25 marzo, 2019

Exhibiciones

En una entrevista leo que dice el chino Maidana que cuando te pegan una buena piña ves todo blanco mientras dura el efecto. Pero cuando te noquean... uy, ahí se hace una total oscuridad. Es claramente un límite. 
Algo entonces me debe estar haciendo viajar porque la escena que veo los pibes en el ring haciendo una exhibición amateur no creo que dé para producirme una emoción tan silenciosa como afincada en lo profundo. Me dan muchas ganas de llorar. A la izquierda del ring sobre una pared hay un afiche con letras grandes que dice NUNCA SERÉ POLICÍA. Debe ser algo de la infancia entonces, como cosas irresueltas. Una escena donde salís de la escuela, último, vas caminando despacio como si te quisieras quedar en ese lugar de encierro del que siempre querés salir corriendo. Y afuera, te están esperando. La escuela evidentemente expulsa la violencia hacia afuera, los pibes quieren pelear participar de las peleas y verlas cada quince o veinte días. La escuela las prohíbe y hay como un código tácito, a veces dicen que hay un radio de la escuela y hacia sus alrededores y que si lo hacés dentro de ese radio también vale la sanción. O sea que para la escuela es todo un asunto topológico. Se trata de mostrar rutas, límites siempre límites y zonas de legalidad o lo contrario. Hay un centro que es la escuela y sobre ese centro pinchan con un compás y trazan circunferencias y luego es como si le pusieran colores a la gravedad de los actos. Entonces los pibes eligieron un lugar que está realmente buenísimo. Cerca de la escuela hay una salinera; cuando hay algún conflicto enseguida uno dice ¡a la salinera! y ahí se cocina lo que se tenga que cocinar. Está bueno porque la sal es la sustancia que sala las heridas. Es lo que tradicionalmente se asocia a ciertas potencias, fuerzas. Los sumotori de hecho tiran sal antes del combate; si bien tiene un sesgo más religioso. Pero hay una sintonía entre la sal y los golpes, eso está claro. Ni bien salir que te esperen, te inviten, te tienten, te griten, te empujen, arrastren y lancen en medio de montañas de sal y luego veas todo blanco, es otra vez una sintonía-climax.  
Siguiendo aquella clasificación del chino Maidana aquel mediodía vi todo bastante blanco, un segundo duró, la piña aquella me marcó el centró de la cara. El destiempo. La pelea ya había terminado y yo sentía que recién empezaba... en fin, yo solo quería-podía zapallear un rato y lancé al aire un cascote de bronca... suciedad la mía... menos códigos de calle que un pibe que se crió en la casa de la abuela solo mirando la tv y saliendo a la puerta a escuchar las charlas crepusculares de los ancianos en un barrio de mala muerte. La piedra irregular dio en una zanja exagerádamente ancha y rebotó contra el cordón, se escuchó alguna risotada y todos ya se iban alejando. Sin ánimos de contenerme me pusieron las cosas encima para que las lleve. Era un perdedor y nadie quiere llevar los útiles de un perdedor. Moralmente hablando, antes, algo me hizo sentir una mayor indignidad. El almacenero, muchacho joven, salió y me echo de un empujón vociferando ¡a joder a otro lado!
Por eso decía antes que no sé que resortes-afectos se pueden poner a flor de piel de pronto mientras miro este raund amateur y me siento lleno de emoción. Ni siquiera tengo un lata de cerveza en la mano como los amigos que me rodean. 
Ahora me voy contento. Por qué siempre todo debe ser una venganza.