03 febrero, 2018

Simple y necesario

 Dice Hamm en un pasaje de Fin de partida de Samuel Becket: "Cállense, cállense, me impiden dormir. Hablen más bajo. Si durmiera quizás haría el amor. Caminaría por los bosques. Vería... el cielo, la tierra. Correría. Me perseguirían. Huiría". 
 Vivo en un mundo despojado donde ya lo perdí todo. Sobre todo los libros de Samuel Becket, no puedo releer nada y tengo que conformarme y memorizar hasta el último detalle ese pedacito de lo que dice Hamm.
 Es o no es luna llena dice, le contestan, después. Es que la luna y encima si es llena es una justa muy justa justificación de que el cielo es algo que, por lo menos, de mínima, debería ser mirado, eso. Y, sin embargo inmensas son las ganas que tengo de introducirme en mi barril, ¿por qué? Algo me tira, me estira ese deseo de no estar. Pasan unas chicas en bicicleta por la avenida, una en bici de carrera tiene calzas y sobre ellas una pollerita muy corta que flamea un poco porque como se hace ya la noche se levanta una brisa que se siente, lleva atrás en la vela una luz roja que parpadea. Un automovilista le toca bocina, pero para que se corra, más cerca del cordón. Con el calor la ciudad se llena de cosas lindas. 
 Bajo del colectivo y comienzo a caminar hacia el lado de la estación Lacroze. Junto a un paredón medio derruído hay una chola boliviana sentada rodeada de verduras que están bien dispuestas sobre un manto terroso. Ajos embolsados y contados, trozos de jengibre en cada bolsa, un muñon gordo, diferentes tipos de pimientos; unos pequeños alargados y flacos que han de ser los superpicantes y otros que también se reparten entre verdes, rojos y amarillos con curvas más pronunciadas. En un costado más alejado montones de maderas aromáticas de las que hoy día la gente tanto gusta encender en sus casas. Más tarde, unas horas después, pasaré por este lugar y la mujer ya no estará, el espacio se volverá entonces más homogéneo y desierto. Me alcanza el trozo más grande de jengibre y me recomienda que lo utilice para curar resfriados, refiere que siempre debe estar allí sana o enferma. Tengo que estar acá aunque enferme dice, y con esto se me pasa todo.  
 Un poco más adelante los médicos de Same atienden a un hombre que sangra por sus brazos. Tiene un corpachón grande alargado el hombre, su carne fibrosa y sucia me hace recordar al aspecto de las carnes de los yonkis de Burroughs en Naked Lunch. Toda la parte anterior de sus brazos parece estar tajeada en la zona interna, como si se hubiese querido quitar la vida. Pero la sangre chorrea y no es fácil distinguir de qué se trata. Permanece acostado sobre un descanso que no conduce a sitio alguno, a la sombra de un cielo raso de una edificación aledaña a la estación. Si me preguntaran de qué se trata todo esto diría que es la desesperación por no saber dónde comprar la comida, no saber cómo abordar los textos de Becket, llegar tarde o no encontrar u olvidar el locoto. No quiero entrar a un supermercado no quiero, no, entrar a Walmart no Coto ni Jumbo. Ninguno que no me vea que no me descubra ni me arrepienta en procesión por ninguno de esos. Quiero, sí, conseguir mi comida en la villa, en un asentamiento, irme a paseo de compras a la Perito Moreno.