31 enero, 2018

Lluvia de maquinaciones

  Creía que era una mitología que las hojas en otoño... Tapan los sumideros. Lo miré a mi padre y se lo pregunté y me confirmó que en efecto tapan y se produce un desastre. Después caminé un montón porque caminar hace bien. Pero y si llueve un poco, y si todo el piso está amarillo de hojas, y si es domingo y si hay una apatía leve... y algo me empuja...
 Estábamos ahí en la plaza me recosté en el banco miré al cielo, con indolencia. Casi pude adivinar que ibas a decir lo que dijiste; que la vida te resulta sumamente aburrida. No sé, habrá un gen del aburrimiento, otro de la esquizofrenia, otro del deseo de tirarse? ¿Hay una base biológica que explica el deseo de vaciar esta botella? Hay necesidades que son completamente incomprensibles. Hay un montón de cosas que no puedo entender. La mujer me habla. Beckett siempre me habla de la tumba, la cuna, la voz, el padre. Pero hay una conversación que se mantiene y es el padre que te dice que está mal, el padre que te tose en el teléfono y el audífono estalla. El padre que no deja de explicarte qué es real. El padre la madre o la madre la madre como en ese cuento de Oé. El padre la madre como un lugar donde uno se va a volver loco. La madre el padre como una ley ante la cual se quiere rebelar se quiere vengar y se siente amordazado y prepara el puñetazo. Escapado... como un loco de atar... En el natatorio me refugio, seguramente vienen a buscarme para llevarme al asilo de locos para que esté mejor. Sobre el agua flotan todas las hojas escritas, es raro porque todo estaba digitalizado pero sin embargo la tinta no se desprende de las hojas y no tiñe el agua. Loco de atar desesperado tan vulnerable como un chiflado con zozobra abrazando todas esas hojas. Como el loco del cuento de Oé que además le reclamaba los escritos a la madre, porque se los había escondido para que nada de lo real se sepa jamás. Las hojas son tantas que casi ya no se puede ver el agua porque siguen cayendo. Así como caen las hojas cuando nada las interrumpe cuando nada las expulsa parecen plumas pero mucho más firmes. Han formado una superficie tan compacta sobre el agua que las últimas ni la tocan ni se mojan. Beckett siempre me habla de la tumba, la cuna, la voz, el padre; y yo agregaría las hojas, el natatorio... Es que al loco lo llaman, al loco le hablan como al único, al destinado, al elegido. Como al señalado por los rayos del sol-dios.    

29 enero, 2018

Remolinos

 El agua del río hace remolinos, agua amarronada, dicen que mucha gente se sorprende cuando ve esta agua amarronada que se llama de plata. No sé si es la lancha colectiva que nos trae del Delta quien hace los remolinos o es el río que los hace con la lancha adentro. En esas vueltas siempre se me aparece el maestro y el discípulo de la película coreana de la que siempre quiero hablarle a todos mis amigos y amigas. Se llama Una vida agridulce, en castellano. Y en la primer escena hay un sauce con unas ramadas larguísimas que flamean y flamean y bullen. Entonces el discípulo pregunta y el maestro contesta. Se mueve el viento y las ramas en el viento o son las ramas las que se mueven y producen viento, eso pregunta el discípulo y el maestro contesta. Del mismo modo el maestro de boxeo me dice: En el cuadrilátero al igual que en la calle, se pega con el puño cerrado la palma mirando hacia abajo y haciendo que el golpe se concentre en los nudillos porque eso es lo que hace doler.
 Entonces remolinos y más remolinos en el agua y el atardecer, los ramajes a los lejos, hay tanto rozamiento tanto fluir. Tan una cosa metiéndose en la espesura de otra fluctuante que empiezo a rememorar el planeta inventado por Stanislaw Lem; ese fascinante mundo, Solaris, que está todo el tiempo cambiando todo el tiempo disipándose y hundiéndose en sí mismo con sus colores indistinguibles e innumerables. Algo que no se sabe si está vivo o si es simplemente materia. Y que lanza esa inquietante pregunta de que lo que sea Dios es algo no vivo carente de voluntad o todo lo contrario, pero la diferencia es tan grande como la frontera que separa a la muerte de la vida. Tajante. De consecuencias insospechadas. Y la película del gran Kim Je Wom continúa así: el maestro le contesta  que no se mueven ni el viento ni las hojas sino solo su (tu) mente y su (tu) corazón. Me gustaría que este río no terminara nunca seguir acá en la lancha y no bajar que el cauce sea interminable. Tanta profundidad... va... quiero decir que cuánta profundidad habrá en esta zona del río; o sea debajo nuestro. En fin, me saco una foto con lentes de sol y me gusta ilusionarme con que después la pondré como perfil de una red social como si eso fuera también el pulso superfluo de las cosas que van siendo.