03 mayo, 2014

Registro del otro

 Las chicas se pusieron a grabar una cinta una noche. Para ver si era cierto que tenía apneas de sueño. Y después cuando entraba sol por la ventana se pusieron a escuchar. No tenían miedo porque estaban juntas. Se oyó respirar. Se oyeron ronquidos, pronto cesaron. Como una especie de fatiga, un sonido como de viento, como una fricción. Pero las cintas que usaron las chicas eran digitales y silenciosas. Se oyó el ronquido de un motor grande como un camión recolector de residuos que pasara lejano y luego silencio. Sin luz, sin sombra, sin fin aparente. La cinta que las chicas habían grabado abarcaba una noche entera. Solo once minutos se atrevieron a escuchar y después la apagaron. La respiración se cortaba como si algo se pisara a sí mismo, se solapara, se recubriera entre las mantas con inquietud. De pronto se hacía respirable pero sin aviso se hacía irrespirable. Este juego parecía no tener fin. Y más allá de la noche que muy de vez en cuando traía esos sonidos lejanos de la calle o la avenida más próxima, sonidos como de motor o ladrido aislado, había algo más. Algo más que la simple respiración. Algo que agonizaba y sobre ese vacío más oscuro, las chicas querían pegar las orejas. Una de ellas dijo que eran ruidos como de hojas, como de un crujir, y la otra le preguntó si como el crujido de las hojas al ser pisadas en la vereda. Y la otra tal vez asintió. Pero a la otra más bien le pareció otra cosa.
 Lo cierto es que no se esperaban escuchar eso en aquella grabación realizada con el teléfono personal de una de ellas. Era como si al comenzar a escuchar la grabación se mirasen y no pudiesen creer, petrificadas, el alcance de aquello. Como una idea relativamente fácil de llevar a cabo, y después la sorpresa desagradable. Porque lo que estaba del otro lado estaba vivo al fin y al cabo pero en la profundidad de la noche, en el silencio, en lo que se ensimismaba y se escurría se había ido tornando irreconocible. ¿Inhumano?, preguntó una de ellas, la otra no le permitió terminar la frase le tapó la boca con la palma de la mano, luego le descubrió la boca, se besaron, se abrazaron, se contuvieron. Desearon que nunca nadie les preguntara por esa cinta, una quiso destruirla, la otra la convenció de que mejor era ocultarla, la otra no se dejo convencer pero no opuso demasiada resistencia. La otra entonces dijo que se encargaría, la otra estuvo de acuerdo con tal de que nunca más se hablara del tema. Se cubrieron juntas, con un poco de frío, porque empezaba ya a refrescar o porque ellas lo tenían en su estado de ánimo un tanto apesadumbrado, pero al menos se acompañaban y se guardaban la una en la otra.       

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