29 junio, 2014

Descanso de las imágenes

 Antes decían que la ley decía que antes no se podía considerar que algo que la ley no decía que era, omisión o equívoco. Pero después todo cambia y la ley se adapta. Las cosas hacen que la ley se vaya desenvolviendo de otro modo o la ley hace que las cosas se vayan desvaneciendo más aceleradamente. Antes, las imágenes no se tenían por estatuto de realidad. Hoy, no cabe en nuestras mentes que las imágenes no transporten un sentido que algo tiene que decir sobre lo real. Antes en los juicios nadie quería las imágenes por mentirosas por sospechosas, por toda clase de acechanzas. Después las imágenes son lo que son, muestras de lo que pasa y nada más. Después todos se olvidan que nadie quería las imágenes por ser mera apariencia y ya entonces no hay distinción alguna entre las imágenes y la realidad. Todo es apariencia o todo es imagen. La imagen de la adolescente que es violada por su médico psiquiatra. La imagen de lo que hacen los chicos cuando escriben sobre las mesas con líquido corrector, luego rocían con desodorante y encienden como una antorcha que hace brillar los nombres. Qué es esto es un juicio? Es una entrevista? Es un interrogatorio? Ale, el chico, pero no la mera imagen de un adolescente, a él dice él que los gendarmes lo pararon que lo revisaron y lo palparon, le pegaron y le robaron su celu y después se fue el chico y con una réplica de la que tenía fotos en su teléfono, le robó a otro, y las imágenes del fuego estaban todas allí. Y de la chica que fue violada por el médico psiquiatra en realidad eran solo imágenes, fílmico casero puesto por la chica para implicar y cagar alguna vez al médico corrupto que abusaba de ella desde que tenía doce años. Pero eso eran solo imágenes.  
 Esto hay que contarlo todo otra vez.
 Ale tiene un celu que dice haberse ganado, eso quiere decir que lo chorició por ahí con demasiada pompa, demasiados recursos. Tal vez se pueda economizar un poco todo el sistema este del choreo, para qué tanto? Moto, una réplica y compañeros también allí anclados en motos truchas que son demasiado violentas y visibles y los vecinos pegan hasta matarte como una especie de ejecución a pedradas espontánea, el velo se descorre y ahí está tarado con un arma que no es nada aunque diga que pesa y eso le fascina y aunque muestre esas fotos, en el celular que se ganó trabajando donde hasta su hermano menor se lo pasa por el pecho como un falo. Después de todo podría simplemente robar usando un par de manos rápidas, un elixir bressoniano; par nécessité, par désir des risques, par paresse... la moto, sí, tal vez sea necesaria para poder escapar... Ale deja todo esto porque todo esto va mal, estas imágenes no paran de no dejarlo a él, pasarse el fierro por el pecho, deseo de que se lo pase el pocho nomás, que se siga desternillando con sus tatuajes y sus fierros escritos sobre la piel sentado hace tiempo sobre la sacramental silla del Papa para que mil quinientos millones vean esas imágenes, pero bueno, mejor no grabar más esas imágenes si otros no quieren ser grabados o filmados. Si es un intento de que se haga justicia puede que parezca justo o que juntando todo ese material vaya a parecerle a alguien que se hará justicia con ello pero no se sabe hasta qué punto después todas esas grabaciones que sin permiso se pusieron a los otros se van a volver en contra, una contrajusticia, y todo eso que encima en la red social se sube y no se sabe cómo pero allí aparece de una vez y sin que lo quiera quién, se empieza a reproducir con esa malicia desesperada y mezquina de esos millones de voyeurs que indagan como tábanos lo real de las imágenes para picarlo sobre la placa de cocinar y lo dejan como carne picada con los dedos estrellados contra el teclado y ya ni las huellas digitales perviven al final por eso mejor no hacerlo. Mejor no remover más imágenes sin necesidad ni autorización y dejar que un plato grande tan grande como Platón, que se murió hace como tres mil años, porque, vale la pena decirlo, no hay alguien que haya querido decir más cosas sobre las imágenes que él, si es posible podrá... es improbable que pueda alguna vez descansar en paz.   

     

23 junio, 2014

Coming

 Observadores, acariciadores y sedentarios. Atrapados frente a góndolas inmensas de criadores de vinos y espirituosas, se frotaban y pasaban sus manitas temblorosas, blanconas como recién salidas de la crisálida. Todo esto tiene una meta que es la de saciar. Hay una chica y hay un viejo que se cruzan en medio del pasillo radiante de luz artificial. El viejo manipula cajas y sobres de sopas y se le cruza a la chica y le pregunta balanceando en sus manos un paquete de maruchan, quiere saber qué es esto. 
 En la parte del pasillo donde no hay luz están acostados y se tapan. Están los que necesitan un paliativo por la falta de sexo. Los que por la falta de sexo ni se mueven ni piensan. Los que por la falta de algo más pierden sus años gastando una silla y mirando por una ventana como miran los viejos cuando están en el geriátrico y terminado el té con leche ya no queda más nada que hacer. Y los que por tener sexo a desgano al menos no tienen esos sueños sudorosos y fríos de los otros, ni se sienten apesadumbrados por una amargura innecesaria. Se necesita agua para cocinar una maruchan pero el condimento ya lo trae incorporado, cómo, adentro lo trae. Es rico. La chica sigue recorriendo el pasillo y el viejo se queda leyendo prospectos de sopas en cajas y sobres y sus manos cubiertas de vello blanco acarician los reflejos que los paquetes emiten. Los que al acostarse -también esos están- desnudos abajo sienten por vez primera el miembro erecto y entonces se sienten, también, por primera vez vivos, sí, y tienen sueños toda la noche entera que les informan que algo viene.             

13 junio, 2014

El resplandor

 Una noche que no se termina nunca, y un día que cuando llega no puede vencer el sin término de la noche. Esa noche pasaron un montón de cosas pero en realidad pasó tan poco. Esa noche estuvimos con ella, solo arrimados, en una casa de la que después nos tuvimos que ir en una escena armada por un padre que no sabía muy bien cómo echarnos de una casa, a la que no nos había invitado, sino simplemente encontrado. 
 Cuando la noche se pone pesada y el vino se entibia siempre está la policía que tiñe un poco más de azul la noche. En ese momento nos tenemos que ir, parece que en realidad no es buen momento para que nos vayamos pero es imperioso que nos vayamos, somos tres. El padre estratega. O nos vamos o no nos vamos, pero no tenemos opción. O caminamos para allá o caminamos para acá, pero no tenemos el hacia...  o mejor sí esperar, eso si tuviéramos opción, y no tenemos. O damos un rodeo o no se nos ocurre nunca hacer tal cosa, para el caso, nos explica el padre, que no va a pasar nada. Caminen. Nosotros vamos a ir caminando y no va a pasar nada porque el padre ya lo habló. Fue y desmalezó. 
 El objeto sobre el que estábamos era un sillón viejo y desvencijado y duro pero en ese paso junto a una escalera que conectaba a la planta baja a una gran cocina-comedor, estaba oscuro. Llegaba débil la luz de abajo y las voces de los otros que nos rodeaban, y después el deseo al oído, pero al otro día -cuando ya todo esto se rememora colectivamente- de que estuviésemos o de que hubiésemos estado, juntos. Remuerde. Otra estrategia, una microestrategia para que otros deseos se pudiesen sobrellevar o repercutir sobre otras relaciones nuevas, descubrimientos de algunas otras novedades. Y nosotros acurrucados en ese sillón, una especie de elástico de cama de plaza y media sin colchón siquiera, si bien algo blando estaba, pero las manos entrelazadas; firmes, y los cuerpos juntos; vacilantes, eso era lo que daba cierto muelle, la calidez, el aliento cercano. Algunos susurros y las bocas y las manos haciendo entre sí todo lo que lo demás no hacía.  
 Y afuera la luz azul dando vueltas por todas las paredes y por todas las cabezas de la vecindad. Caminen. Está más fresco, pero está todo bien, a nosotros los policías no nos van a decir nada porque el padre, estratega, ya habló con quien debía hablar y todo se aclaró. Es simplemente una noche que se alargó, una noche que debía haber ya concluido y como nunca se terminaba el padre hizo que encontrara un término; ciertamente ficticio pero no por ello menos situado en la realidad social. Ojalá ya la luz azul estuviese a nuestras espaldas y pudiésemos doblar la esquina y desaparecer. Pero todavía nos faltan unos cuantos pasos, damos trancos largos pero sin apuro, no nos atropeyamos. Atrás todavía el padre y una vecina se quedan en la puerta mirando distraidamente, el padre fuma. Las veredas son irregulares, tienen alturas diferentes como un plano amorfo y secuenciado. La luz azul baña nuestras miradas cuando pasamos junto a ella, junto al patrullero que la emite como una fuente de ser lumínica. Una panorámica mostraría que volvemos nuestras cabezas hacia la izquierda, inevitable, está ese pibe puesto contra la pared y alguien que puede ser la hermana mayor grita o antes el pibe se despega de la pared en pose de entrega y se desprende y sale a la disparada y ahí es que la hermana grita. 1)Él grita. 2)La policía grita primero y él contesta a los gritos y desafiando la vida y la muerte. 3) La hermana grita antes o después, o es u grito excesivamente largo. Está un poco más fresco, y está húmedo, tal vez hace un día llovió y no secó bien porque en el pedazo de pasto cortito de las veredas aledañas resbala el pibe ese y cae de bruces. Y el resplandor azul lo va atrayendo como una red que está por todos lados y de la que esa noche no se puede escapar. Nos vamos a la casa de uno de nosotros y nos quedamos todo lo poco que resta de la noche tomando cerveza y jugando a las cartas. Y apenas se hace de día sin lavarnos la cara salimos para la casa y pasamos por los mismos lugares. Es tan temprano que no hay comercios abiertos y por lo tanto ni una sola vieja con el changuito pretendiendo hacer las compras. En el cantero están las marcas de la patinada de ese pibe. Son largas las marcas como si alguien hubiese esquiado sobre el barro, como si se hubiese pasado los dedos por la superficie de una torta cubierta de crema y debajo está la cobertura de chocolate intacta. Sin pronunciar nada miramos todo con avidez como si buscáramos pruebas, manchas, restos, algo significativo. No hay nada más que esas marcas en el lugar donde el pibe cayó y unió la superficie de su cachete con la del pasto empapado. Cuando llegamos nos sentamos del lado de enfrente de la casa, en un gran escalón. Está fresca la mañana pero ya asoma el sol. Miramos la casa como si fuera alguna clase de templo sagrado del que saldrá algo espectacular. Sin impaciencia nos quedamos expectantes hasta que las chicas se levanten y salgan, para irnos, tal vez tranquilos.