Leí una novela que se llama Lanús y su autor es Sergio Olguín. Inevitablemente me puse a pensar en mi barrio.
Pero sobre qué barrio, sobre qué territorio estaría tejido aquel universo de cosas buenas, dónde ensamblar las cosas malas, con qué segmento de barrio propio conectar los jirones bellos que aún sobreviven en la memoria o los feos, indiferentes, inolvidables y que han marcado a fuego la experiencia. Más bien me pareció que había todo un conjunto de capas que se superponían a lo largo de los años. Y, en cada capa, bien compactadas estaban todas las gentes vistas, los rostros, las voces, los llamados. Las calles puestas todas una encima de las otras con sus nombres que por momentos querían entremezclarse, pero no, eso no debía ocurrir. Cada subconjunto debía permanecer en su correspondiente encierro. En un paquete A) estaba Salta, Bouchard, Bustamante, Rodríguez, el Pasaje Gascón, Gaebelerd… Y luego más; F.M.Esquiú, Ituzaingo, Sitio de Montevideo, Tucumán, 9 de julio, Margarita Weild, Madariaga y Dupuy. Yerbal, Saenz Valiente, Basualdo, Pola, una Av. Rivadavia demasiado larga para que alguien pueda imaginar o mentar la misma avenida. La lista es larguísima; Combate de los Pozos, Humberto Primo, Carlos Calvo, Entre Ríos, Independencia y también Pte. Perón, Lambaré, Río de Janeiro, Yatay, Tres Sargentos, De la Serna, Lacarra, Caxaraville, Camino Gral Belgrano, Av. Mitre, San Lorenzo, Soler, Rivadavia, Arredondo, Italia, Berutti, Av. Belgrano, Alsina, 12 de octube, Guemes, Av. Montes de Oca, Av. Martín García, Uspallata… parece idiota continuar. Volviendo a la novela Lanús que en cierta forma habla de las calles y de los barrios como aquello que constituye lo nuclear de nuestra historia personal pero además esa historia parece exceder la historia personal en la medida en que hay llamadas, predestinaciones, viejos ritos que continúan operando aunque hayan sido olvidados y subvierten y modelan lo presente. El exceso está dado por el hecho de que la gran historia envuelve a la historia personal, la emborracha de pasado, de contenido originario y de una pureza que a la vuelta de cada esquina puede hacer que la yugular de quien carga con la pequeña historia individual, el protagonista llamado Adrián, la sienta perforada y su sangre drene con rapidez hacia las bocas oscuras del pasado reciente.
El barrio condensa
como territorio singular el conjunto de ideas que mueven la historia y el
encadenamiento de las épocas. Parece exagerado pero todo ello está o sale por
boca de quienes testimonian sus experiencias fundantes en relación a su barrio.
La idea de libertad, destino y determinación ronda en cada representación y
posicionamiento frente a esta cuestión de lo barrial. Algunos siempre prefieren
huir del barrio donde crecieron, otros siempre quieren volver o se aferran a él
de manera silenciosa, incuestionada y permanecen toda la vida. Hace poco a
través de un texto de Fabián Casas llamado “Rumble Fish: la cantinela eterna de
los mitos” encontré en esta película esas ideas de liberación,
dirección, sentido y determinación. Parece como si el barrio vectorizara la
experiencia. Por ejemplo en Rumble fish
está el vector ´chico de la moto´ con sentido de fundador, de aquel que recrea
la experiencia a partir de sí mismo, él es un mito viviente. Pero la recrea, no
la reproduce, porque si simplemente la reprodujera se quedaría en el barrio
para encarnar su destino de mito viviente, es decir, sería el lider decadente
de alguna pandilla por él comandada que vendría a intentar reestablecer, -fallando
con seguridad-, ese tiempo ya enterrado de las pandillas que surcaban el barrio.
Hacían la guerra, armaban sus alianzas y se distribuían el territorio barrial
como si fuesen los políticos imperialistas de turno. Además el vector ´chico de
la moto´ tiene una dirección de destino, y clásicamente el destino huele a
muerte. Pero sentido y dirección no se contradicen sino que trabajan para unos
efectos que son un bloque de sentido. Pues un verdadero mito no puede ser
eternamente un mito viviente y además el chico de la moto, el hermano mayor en
tanto recreador del espacio y del tiempo que vive provoca los desplazamientos
necesarios para que su hermano menor se libere. El hermano menor, ´Rusty James´,
tiene un sentido de reproductor y una dirección de encierro. El imaginario aprisiona
al personaje de Rusty James quien anhela las viejas épocas, las edades de oro
del barrio, donde las pandillas discurrirían por las calles como agua de
manantiales que intersectando todos los vericuetos del valle escarpado no
dejaban ningún resquicio virgen de humedad. El encierro en el imaginario es
siempre una bomba de tiempo puede detonar cualquier día y desperdigar trozos de
Rasty James por todas las paredes grafiteadas. Puede hundirse el piso y ser
absorbido por una lenta depresión, un mar de alcohol y cosas de esa clase. De
todas maneras no hay verdad definitiva en estos esquemas caseros. Como el humo
blanco que prolifera en Rumble Fish
todo queda bajo velos que no han de terminarse nunca. Demasiado esquema puede
hacernos olvidar que como dice Casas: “Rumble Fish es un poema que infecta el
cuerpo de una película para traernos noticias del mundo sumergido”.
El barrio es una
desgracia. El barrio es una suerte. En el último subsuelo, al cual no es
posible llegar porque aunque se llegase nada se vería, allí la oscuridad es
total. Los materiales con los que la pequeña historia se ha ido autoformando,
redimensionando y dilapidando, atravesando un sin número de cintas de pulido,
subyacen en el fondo de una laguna interminable. En la infancia la llenó un
diluvio de experiencia, y así quedó.