus tatuajes y sus fierros escritos sobre la piel sentado hace tiempo sobre la sacramental silla del Papa para que mil quinientos millones vean esas imágenes, pero bueno, mejor no grabar más esas imágenes si otros no quieren ser grabados o filmados. Si es un intento de que se haga justicia puede que parezca justo o que juntando todo ese material vaya a parecerle a alguien que se hará justicia con ello pero no se sabe hasta qué punto después todas esas grabaciones que sin permiso se pusieron a los otros se van a volver en contra, una contrajusticia, y todo eso que encima en la red social se sube y no se sabe cómo pero allí aparece de una vez y sin que lo quiera quién, se empieza a reproducir con esa malicia desesperada y mezquina de esos millones de voyeurs que indagan como tábanos lo real de las imágenes para picarlo sobre la placa de cocinar y lo dejan como carne picada con los dedos estrellados contra el teclado y ya ni las huellas digitales perviven al final por eso mejor no hacerlo. Mejor no remover más imágenes sin necesidad ni autorización y dejar que un plato grande tan grande como Platón, que se murió hace como tres mil años, porque, vale la pena decirlo, no hay alguien que haya querido decir más cosas sobre las imágenes que él, si es posible podrá... es improbable que pueda alguna vez descansar en paz.   

     

23 junio, 2014

Coming

 Observadores, acariciadores y sedentarios. Atrapados frente a góndolas inmensas de criadores de vinos y espirituosas, se frotaban y pasaban sus manitas temblorosas, blanconas como recién salidas de la crisálida. Todo esto tiene una meta que es la de saciar. Hay una chica y hay un viejo que se cruzan en medio del pasillo radiante de luz artificial. El viejo manipula cajas y sobres de sopas y se le cruza a la chica y le pregunta balanceando en sus manos un paquete de maruchan, quiere saber qué es esto. 
 En la parte del pasillo donde no hay luz están acostados y se tapan. Están los que necesitan un paliativo por la falta de sexo. Los que por la falta de sexo ni se mueven ni piensan. Los que por la falta de algo más pierden sus años gastando una silla y mirando por una ventana como miran los viejos cuando están en el geriátrico y terminado el té con leche ya no queda más nada que hacer. Y los que por tener sexo a desgano al menos no tienen esos sueños sudorosos y fríos de los otros, ni se sienten apesadumbrados por una amargura innecesaria. Se necesita agua para cocinar una maruchan pero el condimento ya lo trae incorporado, cómo, adentro lo trae. Es rico. La chica sigue recorriendo el pasillo y el viejo se queda leyendo prospectos de sopas en cajas y sobres y sus manos cubiertas de vello blanco acarician los reflejos que los paquetes emiten. Los que al acostarse -también esos están- desnudos abajo sienten por vez primera el miembro erecto y entonces se sienten, también, por primera vez vivos, sí, y tienen sueños toda la noche entera que les informan que algo viene.             

13 junio, 2014

El resplandor

 Una noche que no se termina nunca, y un día que cuando llega no puede vencer el sin término de la noche. Esa noche pasaron un montón de cosas pero en realidad pasó tan poco. Esa noche estuvimos con ella, solo arrimados, en una casa de la que después nos tuvimos que ir en una escena armada por un padre que no sabía muy bien cómo echarnos de una casa, a la que no nos había invitado, sino simplemente encontrado. 
 Cuando la noche se pone pesada y el vino se entibia siempre está la policía que tiñe un poco más de azul la noche. En ese momento nos tenemos que ir, parece que en realidad no es buen momento para que nos vayamos pero es imperioso que nos vayamos, somos tres. El padre estratega. O nos vamos o no nos vamos, pero no tenemos opción. O caminamos para allá o caminamos para acá, pero no tenemos el hacia...  o mejor sí esperar, eso si tuviéramos opción, y no tenemos. O damos un rodeo o no se nos ocurre nunca hacer tal cosa, para el caso, nos explica el padre, que no va a pasar nada. Caminen. Nosotros vamos a ir caminando y no va a pasar nada porque el padre ya lo habló. Fue y desmalezó. 
 El objeto sobre el que estábamos era un sillón viejo y desvencijado y duro pero en ese paso junto a una escalera que conectaba a la planta baja a una gran cocina-comedor, estaba oscuro. Llegaba débil la luz de abajo y las voces de los otros que nos rodeaban, y después el deseo al oído, pero al otro día -cuando ya todo esto se rememora colectivamente- de que estuviésemos o de que hubiésemos estado, juntos. Remuerde. Otra estrategia, una microestrategia para que otros deseos se pudiesen sobrellevar o repercutir sobre otras relaciones nuevas, descubrimientos de algunas otras novedades. Y nosotros acurrucados en ese sillón, una especie de elástico de cama de plaza y media sin colchón siquiera, si bien algo blando estaba, pero las manos entrelazadas; firmes, y los cuerpos juntos; vacilantes, eso era lo que daba cierto muelle, la calidez, el aliento cercano. Algunos susurros y las bocas y las manos haciendo entre sí todo lo que lo demás no hacía.  
 Y afuera la luz azul dando vueltas por todas las paredes y por todas las cabezas de la vecindad. Caminen. Está más fresco, pero está todo bien, a nosotros los policías no nos van a decir nada porque el padre, estratega, ya habló con quien debía hablar y todo se aclaró. Es simplemente una noche que se alargó, una noche que debía haber ya concluido y como nunca se terminaba el padre hizo que encontrara un término; ciertamente ficticio pero no por ello menos situado en la realidad social. Ojalá ya la luz azul estuviese a nuestras espaldas y pudiésemos doblar la esquina y desaparecer. Pero todavía nos faltan unos cuantos pasos, damos trancos largos pero sin apuro, no nos atropeyamos. Atrás todavía el padre y una vecina se quedan en la puerta mirando distraidamente, el padre fuma. Las veredas son irregulares, tienen alturas diferentes como un plano amorfo y secuenciado. La luz azul baña nuestras miradas cuando pasamos junto a ella, junto al patrullero que la emite como una fuente de ser lumínica. Una panorámica mostraría que volvemos nuestras cabezas hacia la izquierda, inevitable, está ese pibe puesto contra la pared y alguien que puede ser la hermana mayor grita o antes el pibe se despega de la pared en pose de entrega y se desprende y sale a la disparada y ahí es que la hermana grita. 1)Él grita. 2)La policía grita primero y él contesta a los gritos y desafiando la vida y la muerte. 3) La hermana grita antes o después, o es u grito excesivamente largo. Está un poco más fresco, y está húmedo, tal vez hace un día llovió y no secó bien porque en el pedazo de pasto cortito de las veredas aledañas resbala el pibe ese y cae de bruces. Y el resplandor azul lo va atrayendo como una red que está por todos lados y de la que esa noche no se puede escapar. Nos vamos a la casa de uno de nosotros y nos quedamos todo lo poco que resta de la noche tomando cerveza y jugando a las cartas. Y apenas se hace de día sin lavarnos la cara salimos para la casa y pasamos por los mismos lugares. Es tan temprano que no hay comercios abiertos y por lo tanto ni una sola vieja con el changuito pretendiendo hacer las compras. En el cantero están las marcas de la patinada de ese pibe. Son largas las marcas como si alguien hubiese esquiado sobre el barro, como si se hubiese pasado los dedos por la superficie de una torta cubierta de crema y debajo está la cobertura de chocolate intacta. Sin pronunciar nada miramos todo con avidez como si buscáramos pruebas, manchas, restos, algo significativo. No hay nada más que esas marcas en el lugar donde el pibe cayó y unió la superficie de su cachete con la del pasto empapado. Cuando llegamos nos sentamos del lado de enfrente de la casa, en un gran escalón. Está fresca la mañana pero ya asoma el sol. Miramos la casa como si fuera alguna clase de templo sagrado del que saldrá algo espectacular. Sin impaciencia nos quedamos expectantes hasta que las chicas se levanten y salgan, para irnos, tal vez tranquilos.   

04 mayo, 2014

El amor. Y desasosiego

 Avenida Corrientes. Cierto bullicio. Es de noche. Vamos caminando con un amigo. Salimos del cine un día de semana. Estamos contentos porque ver una buena película nos pone así. Vamos caminando por Corrientes que tiene una energía especial. No sé debe ser por todo lo que nos contaron. Cruzamos Uruguay, cruzamos otra oscura y otra más vacía, porque es de semana y ya no hay mucha gente demorada. Casi al llegar a la siguiente avenida nos miramos, nosotros sí demoramos nuestras miradas. Solo el amor nos puede salvar.
 Toda la vida sufriendo por una mujer que ya no está o por una mujer que no estuvo nunca, pues así son las mujeres. Hay que ver también si esta ausencia extrema no hace que el significante ´mujer´ termine siendo un negro agujero del lenguaje que nos deja sin habla, sin escritura, sin cuerpo, sin sentimientos ni deseo. Pero no se puede estar tan mal mientras haya cierta identidad, como una lejana certeza de lo que uno es. Este sujeto que está aquí que mira que se mira con otros que es escuchado y sus palabras remiten circularmente; porque rodea desde la salida hasta la entrada y luego entra por donde antes había salido. Una película de David Linch, Island Empire, una escena sobre los desajustes del amor y el deseo, la angustia y la identidad jaqueada. Dice la protagonista, el sujeto perdido y quebrado. "No sé lo que estoy haciendo aquí, me encuentro jodidamente agobiada. Creo que comienzo a confundir las cosas. Apenas sé quién soy". Había ido penetrando las tinieblas la mujer. Venía de la calle y se internó en una edificación decadente subiendo por unas escaleras que crujían y sus pasos resonaban, imposible evitar que resonasen. La iluminación de los corredores amarillenta y horrible. Abrió una puerta, cualquier puerta que chirrió y adentro del departamento había un tipo con mirada muerta que la escucharía con una disposición natural y desprovista de todo interés. "Había un hombre que conocí una vez, su nombre era... Qué importa cuál era su nombre... Un montón de tipos cambian, cambian pero al final se revelan, con el tiempo revelan lo que son realmente, sabe lo que quiero decir?" También narra algo que es para una inmensa minoría del orden de lo cotidiano cuando dice: "Un hombre intentó violarme cuando tenía 15 años"(...) Después están los dos enfrentados en una pequeña y pobre mesa o paupérrima atmósfera familiar donde se respira un aire enfermo. Ella que viene a ser como la desdicha echa carne dice: "Aún nos queda algo de dinero". Habla con un tono afectado, apagado, muy nasal, como si estuviese resfriada o aguantando una gripe. "Oh así que somos ricos por eso bebo esta mierda de cerveza" Le responde sin llegar a gritarle, habla como se dice con la boca llena, qué es lo que le reprocha exactamente. "Estoy embarazada I 'm pregnant, I 'm pregnant! Muy graciosa". Le responde este tipo que es como uno de esos que se revelan. "Estoy embarazada". Repite ella. "Qué es esto?" Esa es una pregunta bisagra que descoloca, él descolocado hace una pregunta que descoloca. "No pareces muy feliz Buddy"(...) Y siguen los desencuentros.
 Para finalizar una escena que o no significa nada por su tono de ornamento o remite a los orígenes mismo del arte escénico. Una negra que danza medio extasiada y alrededor otras mujeres ya conocidas que van pasando a formar parte de un coro más secundario. Mientras tanto en medio de la -ορχήστρα- orchestra la negra protagonista continúa cantando acompañada de un grupo selecto y danzando con energía. De ahí que parezca olvidarse todo lo demás que nos mantuvo más de dos horas bajo un estado de concentración hipnótica y desesperanzada. Parece, en esta escena final, jugar un poco con los orígenes del teatro: danza, canto, carnaval y olvido en la vorágine de la indistinción entre lo real y lo ficcional.

03 mayo, 2014

Registro del otro

 Las chicas se pusieron a grabar una cinta una noche. Para ver si era cierto que tenía apneas de sueño. Y después cuando entraba sol por la ventana se pusieron a escuchar. No tenían miedo porque estaban juntas. Se oyó respirar. Se oyeron ronquidos, pronto cesaron. Como una especie de fatiga, un sonido como de viento, como una fricción. Pero las cintas que usaron las chicas eran digitales y silenciosas. Se oyó el ronquido de un motor grande como un camión recolector de residuos que pasara lejano y luego silencio. Sin luz, sin sombra, sin fin aparente. La cinta que las chicas habían grabado abarcaba una noche entera. Solo once minutos se atrevieron a escuchar y después la apagaron. La respiración se cortaba como si algo se pisara a sí mismo, se solapara, se recubriera entre las mantas con inquietud. De pronto se hacía respirable pero sin aviso se hacía irrespirable. Este juego parecía no tener fin. Y más allá de la noche que muy de vez en cuando traía esos sonidos lejanos de la calle o la avenida más próxima, sonidos como de motor o ladrido aislado, había algo más. Algo más que la simple respiración. Algo que agonizaba y sobre ese vacío más oscuro, las chicas querían pegar las orejas. Una de ellas dijo que eran ruidos como de hojas, como de un crujir, y la otra le preguntó si como el crujido de las hojas al ser pisadas en la vereda. Y la otra tal vez asintió. Pero a la otra más bien le pareció otra cosa.
 Lo cierto es que no se esperaban escuchar eso en aquella grabación realizada con el teléfono personal de una de ellas. Era como si al comenzar a escuchar la grabación se mirasen y no pudiesen creer, petrificadas, el alcance de aquello. Como una idea relativamente fácil de llevar a cabo, y después la sorpresa desagradable. Porque lo que estaba del otro lado estaba vivo al fin y al cabo pero en la profundidad de la noche, en el silencio, en lo que se ensimismaba y se escurría se había ido tornando irreconocible. ¿Inhumano?, preguntó una de ellas, la otra no le permitió terminar la frase le tapó la boca con la palma de la mano, luego le descubrió la boca, se besaron, se abrazaron, se contuvieron. Desearon que nunca nadie les preguntara por esa cinta, una quiso destruirla, la otra la convenció de que mejor era ocultarla, la otra no se dejo convencer pero no opuso demasiada resistencia. La otra entonces dijo que se encargaría, la otra estuvo de acuerdo con tal de que nunca más se hablara del tema. Se cubrieron juntas, con un poco de frío, porque empezaba ya a refrescar o porque ellas lo tenían en su estado de ánimo un tanto apesadumbrado, pero al menos se acompañaban y se guardaban la una en la otra.       

12 abril, 2014

Yerbalito y el rodeo

 Nunca pude ni quise volver a yerbalito, sabía que si alguna vez eso sucedía iba a ser como por pura casualidad; quizá un azar poco feliz. Bueno, cada uno tiene derecho en su imbecilidad a ir no ir a ciertos lugares y yo últimamente intenté no pasar por allí. Quería muchas veces pasar por allá por química oeste para comprar algunos artilugios que me permitiesen pasar bien los inviernos pero no. Lo resistía. Como dije antes cada cual con sus resistencias, aunque sean absurdas. Una vez casi estuve a punto de rodar hasta química oeste pero era imposible evitar yerbalito que estaba antes. Por otra parte ahí me di cuenta de que no era solo la plaza, la avenida, el chino, los morgan, lo de luisito el coiffeur, la casa de los catupecu, el sonido tan próximo del   sarmiento, y por supuesto esas moles deslucidas y agarrotadas que  eran y han de ser yerbalito. La idea de no querer pasar por allí se extendía a mucho más a química oeste y tal vez a Liniers y a las placitas del Santojani, donde a veces iba a hacer un pequeño entrenamiento. Y también, a las bellísima placita que no recuerdo el nombre pero que está limitada por las calles Founrouge, Av Larrazabal, Coccio y Caaguazú. 
 Una mañana nublada de marzo, húmeda, es la última vez que estoy en yerbalito. LLego antes que ellos, en el departamento doy vueltas, reviso, pero ya no hay nada más que revisar. Entro al baño y me echo un lionel digno por ser el último y justo cuando me estoy terminando de lavar las manos suena el timbre y bajo animado a abrir. Salgo del ascensor y los veo a través del blindex uno con campera gruesa y el otro con sobretodo; entonces hace frío pienso ahora... Entran al pallier, me saludan, Curtad no para de hablar o continúa una conversación que ya traía de fuera, ya estamos subiendo hasta el 14. Me confundo, es hasta el quince. El 14 era una parada necesaria, Lost Highiway, Blue Velvet y Muholland Drive. Nosotros vivíamos arriba de esa trilogía, justo arriba. Era heavy metal el 14. No eso exactamente, era del orden de lo siniestro o al menos así siempre me lo pareció. Curtad habló rápido de varios temas al mismo tiempo quedó claro que era el tipo de persona a la que le gusta hablar de sí misma a los extraños, y, como todo abogado se explayaba con facilidad. Pero es al mismo tiempo innegable que nos sedujo con sus insinuaciones de loco de enfermo psiquiátrico ambulatorio, un verdadero loco... de amor? Nunca lo sabremos pero entre él y Perre había una natural complicidad la elipsis era espontánea y con un sí o un no o una risa o un claro todo quedaba sobreentendido. Había allí un placard al que al entrar Curtad se avalanzó y lo admiró como si fuera, no sé, un lugar de fuerzas especiales. Dijo que él lo había hecho y deslizó la palma de su mano por su superficie lisa. Siempre había sentido una fuerza especial en ese lugar de la casa y me encantaba, usando la escalera que me había comprado en la ferretería abarrotada de la esquina, hurgar allí y acomodar algunas cosas. Había cierto misterio en aquel rincón que me atraía, estaba la fotografía puesta en marco rectangular gigante del viaje de egresados y de las vacaciones o la luna de miel de Curtad con su mujer blonde. A cada palabra de Curtad un intento de atar un cabo suelto. Pero era difícil. No era simple encontrar coherencia y consecuencia entre tanto misterio. Intercambiamos unas cuantas palabras, unas cuantas formalidades más, Curtad me dio una plata extra porque había cumplido con todo y Perre puso cara de satisfacción. Me sugirió Curtad que me llevara unos artículos de limpieza que habían quedado en el bajo-mesada y yo dije que no porque ese día me quería ir liviano, ya estaba, no había más nada que llevarse de ese lugar. En la calle nos dimos el último saludo mientras todavía resonaba ese misterioso acá las cosas se me salieron de quicio acá las cosas se me salieron del tiempo que expresó Curtad y teníamos inmensas ganas de pedirle que nos contara mejor pero ya estaba. Le espeté -con cariño- que yo allí había sido muy feliz para que sonara como un contraste perfecto y oportuno sin acechanzas, y Curtad lo aprobó. Luego me tomé el 96 que curiosamente vino muy rápido. Ya no había más nada para ver.
 Pero el rodeo siempre es el rodeo. Es algo que simplemente cae a mis pies sin frialdad ni estricta numerología, pero con cierta recurrencia y cierta obsesiva intención interpretativa. Algo que recurre algo que reinstala lo que aleja, lo que vuelve, lo que se quiere dejar atrás, a lo que se querría volver. Como me estoy por mudar visito unos cuantos anuncios on line de departamentos ofrecidos y a desgano un anuncio de uno luminoso a estrenar tiene unas cuantas fotos de su interior. Una foto me llama la atención y es como si me metiera dentro de ella. La foto toma la ventana que da a la calle es un primer piso y la lente se ha casi encandilado con la luz blanca que penetró en aquel instante el ambiente vacío. La luz viene del sur o sea que por su intensidad es de la mañana porque si no sería pura sombra. Le echamos un poco de zoom a lo que se ve, a ese afuera, la calle las formas de concreto que brillan grises, enfrente se dibuja borroso un enrejado y detrás grandes columnas también grises y brillantes. Del otro lado del enrejado es un playón donde hay dos autos curtidos por el sol y la lluvia, o sea que es la mañana de un día hábil. Después es inverosímil pero es lo que la foto anuncia. Ya comienza yerbalito, sus columnas rugosas sus formas que pierden la mirada entre una arquitectura deslucida. Es un cosmético esa pintura gris. Brilla por la luz. Hay acaso otro modo de brillar? 
  
     

06 abril, 2014

Arrepentimiento de las chicas

 Una chica que conocí una vez en cierta costa del Uruguay... estaba drogado y no veía. Estaba caliente. Después al amanecer no me gustó que la chica tenía granos en la cara y la despedí al rancho de color violeta donde ella se había hospedado. Otra vez estaba drogado en Gral. Belgrano y una chica me dijo, una chica buena y hermosa, una chica que sabía hablar me dijo, no voy a coger con vos porque mañana no te vas a acordar de mí. Otra vez en Uruguay una chica que era la más linda de la playa, una chica que si se rodeaba de tules y de aceites perfumados con sus ojos verdes de gato siamés parecía una reina egipcia, esa me dio un beso. Estaba tan drogado que fui y besé a una puta que andaba por ahí alegremente bailando, entonces vino el hermano de la chica más linda de la playa la de los ojos verdes de gato siamés, y me increpó. Me quiso pegar y menos mal que unos amigos lo calmaron, porque yo no podía justificar mis actos colmados de torpeza. Los amigos intervinieron para que no me pegara y yo pasara todavía más verguenza. Y otra vez estaba tan drogado que bajo la lluvia rodé con la hermana de un amigo y después, como a la otra semana, le dije a mi amigo que él me iba a querer matar y mi amigo me dijo que yo podía hacer lo que quisiera y lo que más me heló la sangre fue que él me hablaba como si no le importara y eso fue peor que todo lo demás que pudo haber pasado y no sucedió. Otra vez de vacaciones estaba tan drogado que la mujer con quien quería estar desde muy chico porque hacía mucho que la conocía me dijo después de que yo fallara al pretender ser su amante, que nadie podía obligarme a hacer algo que yo no quisiera y sentí mucha tristeza y pensé que ella era un gran amor que estaba dejando esfumar.  

31 marzo, 2014

La grúa

 Máquinas, máquinas por todas partes, en particular grúas. De varios tamaños pero todas respondían a un mismo diseño hipertecnológico. Todo era reluciente, nada rechinaba, las filas de grúas se alistaban para los trabajos en el gigantesco hangar donde estaban estacionadas. La pintura brillaba algunas eran blancas otras naranjas o marrón cremita. Estábamos atónitos viendo las partes de cada grúa, observando que tenían entre ellas leves diferencias, sobre todo si eran distintas, era por el tamaño; algunas un poco más voluminosas y altas que una camioneta utilitaria y otras parecían dinosaurios mecánicos e informatizados. La parte frontal apuntaba hacia adelante con la forma augusta de un caballo visto de frente o de costado, y algunos cables gruesos y mangueras flexibles que seguramente comunicaban al mando donde se ubicaba el operario, parecían configurar un gran sistema nervioso. De lejos esas mangueras, sobre todo mirando las grúas de costado, simulaban las riendas de un gran caballo mecánico que si hubiesen estado construidas con madera se habrían parecido bastante al soberbio caballo de Troya con que los griegos devastaron la famosa ciudad. En la base donde terminaba la cabeza de caballo se ubicaba la cabina desde donde el operario manejaba los comandos de la máquina luego continuaba una especie de prolongación como si se tratase de la parte posterior de un camión semi. Pero todo transmitía la idea de algo compacto, sólido y de un peso descomunal. Las ruedas se alineaban de a tríos, dos tríos de ruedas macisas en la parte delantera y otros dos pares de tríos en la parte trasera. Por lo demás para los trabajos de mucha fuerza cada grúa desplegaba hacia los costados unas patas mecánicas que se ajustaban al piso magistralmente, como si estuviesen dotadas de sopapas dignas de la succión de un octopus superdotado.
 Quien nos mostraba amablemente aquel estacionamiento de grúas era llamado Cacho por el resto del personal de la planta. Pero no llegábamos a darnos cuenta si Cacho tenía algún tipo de autoridad en el lugar. Nos explicaba las máquinas, nos señalaba sus partes para qué se usaba cada cosa.
 De pronto en la grúa más grande nos dimos cuenta de que el operario a cargo había pedido autorización para ponerla en marcha. Permiso concedido se ubicó en la cabina y encendió la inmensa máquina, que pese a su tamaño titánico en comparación con la figura del hombrecito dentro de la cabina, no hacía más que un zumbido. La cabina se separó del cuerpo principal del aparato, y comenzó a ascender a gran velocidad por unos rieles rígidos que la misma grúa tenía dispuestos e iba desplegando hacia arriba a medida que la cabina subía. Por tanto la cabina de mando quedó en suspenso como a cincuenta metros de altura. No se distinguían ya detalles de la persona que estaba allí arriba. Cacho no dijo nada como antes sí había hecho, cada vez que una grúa se había puesto en marcha nos había apuntado qué función cumplían las partes que se ponían en funcionamiento, para qué servían esas partes, sus nombres, lo imprescindible de cada pieza. Esta grúa en la parte frontal tenía un riel con un cable de acero y en el extremo inferior una maza en forma de herradura que calculamos, ya que Cacho mantenía mutismo, pesaría media tonelada. La herradura comenzó a bascular como un péndulo pero pegando aceleraciones repentinas, en verdad en aquel recinto que se parecía bastante a un estacionamiento techado no había lugar para que nada basculase. Con cierta opresión en el pecho corrimos la mirada hacia el costado en que estaba Cacho parado, pero Cacho no estaba. Lo buscamos con la mirada esforzando la visión entre tantos obstáculos que se desparramaban en el salón entre tantas plataformas, guías inmensas y aparatos clerk que iban y venían llevando pales repletos de bultos envueltos en papel film . La herradura impulsada y volando como un rayo dio contra una mesada de hierro que estaba justo a unos metros de nuestro punto de observación. La mesa quedó literalmente reducida a una bola de hierro retorcido y la herradura siguió fuera de control. Haciendo añicos todo lo que tocaba. Ninguno de esos choques erráticos hacía que su fuerza disminuyese un ápice. Cada segundo su efecto demoledor empeoraba o mejoraba. En la planta parecían haberse ido todos, no solo Cacho que simplemente se había esfumado. Era confuso, no se percibía exactamente si todos se habían ido pero lo cierto es que de repente habían cesado las tareas que se desarrollaban con normalidad un minuto antes. Por qué nadie avisaba que esa máquina estaba fuera de control? Por qué el operario permitía, si no se trataba de un psicópata, que esto sucediese? Para colmo, allí suspensa en la altura y con una polvareda que aumentaba y ascendía efectiva no se podía distinguir al responsable. ¿Tal vez el operario allí arriba intentaba en vano controlar el vaivén fulminante pero algo se lo impedía, un problema eléctrico, un problema mecánico, un problema del sofware que controlaba la máquina? Pero entonces por qué no pedía ayuda? Nos tiramos al piso con brusquedad porque vimos venir hacia nosotros la herradura, donde debía haber un gancho, a grandísima velocidad y creímos que nos arrancaría la cabeza. Antes se enganchó con el paragolpes de un montacargas que estaba cerca y arrastró el vehículo un buen trecho hasta que le arrancó el paragolpes entero que voló como una roca que se dispersa en el espacio sin sentido y hacia ningún lugar. Ahí estaba la gran grúa demoliéndolo todo sin piedad, con avance impasible y certero. Para dónde escapar hacia dónde ir? La vacilación y la intención de huír de repente parecían atraer como un imán o una vendetta a esa herradura que poco a poco iba desollando la edificación; y nada quedaba en pie. Nos acurrucamos bajo la armazón de unos andamios con ruedas creyendo con inocencia que la herradura demoledora allí no llegaría por estar aquellos en un costado recóndito. Pero llegaría... Nos dejamos invadir por pensamientos de despedida, antes de ser destrozados.       
      

09 marzo, 2014

Ni vos ni voto, dice la voz

 Una estaba sentada en su cuarto haciendo su guardia y otro cerca de ella esperando su guardia o lo que ella iba a decirle cuando lo mirase y le diera algo de aliento. Entonces uno le pregunta a una que estaba sentada cerca también de su silla con las manos apoyadas sobre su cabeza y sus pelos dóciles que iban de a poco encaneciendo. O era que sobre sus cabellos tenía un soplo de ceniza pero si ese hubiese sido el caso de dónde hubiese venido ese soplido, ¿acaso de la divinidad? El dios del pasillo. El dios del pasillo larguísimo, como los romanos que ponían dioses en todo su derredor de su vida cotidiana tumultuosa y ciudadana y guerrera. Uno entonces no esperó que lo mirase y le preguntó que si se iba a adherir o mejor dicho que si lo había hecho, porque era algo que ya había sucedido antes. Dijo que no lo había hecho que no lo había hecho porque no estaba segura porque lo había pensado pero ante la duda y el desconocimiento no estuvo segura de hacer tal cosa que no significaba después de todo tanto. No terminaba de entender ni de convencerse en medio de las habladurías o de lo que en el pasillo se decía y ante la falta de información decidió no hacerlo porque después de todo qué se pierde o qué se gana si ya todo está escrito al final del pasillo. Pero en conclusión, dijo, no entiendo qué, hacia dónde, cómo, cuándo, dónde. No. Bueno, le dijo, si te parece podría contarte como un cuento de las luchas de la pujas y tal vez eso te ayudaría después a decidir. ah ah me encantan ahh las obras maestras del relato breve le dijo a uno que estaba cerca de ella sentado también y al que luego le iba a decir que estaba sola en su cuarto y que lo esperaba para que la penetrase de partículas amorfas que tal vez luego adquirirían esa tonalidad cenicienta que era en definitiva la que cubría sus cabellos y hasta ahora, además, parecía que estaba perfumada de viento de montaña de roca y sal. Hay, o mejor dicho, comenzó, había una vez. Había un montón de esclavos que trabajaban un montón como buenos esclavos que eran, claro, pero bueno, lo que eran en realidad no era esclavos pero es para mostrar que estaban adiestrados para serlo si querían y bien por esa actividad el estado, el empleador, el monstruo -para decírselo uno a lo Nietsche-, el rey momo el que puede adoptar todas las formas les lanzaba un jornal a la cara. Cada vez que se podía digamos una vez al año pero los malditos esclavos, histrionisaba uno, querían que fuera un poco más seguido, se juntan o se juntaban o se juntaron o lo hacen y conversan y discuten con funcionarios para que aumenten los jornales de los esclavos. No lo hacen directo con los esclavos. No. Es que son muchos, son demasiados e impetuosos. Los ejércitos de esclavos tienen representantes que van y arman toda una gigantesca fantochada de que se enojan y amenazan que si los grandes administradores no largan unas monedas para los esclavos puedan comer mejor entonces la máquina se para, y se para. Eso hacen los representantes, pero por abajo ellos siempre hacen acuerdos que indignan a los esclavos que también empiezan a empujar de manera impredecible o predecible o manejable, maleable, moldeable. Los representantes toman la lente esa que usan los tasadores de joyas y evalúan a ver como está el sector. Los administradores a su vez evalúan a ver hasta qué punto las pantomimas de los representantes son lo que son o la apariencia de lo que no son ni será nunca. A veces los representantes se ven atrapados en horribles disyuntivas como cuando bailan a dos puntas temiendo ser destrozados como dionisio en un rito o bacanal. Con los esclavos se jode o no se jode. Los representantes, todos, algunos, la aman a Daenerys a la princesa la lamen la soban la engordan hasta que estalla ¿de furia? de algo, y llueve dorado eyacula, oro. Quieren o no quieren los representantes no quieren separarse del amor hacia la princesa pero si se quedan demasiado quietos pueden ser aplastados por los tiempos del destiempo, de ir. Sentados los dos en sus escritorios correspondientes, amplios como son los escritorios de una oficina pública. Se miraron los unos a los otros y una sonrió al que acababa de contarle para informarle o deformarle lo real que los esperaba a la vuelta de una asamblea en la que estaban ausentes.  

22 febrero, 2014

Vaca una y chanchos cinco

 Nunca supe exactamente por qué, a veces, tenemos la necesidad de leer en voz alta. El verso es un tipo de escritura que parece totalmente dirigido a ese fin. Es decir, sabemos, no es lo mismo leer una poesía de manera silenciosa que en voz alta; eso, por supuesto, justifica que exista algo denominado recitales de poesía que, más allá de la postura del caso, está muy bien que exista. Y eso hicimos, disponernos en el silencio que la noche nos traía a leer en alta voz. De modo que tomamos ese ameno texto en que William Burroughs y Allen Ginsberg se escriben cartas entre 1953 y 1960: Las cartas del Yagé se llama el texto. Y dice: "El brujo empezó a canturrear un caso especial -- Era como dormirse por el éter dentro de los ojos de una cabeza reducida --"(...) Clap! Enseguida estábamos en la esquina, en esa esquina tan particular. Es una esquina abandonada, en el sentido de que no es la puerta de una casa, hay un escalón que ocupa toda la ochava y una persiana; perfecta para descansar la espalda. Un local abandonado siempre ha sido así. Estábamos Ale, Nico, Ferchu y después llegó Gerald caminando cansinamente, cancheramente. Tenía su pelo castaño recogido en un rodete por encima de la nuca con las puntas algo desgarbadas, estaba en musculosa de un azul lavado y unos short de fútbol negros que le quedaban grandes, como los que usan los boxeadores. El calzado eran unas ojotas compactas de esas que dejan ver los cinco dedos y recubren casi la totalidad del empeine, también le quedaban bastante grandes las ojotas pero eso no le dificultaba caminar. Tenía la piel curtida por el sol, nada de maquillaje, con cara de haberse levantado recién y lavarse la cara sin siquiera secarse con la toalla, su piel fibrosa relucía algo, sus piernas flacas y musculosas se arqueaban levemente en forma de herradura. Comentamos que estaba flaca, que este verano se había chupado bastante, que se debía haber aspirado todo. Reímos imaginando esa aspiración. Entonces empezamos a conversar sobre lo que habíamos hecho en las vacaciones en el verano que dentro de poco se terminaría. La verdad parecía que la mayoría no tenía demasiado para contar, los días se habían ido escurriendo en el barrio a paso agigantado como agua que se derrama en el pavimento siempre incandescente de enero y solo queda el recuerdo de los picos insoportables de calor y las tardes sin hacer nada demasiado interesante. Pero Nico dijo que se había ido al campo, a Santa Fe. Con quién. De qué manera. Cómo de qué manera. La casa del tío estaba rodeada de campo ahí Nico y los amigos pusieron la carpa cerca de la casa, entre dos árboles altos y viejos que mecían sus ramas a veces ruidosamente. Dijimos que todos los días se lo cogían a Nico en la carpa a la hora de la siesta. Y Nico intentaba defenderse o atacar pero no podía evitar reírse también. Dijimos también que se internaban en el campo para fumar marihuana tranquilos; es para lo único que emprendieron semejante viaje al campo, y también eso nos dio mucha risa. Pero después cada vez que se hacía un breve silencio, cada vez que Alejandro se quedaba callado sin señalar estupideces que avergonzaran a alguno de los presentes, Nico hacía gestos que lo hacían parecer más grande. Como si ese verano hubiese pegado un estirón, pero mental. Uh!, sí, cómo extraño eso, estar allá, sabés qué lugares. Qué hacían. Bueno nos levantábamos y después nos íbamos, si el tío de mi amigo no estaba entonces nos íbamos caminando, nos bañábamos en el río, otras veces íbamos a pescar. A veces nos íbamos al pueblo a dar una vuelta. Nos comimos cada asado! Y lo que pescaban también se lo comían? Sí, claro -y señaló con los ojos de un hombre experimentado hacia la esquina diagonal a la nuestra donde había un container rebosante de basura y otros montículos de desperdicios dispersos alrededor- como ese tacho que está acostado, uno de esos lleno una vez. Qué pescaban? Unos pescados, son re conocidos. Pirañas asesinas del Paraná... No me acuerdo el nombre -seguía tratando de recordar Nico mientras los demás acotábamos algo-. No me acuerdo. Corvinas. No. Palometas. No. Bagres. No. Y cómo era todo? La casa, el campo del tío, era grande mucha tierra muchos árboles. Faa sí sabés lo que era ese campo! Tenía de todo, hasta una vaca. Nos la comimos. 
 Qua! Se la... Sí toda. Y lo viste, como la mataban y todo eso? Sí, el tío trajo la escopeta pum! dos tiros en la cabeza y una cuchillada en el corazón. Y se murió al toque? No -a cada uno nos miró y sonrió pero para adentro para él mismo-. No se moría nunca. Al final cuando se murió... Tengo videos ah acá tengo una foto. En el teléfono nos mostró una foto de la vaca despanzurrada ya despellejada y descabezada, carente de extremidades colgando hacia abajo. La foto se veía algo borrosa como si se hubiese movido o como si el día estuviera nublado y ceniciento. Se notaba la textura lisa de la carne violácea y venosa. Le pedimos que mandara un buen video. Se detuvo unos instantes entre los quince o veinte videos del menú y le dio play. Estaba la vaca acostada en el piso con la panza hacia arriba, ya estaba abierta al medio y todo su interior parecía una mezcla roja de pintura espesa y arena. No se podía distinguir si la cabeza había sido ya separada del cuerpo o si algo con aspecto de yunque aplastado y abierto al medio era la misma cabeza. En el video alguien preguntó si aún la vaca respiraba y todos estallaron en carcajadas. Pero qué tipo pelotudo mira lo que pregunta, ese fuiste vos no Nico? Nico explicaba que en ese momento le estaban cortando las patas y se veía que con ganchos e instrumentos cortantes varios brazos manipulaban la masa de carne ya fuera enganchando por los extremos o cortando por los medios. No lo escuchábamos demasiado a Nico pues seguíamos haciendo chistes o más carcajadas que chistes. Y se la comieron toda cómo hicieron? Sí toda, va... era para un casamiento por eso, más cinco chanchos. No sabés lo que era la carne esa, se deshacía, era increíble, como que la tocabas con el cuchillo y ya la tenías cortada. En el video que se desenvolvía en esa atmósfera borrosa solo se veían los brazos de los hombres, alrededor de seis brazos que forcejeaban con las aperturas del animal. Más apagadamente se sentían voces de mujeres pero ni siquiera partes de su cuerpo aparecían en pantalla. Un pedazo de árbol, y la vaca entera colgando abierta al medio. Como una estrella de tan solo cuatro aristas, como una rosa de los vientos señalando con tensión en cuatro direcciones distintas, el horizonte detrás. En otra foto los cinco chanchos en fila como una rosada sombra de la cual no se podía extraer detalle alguno. Estos son los chanchos. Solo eso. Es probable que a nadie le interesase ni un video de la comilona casamentera en que se comieron a la vaca y a los chanchos. O de las largas horas en que todo se cocinó en un claro de una gran finca cercana.     
 Alguien se recostó contra la persiana de chapa acanalada que resonó con esa musicalidad fastidiosa y sensible. Todos estábamos sentados en el escalón y por tanto con la espalda más o menos apoyada en la persiana oxidada. Solo Gerald había permanecido todo el tiempo de pie medio apoyada en un ángulo de la pared, con sus pupilas típicamente dilatadas hizo un gesto de ya fue y se despidió sin decir "nos vemos". Y, pasas de año? Sí paso paso, de banco paso. Gerald que se alejaba con un cuaderno en la mano y las risas tontas que crecían a su espalda. Quién ya a esa altura podía acordarse de los chanchos alistados para ser llevados a su asador-crucifixión? Quién podía tener expectativas de pedirle a Nico que buscara videos en los que se viera el crepitar de las brazas recién encendidas, del incandescente quebracho reduciendo la carne del mediodía a la noche ya bien entrada. Cómo se desparramarían los jugos aquellos, cómo chirriaría la grasa al correr sobre los hierros casi al rojo y luego el vino llenando copas y copas y a veces ya medio vacías dejándolas manchadas de esa borra de color mora y negro que las esponjas no podrían borrar. Esas cosas, y los bailes y los excesos en el comer, el beber y el acercarse, el insinuarse y el dirigirse y el mirarse. Todo se iba desenvolviendo en los videos que Nico tenía, pero a nadie le importaba, el olvido se lo había comido todo, como a la tarde de final del verano.    

05 febrero, 2014

Encuentros

 Chava es boliviana y Chavita es peruana. Son dos amigas que conocí una tarde de otoño. Tal vez esa misma tarde ya Chava que aún no era Chava sino solo Chambi, me aviso que el siete cumplía años, para que me preparase. Después hasta que llegó el siete me lo recordó sin descanso unas ciento veinte veces. Cuando me encontraba con la Chava y la Chavita algo en el aire cambiaba. Pasiones alegres, para decirlo a lo Spinoza. Los dientes atolondrados y muy blancos de la Chavita y ese cuerpo estilizado de una altura llamativa y hasta ciertamente solemne de la Chava, hacían que el aire se pusiese a vibrar como si miles de libélulas invisibles aletearan sin cansarse.
 El comedor es magnífico. Me senté y miré el plato rebosante de ravioles con mucho tuco y por encima del tuco abundante queso en hebras de tono blancuzco. Agradecí a la mano dadivosa del cocinero que había echado el queso con su diestra de manera indiferente y me lancé sobre los ravioles que sonaban apetitosos en mi boca. Mientras, me distraía mirando por los ventanales que daban a la calle. Es formidable la dimensión del comedor, la luz natural, como si el mentor hubiese dicho; esto es el comedor! acá han de comer! quiénes? los otros!, sí. Un raviol y una echada al costado inevitable, ver desfilar las cosas que pasan por ese afuera. Paqueros que sobrevuelan como chimangos fantasmales un pequeño territorio. La carne fibrosa de unos adolescentes con los cueros a la intemperie. Una pelea, un palo, una botella que despegará o se quedará en solo amenazas. Un niño semidesnudo que juega con una manguera abierta en la puerta de su casa. Una máquina retroexcavadora. La máquina puede estarse un buen rato tomando con sus manazas mecánicas la basura acumulada sobre la vereda y la calle, los límites se confunden. Carga panzadas de basura, cada vez que carga una tanda y la alza por el aire pueden verse algunos retazos de mierdas que se desprenden y caen antes de ser echadas en el camión volcador que está junto a la máquina. El operario allí bajo el sol maneja las palancas, como quince palanquines que en el extremo superior tienen forma de esferita, parecen suaves al contacto de la mano. El tipo casi las acaricia, las comisuras de su rostro ajado no manifiestan esfuerzo, pero el brazo electromecánico con sus mangueras es como si transpirara líquidos espesos, refrigerantes que se escurren por todos lados. Una y otra vez la boca mecánica se abre a más de 90º para retener un cúmulo de detalles irreconstruíbles. Un raviol en boca. De fondo el ruido de la calle y de la máquina es como cuando un helicóptero pasa lejos, ese zumbido ese batir peculiar. Por qué el sonido monótono de esa máquina me fascina, teje algo en derredor mío; será que todavía dura en mí la impresión aquella de ver las máquinas urbanizando cierto trozo de mi infancia; mi abuelo me llevaba sentado sobre sus hombros a ver esos trabajos. En medio de tales cavilaciones que son como un rodillo que cubre con cada pasada más y más mi cosa interior de un blanco pertinaz...Qué tal Chavito cómo anda! Bien y ustedes? Acá, yo bien, la Chavita no tanto... La Chavita mira para abajo como si escondiese su rostro, me parece que me están haciendo una broma, pero no, parece que la Chavita no está bien. Qué hacemos acá Chavo por qué no estamos en la esquina, en el bar? Lo siento Chava hoy estoy muy ocupado... Sí nosotras estamos más que nada de pasada.Con más razón Chavita compartí eso que te pone mal. La Chavita niega con la cabeza y permanece observando por las ventanas como lo hacía yo instantes antes de que ellas llegaran. Chava no querés contar vos? La Chava sin mirarme hace un gesto evasivo y se queda jugueteando con la pantalla de su teléfono, me lo pasa para que vea unas fotos dice que son de su sobrina. Ay, qué linda Chava no sabía que tenías más hermanos... Sí una hermana mayor que yo, y como trabaja yo muchas veces la cuido, es hermosa no? Asiento con la cabeza y frunciendo un tanto las cejas y la frente le señalo a la Chavita que permanece callada. Que le cuente Chavo que le cuente! Que le cuente la Chava no tengo ganas de hablar. Uf Chavo... Daale! Es que debería contarlo ella... Bueno pero si Mayra te lo pide... La Chavita sale de su ensimismamiento, de su enojo volátil y también de una especie de letargo, gira la cabeza hacia la Chava y dice, dale Mayra contale. La Chava no me mira ni a mí ni a la Chavita sus dedos largos y sus uñas del mismo color que el nombre de su amiga continúan en un paseo que ordena infatigablemente álbunes de fotos y carpetas y más fotos. Pasa... pasa que la Chavita está preocupada por su mamá, su mamá tiene problemas, la Chavita viajó para verla y ahora la extraña. No sabía Chavita que ya no vivían juntas qué pasó; por qué tuvo que viajar tan de repente hasta cuándo vas a estar sola? Es que la Chavita no sabe cuándo va a volver y por eso tiene que estar viajando seguido para poder visitarla. Ah pero entonces ya la fuiste a ver varias veces, y es muy lejos? Un poco, es en Santa Fe donde está su mámá. Es por trabajo Chavita que tuvo que viajar? Ahora la mámá de la Chavita no va a volver por un tiempo y se va a quedar allá. Allá, dónde es allá? La cárcel Chavito su mamá está presa. Sí pero mi mamá es una buena persona mi mámá no hizo nada... hizo algo pero no sabía, no es responsable! Está bien Chavita no te pongas mal. La abogada dijo que va a salir pero que por ahora no. Y cómo sigue esto entonces sale o no sale? Va a salir pero que por ahora no. La encontraron con sustancias o cosas de ese estilo? Noo Chavito qué te piensas tú mi mamá no es delincuente, nada que ver, es por unas tarjetas por eso la agarraron porque hizo compras, de teléfonos, muchos, con unas tarjetas pero no sabía que las tarjetas no se podían usar... Claro Chavito que le quede claro que las tarjetas no sabía su mamá que no las podía usar. Y quién te acompaña entonces, quién te ayuda quién te pasa plata para lo que necesitan vos y tu hermana chiquita? Ellos. Ellos? Sí los amigos de mi mamá, vaa... no son amigos amigos y además son responsables por culpa de ellos mi mamá terminó presa así que tienen que hacer algo. Se tienen que hacer cargo Chavito eso es lo que le quiere decir. Chavita de dónde salió esa gente... qué bueno sería que tu papá venga para quedarse un tiempo con ustedes hasta que todo se resuelva. Bueno pero está mi tía y ella nos sabe cuidar. Eso es tranquilizador aunque me sorprende que de repente aparezca una tía de la que antes jamás hablaste, de todas formas más me preocupan esos tipos que saben que estás sola, no sé, sos joven viste las cosas que pasan con las chicas... No pasa nada. Sí Chavito para qué la asusta a la pobrecita así son las cosas por más sorpresivas que usted las encuentre. Un silencio. Los tres nos miramos y explotamos de risa, hasta la Chava deja el teléfono para reír y vernos reír. Uh Violeta nos tenemos que ir, la Chava se pone de pie como si algo interno le mandara alistarse. La Chavita también reacciona un poco más relajada. Bueno Chavito la seguimos otro día. Seguro, ah todavía no averiguaste cómo voy a conseguir esos ajíes. Aeah? que qué... La receta. Aha el atún frito sí. No te hagas problema si te acordás cuando la veas.        

30 enero, 2014

Mi cuñado

Esto sucedió un día de verano a la tarde, a la hora de la siesta cuando todo es silencio y no se mueve ni una hoja, lejos de Oriente:

 Limpiaba la casa. En cada cuarto un ventilador encendido para que corriese aire a raudales y las habitaciones se enfriasen un poco. Nos habíamos ido acostumbrando a la sofocación de los últimos días. De paso la ventilación de los ambientes hacía que los pisos se secasen más rápido después de barrerlos para sacar las pelusas más grandes y los restos que casi se podían juntar con la mano, apliqué líquido desinfectante a todo el mosaico y lo fregué un buen rato. Cuando estuvo seco volví a barrer para retirar polvillo y algún resto que pudiese haber quedado disimulado en la pata de alguna silla o junto a mesas o sillones. Cuando eso estuvo terminado me dispuse a quitar la grasa y la suciedad de los vidrios de los ventanales que dan al norte. Elegí un buen trapo de deshecho pero que estuviera limpio y no dejara pelusas adheridas y rocié con líquido recomendado para limpiar vidrio toda la superficie. Cuando me disponía a frotar una de las grandes ventanas me llevé una sorpresa al ver sobre la medianera, a unos pocos metros de distancia de la ventana y a unos seis metros de altura, parado allí, como piedra trémula, estaba el señor Yoshitsugu, el vecino. 
 Estaba vestido con unas zapatillas deportivas, unos pantalones de jean hechos bermudas y una remera donde se podía leer claramente la palabra Okinawa, si bien el dibujo por estar la prenda bastante usada ya no tenía colores vivos y tan solo dejaba que se adivinaran las palmeras, la playa, y el mar azul. Bajo el sol el señor Yoshitsugu parecía preocupado o más bien angustiado como si de un momento a otro se fuera a arrancar sus cabellos blanco nube lacios y sedosos. Lo saludé acercándome lo más que pude a la ventana y él levantó levemente su mano, mientras de pie ahí en el techo de su casa miraba hacia abajo a los patios donde habitan los Dejuaco que son los vecinos malos. Con el pie más hábil daba pequeños golpeteos sobre la pared medianera y decía con insistencia y clavándome la vista para darle mayor gravedad a su pesar, "la pared, me rompieron toda la pared. Quiénes" -pregunté mostrando máximo interés-. Yoshitsugu no pronunció nombres, simplemente arqueó sus cejas de tal forma que supe que se refería a los Dejuaco. Explicó que habían realizado algún tipo de trabajo pero no sabía exactamente por qué habían necesitado agujerear y golpear la pared medianera, en consecuencia detrás del machimbre de su propia pared el reboque fino se había estropeado por completo. "bakataré, bakataré" -se descargaba murmurando convencido y dolido-. "Uno no quiere tener problemas con nadie pero mi pared quedó estropeada". Para consolarlo le dije que estaba sorprendido pero que no podía darle demasiados detalles ya que en los últimos días no había visto ni gente trabajando ni escuchado ruidos de máquinas. Ambos inclinamos la cabeza hacia abajo y observamos el patio de los Dejuaco, todo estaba quieto y sin voces. Sobre la pared que compartían con el señor Yoshitsugu solo se veían unos ganchos amurados con tacos que iban de un extremo al otro del patio y que les servían a las o los bakataré -como había dicho Yoshitsugu- para colgar ropa. Y luego la parrilla que era formidablemente grande pero que casi nunca utilizaban porque no habían hecho el tiraje en regla. Yoshitsugu se quedó viéndola largo rato, le explique que casi nunca la usaban, él intentaba tramar una hipótesis que explicara por qué habían necesitado dar golpes tan enérgicos a la pared. Yo me esforzaba también viendo cómo la frente calva de Yoshitsugu se fruncía por el esfuerzo inquisidor. Antes de darme las gracias y despedirse Yoshitsugu quiso que le confirmara si allí abajo aún vivían las personas que él recordaba como niños, pero que en la actualidad ya no lo eran. Me habló de la señora mayor que yo no había conocido pero no ignoraba su existencia, abuela de los Dejuaco y antigua propietaria de la finca. "Si son ellos... si son los mismos... los conozco, Germán se llamaba el chico... Son los mismos" -lo interrumpí-. 

 Algunas semanas después mi mujer me pidió que llevara algunas prendas a la tintorería. Mi pullover preferido, un ambo y tres o cuatro tapados de ella. Era sábado a la mañana. Durante un buen rato estuve buscando una bolsa o un bolsón lo suficientemente grande como para cargar todas las prendas. Encontré por fin una bolsa tamaño gigante en una cajonera donde mi mujer suele meter bolsas de regalos y envoltorios de obsequios. Cargué todo y salí. El lugar estaba con la persiana baja y parecía semiabandonado. Todas las tintorerías son mas o menos igual de kafkianas. La estética sobria es lo que en ellas domina. Poca luz natural y artificial menos que lo justo. Un gran mostrador de madera macisa, pocos adornos o ninguno rara vez un crucifijo o imagen de santos o patronos del trabajo. Pero el olor del solvente es seguramente más seductor que el vinagre de los locales de sushi. Asomé mi cabeza hasta donde pude, vi macetas con plantas que jamás en mi vida había visto, tal vez el señor Yoshitsugu las había traído en unos de sus últimos viajes a Japón. El lugar estaba desierto, en un costado de la neblinosa puerta-vidriera con una tinta que se había desteñido, tal vez con una lluvia torrencial, había un cartelito que decía "tocar timbre al lado". Señalaba con una flecha y los tres números exactos de la dirección que no llegaban a distinguirse del todo, solo un 8. De todos modos fue fácil encontrar la vieja puerta de dos hojas, una fija y la otra móvil, altísima y angosta como suelen tener las casas con balcón francés. Toqué timbre y retrocedí hasta la persiana de la tintorería. En efecto, apareció una mujer nipona de unos cincuenta y tantos o cuarenta y tantos? sesenta y tantos? Entre 40 y 60 no cabía posibilidad de equivocarse. Me miró con cierto recelo antes de abrir el candado pero de inmediato me sonrió y me hizo pasar. Apoyé la bolsa sobre el mostrador y le pregunté si el señor era su marido. Creí que ella primero dudaría y mirándome a los ojos me preguntaría "qué señor"? Pero no, su contestación mientras acomodaba algunas cosas dispersas sobre el mostrador fue "es mi cuñado". Por frases y comentarios posteriores me dio toda la impresión de que allí el señor Yoshitsugu era como el distribuidor de sentido a la manera de la carta robada en el cuento de Poe según la famosa interpretación de Lacan. Yoshitsugu ausente-presente. No entiende que esta casa es ya muy vieja. Mi cuñado tiene diez hermanos. Mi cuñado es el que organiza eventos en el Centro Okinawense de Argentina. Esas son cosas de mi cuñado. Le dije que el señor estaba preocupado por la pared que según él los vecinos... A lo que ella movía la cabeza negando mientras preparaba una boleta de retiro escribiendo sobre un talonario y repitiendo siempre como si meciera las palabras antes de dejarlas salir "es mi cuñado, es mi cuñado".       

22 enero, 2014

Escabeche

 Chavita está sentada frente a mí jugueteando con su pelonegro, y sus ojos también negros redondos y profundos. Me cuenta que su papá está en Perú y que muy seguido no la llama. Intento distraerla, no exactamente distraerla sino que pienso lo maravilloso que debe ser... en fin, trato de que no lo tome como algo personal. Y Mayra, es peruana también, sabía Chavito? La chava está parada junto a su silla y la mesa cuadrada. Su figura estilizada va muy bien con una mesa para ella sola, Chavita y yo compartimos otra mesa inmediatamente arrimada. Junta los labios finos los comprime deja que esos labios rosados jueguen en su cara. Hace como que afirma que lo que dice Violeta es tal cual. Los tres empezamos a reír al unísono, no estoy seguro de que ellas rían por lo mismo que yo río, en verdad supongo que ellas se ríen de mí credulidad y yo me río del movimiento que ellas le imprimen al aire, a la vereda, a la sombra de los plátanos. Las Chavas son una especie de droga. Cuando no hablo con ellas estoy triste -esa es una frase que podría aparecer en una bitácora que nunca he escrito-. Entonces se miran y ríen. Ah ya entiendo! la Chava no es peruana bueno a mí queeé. Ellas por un momento se toman en serio lo que digo porque cortan en seco la risa como si dijeran ah cierto que esos chistes no le causan... En la Chava vi pero no sé si eso es ver fue como un brillo de los ojos, una fulguración, demasiado pasajera para ser un gesto, no comunicaba nada eso. Pero la Chava lanzó de alguna manera tan imperceptible como una interrogación, eso, claro, fue cuando todavía ella estaba parada, antes de tomar asiento. Me pregunto si se habrá tranquilizado o le habrá dado un empujón de confianza el hecho de que a mí me diera lo mismo que ella no fuera peruana.
 El mesero se retira un poco impaciente porque ya ordenamos lo que queremos tomar menos la Chava que adelantó que tomaría un jugo pero después no se decidió. Me gusta estar sentado acá es que cuando un bar está así en una esquina tranquila por donde solo pasan autos y bicicletas y una de las calles es adoquinada aunque la otra no, sí, es una buena combinación que equilibra las cosas. La Chava mira un rato más la carta y luego se decide por un licuado multifrutal pero con agua. Chavita pidió una coca y yo una cerveza. La charla discurre por cuestiones fundamentales, acabo de preguntarle a la Chavita qué extraña de su país y me dice que la comida, eso extraña bastante. Aunque acá no pierde oportunidad de comer la comida de sus pagos. Chavita por favor me podría enseñar a cocinar algo peruano? La Chava dice que algunas veces la Chavita la invita a su casa a comer y todo es muy delicioso. Te acordás esa vez que preparaste ese pollo con esa salsa guau! estaba riquísimo. Ah sí, pero no sé Chavito qué le podría decir que se prepare... El verano pasado comí ceviche y me gustó bastante, pero lo preparó bien de qué lo hizo? de gatuzo, de ga qué! -la Chava lanza una risotada tras sacarse la pajita de la boca para volverselá a poner de inmediato-. Gatuzo nunca probé, usted tiene que probar lo que es el ceviche de pollo, de pollo? sí de pollo. Ni mamado como pollo crudo. No es crudo está cocinado en el jugo ay! siempre hay que estar repitiendo los mismo. Bueno está bien pero no sé me da cosa, no, si voy a su casa por favor hágame de otra cosa. Chavito no voy a discutir con usted, directamente le voy a traer el preparado de ceviche de pollo, cuánto me apuesta? que se va a chupar los dedos... Está bien pero ceviche ya conozco enséñeme algo fácil para empezar. Mmm atún frito eso podría ser. Tiene que hacerlo así, primero agarra tomate y lo pica y también pica una cebolla. Y necesita muy importante morrón en polvo ay no me acuerdo cómo se llama -se esfuerza por recordar- ay lo tengo pero no me sale cómo se llama Mayra el morrón en polvo? Pimentón decís? Eso! sí pimentón y una lata de atún. Agarra el tomate picado y lo pone a freír junto a la cebolla, agrega el pimentón. Después muy importante el escabeche. No sé qué es eso Chavita... Sí es como un tipo de ají pero no sé como le dicen acá yo le digo así "escabeche", Mayra vos sabés cómo le dicen acá? Ni idea. Ay cómo es que se le llama... Bueno después le digo mi mamá debe saber cómo se llama. Está bien Chavita no se preocupe cómo seguimos? Va el escabeche y se agrega el atún y se cocina un poco más y listo. Ah! por cada lata de atún, acuérdese, una cebolla y un tomate. Yo siempre me preparo atún frito cuando estoy sola. El mozo nos interrumpió para preguntarnos si queríamos pedir algo más le dijimos que mejor pagábamos porque nos teníamos que ir. Todavía no anochecía pero tampoco era temprano. Mientras el mozo nos daba el vuelto y retiraba algunas cosas de las mesas Chavita se puso a recordar sobre otro día que yo le había estado preguntando sobre comidas peruanas y habíamos hablado del ceviche y de las cosas que uno extraña mucho cuando está lejos de su país de origen. Chavita contó que después fue a su casa y a la noche conversó con su mamá de todo esto y su madre la escuchó con gravedad y finalmente le dijo -eso a Chavita le causaba una especial gracia- le dijo, vos -o sea justamente vos- les vas a enseñar a preparar ceviche?! En pocas palabras: voos, voos le vas a enseñar?!
     

07 enero, 2014

La noche que se alarga

 En la esquina de Antonio Machado y Malvinas Argentinas estaba demasiado oscuro. Lo bueno es que había un cantero muy piola para estarse sentado y hasta tenía un enrejado que funcionaba muy bien como respaldo para descansar. A un lado, cruzando la calle, estaba el barco celestón del Hospital Naval; apagado y silencioso... pero vivo en su interior. Los semáforos, dispuestos en dos de las esquinas y un bulevar lindante con el parque eran la única iluminación cercana. Medían con sus cambios lumínicos la noche de fiesta. Más allá del semáforo que estaba en el bulevar había unos bancos de cemento y un tipo sentado que se mantenía inclinado mirando la pantalla de su teléfono como si esa fuera su única luz. Estas noches se ahuecan en su interior oscuro y aparentan ser eternas, como noches que nunca van a acabar. Son noches que se estiran intentando aplazar el alba pero al final se hace de día. Cuanto más se ahueca la noche más deseos de felicidad se le piden y la noche más traicionera se vuelve. En la película Felicidades, a un tipo se le ahueca la noche y la recorre, la alarga como un río que extiende sus aguas mansamente, recorre la noche que se cierne traicionera queriendo comprar un regalo a último momento; un regalo especial. Se respira la noche con esa profundidad llena de vida, llena de soledad. Cerca de los juegos había varias personas que salieron de sus casas, había niños, niñas, gente mayor, algunos encendían bengalas y otros preparaban un cohete que se dispararía en instantes de una botella de sidra que había sido recogida junto al cordón. Pero más acá el tipo que estaba solo y miraba su teléfono seguía en la misma. Esperaba una llamada de lejos? Se detuvo un coche frente al semáforo y esperó que corte pero no cortaba nunca debería haber arrancado igual, pasárselo en rojo, pero no, esperaba que corte y cuanto más desierto está todo -se sabe- más tarda el semáforo en cortar pero así es como deben ser las cosas y no hay nada que discutir. Al lado de las personas que estaban cerca de los juegos festejando con cohetes y fuegos de colores había otras personas que también preparaban botellas para lanzar al firmamento sus fuegos multicolores deslumbrantes. Más lejos, metidas y en cuclillas en la pista de skate que parecía una cueva a cielo abierto, una mujer y una niña se miraban, ¿estaban abrazadas o acurrucadas? Entornaron sus cabezas hacia arriba para admirar los fuegos multicolores. Casi en el medio de la calle otra botella de sidra ahí de pie, y de ella salía una bocanada de humo gris espeso que se afirmaba en el aire por el foco de alumbrado que le caía justo encima. Un perfume a pólvora que se expandía. No había dudas de que el calendario anual avanzaría uno más en unos instantes, ya. Pasaba justo por un lavadero de autos cuando eso sucedió. Había unos pibes allí, empleados que habrían dejado haciendo una especie de guardia y uno sentado en un cajón de manzanas que hacía un vaivén pendular con chirridos muy suaves esperaba a otro que se acercaba con un espumante. El que se acercaba muy decidido al otro con la botella sostenida del cuello inclinó muy levemente la cabeza y con naturalidad me gritó que tuviera, capo, un feliz año. Todo se detuvo en la cabeza de millones, estalló en las mismas cabezas de millones y se preparó para recomenzar.

03 enero, 2014

Quien habla

 Quién es el autor de lo que ello dice? Tantunita me dice, es que lo dijiste mal, ah entonces!, -contesto-, eso justifica la pelotudez que Tío acaba de decir... Lo que yo dije -agrego- era intentar explicar la cantidad de jornadas sobre la nueva escuela secundaria que habrá el año próximo y Tío salta con cualquiera. Tantunita se lo piensa y hace como un chasquido con los ojos, muy convencida me espeta este; no, claro que no lo justifico para nada a Tío, es una pelotudez lo que dijo... -un silencio, evalúa, y agrega- es que lo decís mal. Se entiende, lo explicás mal, te expresás mal, no llegás al punto al que querés llegar, a buen puerto a algún puerto a ningún puerto, a puertas que finalmente no se abren. Alarmas que no suenan cuando deberían sonar, reproducciones que avanzan tan pero tan lentamente que cortan las palabras hasta que es imposible oír lo que se está diciendo y lo que se desenvuelve en las imágenes. Eso es lo que me dice la voz en la conciencia cuando ya me estoy levantando, cuando casi me estoy despertando. Multiplicación de autores: Dios, ello, Tantunita, ello, quién es el autor, qué es un autor, quién habla, quién me habla, quién me despierta y para qué?
 Entre las sábanas calientes con la corriente tibia y pesada entrando por la ventana y los motores en la calle rugiendo sufrientes como últimos estertores de resignación ante la inmensidad del calor que los abraza. Todavía siento las voces en mi cabeza, me ofuscan, no sé de dónde vienen hacia dónde van hacia dónde me llevan... Después, leo, en una conferencia célebre que el autor, también célebre, toma prestada una línea de Beckett donde se dice que "No importa quién habla, dijo alguien, no importa quién habla".