24 noviembre, 2014

La comunicación

 Quería comunicar. Quería comunicar, algo. Se sentó en la mesa para decir las palabras seguras. Todavía no cesaban los gritos. Por los ventanales de la derecha caía suavemente el agua deslizándose desde cierta altura por el vidrio mugriento. Las gotas de lluvia se iban uniendo a medida que se juntaban con otras y los gotones crecían y el avance de los posteriores gruesos filamentos de agua era más veloz. Así pues, de gotas iban siendo correderos de agua que se estrellaban abajo en el marco, en la base del ventanal. En aquella atmósfera blanca comenzó a hablar pero nadie lo escuchó, y pidió que se hiciera el silencio, y se hizo. Pero de inmediato hablaron y taparon con sus voces lo que decía y entonces ya pareció que nadie escuchaba. Continuó diciendo lo que se suponía que era importante comunicar y fue evidente a la segunda oración proferida por su pequeña boca que nadie oía, solo algunos. Uno que al parecer atendía hizo un gesto nervioso con las manos, estaba sentado próximo al que en el frente quería hablar y se puso de pie, caminó unos metros con largos trancos y cerró la puerta del recinto. Eso no tenía una explicación obvia ya que desde afuera, desde el larguísimo pasillo no llegaba ruido molesto alguno. Y por otro lado la lluvia era como un motorcillo acompasado que ronroneaba como alguno que durmiera una siesta justificada y breve. Entonces era claro que el motivo de que no pudiese comunicar algo importante como se suponía que debía hacer, provenía de allí mismo, del recinto aquel. Volvió a pedir silencio mucho más enérgicamente, parándose como con un gesto de esos de mostrar enojo y luego otra vez desde la posición habitual avisando que debía hablar que todos debían escuchar que las preguntas y las dudas quedarían para el final. Todos miraron con esos ojos de asentir, tan enérgico había sido el pedido de atención que el imperceptible brillo de los ojos era de esos de asumir, de admitirse en falta. Entonces prosiguió con aquella explicación en la cual destacaba las palabras claves cambiando la entonación dándole un giro especial de voz y siempre volvía a repetir toda entera la frase por si alguno todavía medio en otra cosa pudiera perderse. Por eso repetía una vez y otra y si era algo demasiado novedoso una tercera. Pero se dispersó el ambiente una vez más. ¿Era una maldición? ¿Una saña acaso de no escuchar al que quería decir algo para los demás? ¿Un fuego para quemar con un frío leve al que pidiera, al que deseara acercarse? Se fue ensimismando. Desde allí desde donde estaba sentado se acurrucó sobre la mesa mientras no lo escuchaban, se recostó sobre sus brazos como si fuera a dormir. Levantó un poco los brazos desde la posición de estar con la cabeza hundida en la mesa. Las manos y los brazos se elevaban como si germinaran de tierra fértil y se imponían verticales. Eso comenzó a llamar la atención del auditorio o lo que cosa fuera de los que estaban enfrentados sentados en sus sillas y sus mesas. Les fue desparramando en la cara todo aquello de contorsionarse un poco con los brazos entrelazados y sobre todo con las manos y entreverando los dedos y dando a entender rápido que aquellos movimientos corporales y expresivos venían a verter lo que no se podía poner en la oralidad. Entre dos dedos se dio una relación de acercamiento que pronto fue una relación amorosa, una cópula. Otros dedos se decían secretitos, uno rascaba y el otro imploraba o exigía respeto. Los movimientos eran suaves y la mayoría de las veces dos dedos o las palmas de las manos o los costados de los brazos no llegaban a tocarse; como si se aproximaran hasta el máximo posible y por los poros resoplaran sus quejidos y sus animadversiones. Y por los pequeños pelos de la epidermis se transmitiera un eléctrico canturreo que hacía que esos pelos como micro-juncos sembrados salvajes a la vera de un sanjón agreste se balancearan con una brisa que se encendía y se apagaba de manera alternada. Aquellos que ahora sí esperaban la comunicación actuando de manera mancomunada en su intención de recibir datos quedaron atónitos, o mejor atontados. Quien debía dar la comunicación o quien la estaba dando ensimismado, abandonando la palabra y haciendo gala de la gestualidad, había desaparecido.   

02 noviembre, 2014

El cerro el cerrito ese y la danza

 El teatro era negro, alto y con cierta profundidad. Mientras esperábamos en la antesala alguien dijo que eso era una cagada. Dije que era asombroso y un teatro terrible, y repetí, asombroso. Pero es una manera irónica de hablar? Ay no estás... en la onda de lo que queremos decir. 
 Cuando después al final todo el elenco estaba sentado en sillas de color gris oscuro igual que las butacas recordé que los últimos días había estado planteándome algún modo de explicar eso que pasa cuando vemos, cuando estamos frente a una obra de arte de cierta magnitud. Algo acontece claro en el orden del pensamiento y del cuerpo.
 Tuve ganas de llorar; pero la mayor parte del tiempo reí a carcajadas, incluso, cuando algunas bailarinas me dijeron los piropos más lindos. 
 Los cordobeses primero se metieron con el lenguaje (acá), lo mascaban como un chicle, mejor dicho como cuando se tiene un chicle en la boca y no se lo aplasta, no se le deja a la goma dulce las marcas de los premolares. Chupada tras chupada, relamiendo una y otra vez las palabras y resoplando y repitiendo. Ahí mira papito ahí están las sierras y el dique de Santa Helena. Ahh... mira ahí mamita ahí están las sierras y el dique de Santa Helena. Miraaaa mirá mamita ves eso que está ahí es el dique de Santa Helena y todo todo lo que rodea al dique son las sierras. Mirá papito querido todo eso que está allí son las sierras y el dique de Santa Helena. Mamita mamita todo aquello que tenés frente tuyo son las sierras y más acá, apenitas más acá, abajito ahí es el dique de Santa Helena... Ahh sííí... ahh ahh síí papito síí cómo me gusta... las sierras y más acá el dique de Santa Helena. Tal vez no sea una casualidad que en el teatro los cordobeses se metieran a producir sobre el silencio, sobre el gesto, sobre esa jocosidad dulce que se pega y se hace amiga de esa lengua que cualquiera escucha y de la que se quiere hacer partícipe.
 A cada rato alguno se acercaba al micrófono y poblaba el escenario de noche y de revoloteo de rememoraciones que estaban ancladas en la añoranza del terruño, en las noches compartidas con los amigos, en los bailes y los tragos; los excesos de las pasiones, las fiestas y el baile.
 Siempre esa acumulación oscura en que nunca se sabe lo que puede una voluntad libre. Porque en definitiva cualquier cosa puede pasar cuando una voluntad libre se encuentra con otra y ambas deciden por ejemplo ir a desmadre. Sí mamita por más que los mire y los mire si quieren pegarse lo harán y si mamita no llega a tiempo piñas y piñas y más trompadas dejarán craters sobre la cabeza del pegador. Y si es de noche tanto peor, cuando una simple reverberación de luces opacas se sienta cerca ya es que se están matando. Se hace como un halo de polvo alrededor y el tiempo parece congelarse, los pibes parecen toros y una tierra sucia se volatiliza y sube para provocar más y más confusión y violencia. Por suerte a la vuelta pusieron un puesto de choripanes, de choripancitos y hacen ofertas a los que pasan, pasan y se las hacen a ellos mismos, las bajan y las suben, le ponen fernet o le ponen choripán, le sacan la coca y lo dan con fernando, con un fernandito. Venden todo muy rápido se venden todo porque se compran todo sin arrepentirse nunca. Después uno de ellos coloca un cajón en el centro del espacio las luces se quedan quietas. Le colocan otro cajón de manera que se forma una T pero dada vuelta. Y en el frente de la T dada vuelta se sienta el conductor, todos los demás se cargan atrás y quedan a la expectativa. No sé cómo lo hacen pero arrancan y el espacio de la sala se amplía porque si no no podrían avanzar, y doblan y trepan porque en Córdoba abundan los caminos sinuosos y las pendientes y las trepadas abruptas. Qué bárbaro lanzarse a la noche por un camino así, sin iluminación más que la del vehículo, se oyen abajo las piedras de formas aleatorias golpear contra el chasis, salir despedidas rodando rápido hacia un costado.Y salir despedidos, ellos, hacia otro pueblo del otro lado del cerro ese, pero que ninguno sabe si bordearlo, si subirlo y dejarse empujar del otro lado, si atravesarlo por el valle y dejarlo atrás, si cambiar de conductor, si bajarse y ponerse a bailar.