28 enero, 2013

Ser de barrio


  Leí una novela que se llama Lanús y su autor es Sergio Olguín. Inevitablemente me puse a pensar en mi barrio. 
 Pero sobre qué barrio, sobre qué territorio estaría tejido aquel universo de cosas buenas, dónde ensamblar las cosas malas, con qué segmento de barrio propio conectar los jirones bellos que aún sobreviven en la memoria o los feos, indiferentes, inolvidables y que han marcado a fuego la experiencia. Más bien me pareció que había todo un conjunto de capas que se superponían a lo largo de los años. Y, en cada capa, bien compactadas estaban todas las gentes vistas, los rostros, las voces, los llamados. Las calles puestas todas una encima de las otras con sus nombres que por momentos querían entremezclarse, pero no, eso no debía ocurrir. Cada subconjunto debía permanecer en su correspondiente encierro. En un paquete A) estaba Salta, Bouchard, Bustamante, Rodríguez, el Pasaje Gascón, Gaebelerd… Y luego más; F.M.Esquiú, Ituzaingo, Sitio de Montevideo, Tucumán, 9 de julio, Margarita Weild, Madariaga y Dupuy. Yerbal, Saenz Valiente, Basualdo, Pola, una Av. Rivadavia demasiado larga para que alguien pueda imaginar o mentar la misma avenida. La lista es larguísima; Combate de los Pozos, Humberto Primo, Carlos Calvo, Entre Ríos, Independencia y también Pte. Perón, Lambaré, Río de Janeiro, Yatay, Tres Sargentos, De la Serna, Lacarra, Caxaraville, Camino Gral Belgrano, Av. Mitre, San Lorenzo, Soler, Rivadavia, Arredondo, Italia, Berutti, Av. Belgrano, Alsina, 12 de octube, Guemes, Av. Montes de Oca, Av. Martín García, Uspallata… parece idiota continuar. Volviendo a la novela Lanús que en cierta forma habla de las calles y de los barrios como aquello que constituye lo nuclear de nuestra historia personal pero además esa historia parece exceder la historia personal en la medida en que hay llamadas, predestinaciones, viejos ritos que continúan operando aunque hayan sido olvidados y subvierten y modelan lo presente. El exceso está dado por el hecho de que la gran historia envuelve a la historia personal, la emborracha de pasado, de contenido originario y de una pureza que a la vuelta de cada esquina puede hacer que la yugular de quien carga con la pequeña historia individual, el protagonista llamado Adrián, la sienta perforada y su sangre drene con rapidez hacia las bocas oscuras del pasado reciente.
El barrio condensa como territorio singular el conjunto de ideas que mueven la historia y el encadenamiento de las épocas. Parece exagerado pero todo ello está o sale por boca de quienes testimonian sus experiencias fundantes en relación a su barrio. La idea de libertad, destino y determinación ronda en cada representación y posicionamiento frente a esta cuestión de lo barrial. Algunos siempre prefieren huir del barrio donde crecieron, otros siempre quieren volver o se aferran a él de manera silenciosa, incuestionada y permanecen toda la vida. Hace poco a través de un texto de Fabián Casas llamado “Rumble Fish: la cantinela eterna de los mitos” encontré en esta película esas ideas de liberación, dirección, sentido y determinación. Parece como si el barrio vectorizara la experiencia. Por ejemplo en Rumble fish está el vector ´chico de la moto´ con sentido de fundador, de aquel que recrea la experiencia a partir de sí mismo, él es un mito viviente. Pero la recrea, no la reproduce, porque si simplemente la reprodujera se quedaría en el barrio para encarnar su destino de mito viviente, es decir, sería el lider decadente de alguna pandilla por él comandada que vendría a intentar reestablecer, -fallando con seguridad-, ese tiempo ya enterrado de las pandillas que surcaban el barrio. Hacían la guerra, armaban sus alianzas y se distribuían el territorio barrial como si fuesen los políticos imperialistas de turno. Además el vector ´chico de la moto´ tiene una dirección de destino, y clásicamente el destino huele a muerte. Pero sentido y dirección no se contradicen sino que trabajan para unos efectos que son un bloque de sentido. Pues un verdadero mito no puede ser eternamente un mito viviente y además el chico de la moto, el hermano mayor en tanto recreador del espacio y del tiempo que vive provoca los desplazamientos necesarios para que su hermano menor se libere. El hermano menor, ´Rusty James´, tiene un sentido de reproductor y una dirección de encierro. El imaginario aprisiona al personaje de Rusty James quien anhela las viejas épocas, las edades de oro del barrio, donde las pandillas discurrirían por las calles como agua de manantiales que intersectando todos los vericuetos del valle escarpado no dejaban ningún resquicio virgen de humedad. El encierro en el imaginario es siempre una bomba de tiempo puede detonar cualquier día y desperdigar trozos de Rasty James por todas las paredes grafiteadas. Puede hundirse el piso y ser absorbido por una lenta depresión, un mar de alcohol y cosas de esa clase. De todas maneras no hay verdad definitiva en estos esquemas caseros. Como el humo blanco que prolifera en Rumble Fish todo queda bajo velos que no han de terminarse nunca. Demasiado esquema puede hacernos olvidar que como dice Casas: “Rumble Fish es un poema que infecta el cuerpo de una película para traernos noticias del mundo sumergido”.
El barrio es una desgracia. El barrio es una suerte. En el último subsuelo, al cual no es posible llegar porque aunque se llegase nada se vería, allí la oscuridad es total. Los materiales con los que la pequeña historia se ha ido autoformando, redimensionando y dilapidando, atravesando un sin número de cintas de pulido, subyacen en el fondo de una laguna interminable. En la infancia la llenó un diluvio de experiencia, y así quedó.         

11 enero, 2013

Un lugar en el mundo

 Me acosté. Me dormí rápido pero tuve un sueño entrecortado con constantes molestias, las ganas de orinar que no se aguantaban y tal vez, eran injustificadas. Una sensación como de que estaba lleno de mosquitos que revoloteaban constantemente por la habitación. En verdad se trataba de una sensación que parecía como si de pronto hubiesen germinado pulgas en el colchón pues la picazón insorportable nacía de abajo. Pero eso era imposible... Pulgas? No no tenía sentido. Los mosquitos a veces desarrollan un ataque silencioso y se vuelven diminutos y su picor es constante pero suave, no llega a sobresaltar el cuerpo y la carne permanece naturalmente adormecida en las altas horas. 
 Injerto de injerto. Qué sé yo cómo seguía esto... no importa. Después de que han pasado las navidades en el mundo y los fines de año pienso que sé cuál es el lugar donde quiero estar, cuál es la casa donde quiero estar. Algunas personas para mí más que respetables cuando se preguntan cuál es su lugar siempre dicen es una montaña o es una casita en una montaña, es una cabaña que se recuesta sobre un prado y que siempre huele a flores silvestres no importa si hay o no hay brisas que traigan el aroma de las florecillas, es campo puro, siempre. Otras, no se andan con lo puro, simplemente dame un depa a una o dos cuadras de Cabildo y Juramento y estoy. No conciben la vida lejos de Cabildo y Juramento. Eso lo dicen siempre en reuniones con amigos sin que siquiera sea necesario que un poco de alcohol remueva la colesterol de sus arterias. En ese sentido pensando justamente en los lugares que son el mundo de uno me digo que mi mundo está en las alturas; me convenzo de eso más que nada en esta época cuando el año es nuevo y en general no va a pasar nada. Enero no es como diciembre, en enero no pasa nada nunca. 
 Ese lugar está en las alturas, lo más alto que se pueda, no sé por qué ya en edad avanzada eso llega al punto de obsesionarme. Ver las luces, la inmensidad de cemento, todo ese recorte heterogéneo que es la ciudad desde una vista aérea. Los atardeceres y sobre todo las lunas. Guau! Las lunas desde semejante altura limpia digamos, son una fuente apelotonada maciza y bella de luz de rayos blanquecinos envolventes de litio como fuente de vida. Digo de litium en el sentido de esas cosas que nos atraen nos inyectan toda la energía que necesitamos para movernos; bueno sin ser máquinas, no es el litio lo que alimenta nuestra cotidianeidad? Es verdad podría haber dicho chocolate. 
 Soñé que te decía que lo que te iba a decir que había hecho era una locura, pero ya estaba hecho, no había podido evitarlo y lo había hecho. Le había estado dando vueltas al asunto pero no había podido evitarlo y ahí estaba la oportunidad y lo había hecho. Compré la casa de los abuelos. Ya está hecho. Era una oportunidad una casualidad que se entrelazaba con un milagro, el azar y la felicidad señalaban que eso se ponía frente a mí y tenía que decidir... lo quería o me largaba y cerraba todo como si nunca hubiese pasado nada. Pero lo hice. Sí compré la casa de los abuelos. Estaba ahí en oferta la vieja casa con jardín. Cuando era muy chico salíamos al jardín y mi abuela decía que ella siempre había tenido un irreprimible deseo de querer ser pájaro, volar, olvidarlo todo y volar. Mandarse a mudar volando, sobrevolandolo todo, las casas, el barrio, el riachuelo, el río, todas las casas con jardines y las terrazas, todo el sur. Decía siempre quise ser un pájaro. La miraba y no entendía ni jota. Me parecía absurdo que dijera eso. Si hubiese dicho la verdad en este momento dada la situación más que inestable, crítica, como solemos decir; de mierda, que se vive en este bendito país, lo que quiero es ser pájaro y mandarme a mudar, eso lo hubiese entendido mejor. Pero decía siempre quise ser pájaro, siempre. Esa idea de un inconformismo cuasi biológico me repugnaba y me quedaba mirándola con un sentimiento escéptico pero no le discutía. Pero no por pereza sino porque lo decía tan convencida y le ponía tanto sentimiento que no me parecía posible objetarle nada. Estábamos en el jardín y mi abuela siempre decía esas cosas en el jardín. Mientras las abejas hacían bodas con las margaritas y el gran jazmín lo dominaba todo desde el centro. El jardín rebosaba una geometría inexpugnable. Una población variada y jerárquica, todo estaba en su centro y no moriría mientras hubiese algún mínimo cuidado. El cedrón, la rosa china, el pino azul, la ruda, la enamorada del muro, el jarrón de los años ´50 0 '60 con los bulbos de Zephyranthes grandiflora. Digo no moriría en el sentido de que ya estaba lanzado a una vida prolongada y autónoma, que necesitaba de una preocupación constante y un acicalamiento más que frecuente no lo pongo en duda, pero ya había pasado esa etapa donde todo se puede apestar y morir en cualquier momento porque sí. 
 Al cielo lo veo cruzado por distancias. Por un lado huyendo como pájaro y por otro contemplándolo todo desde alturas relativas. Últimamente leyendo una novela de Haruki Murakami encuentro esa misma problemática desarrollada a lo largo de casi 500 páginas. Pues eso es más o menos lo que le quita el sueño al personaje, lo bueno es que a partir de la pregunta y de ese interrogante que le pesa como un centro de oscuridad que se agiganta y se espesa, el personaje puede ir emprendiendo una serie de búsquedas simples que lo llevan a madurar un sentido para su vida. Pero la pregunta es siempre la misma; cuál es el lugar donde quiero estar, -tal vez hay algunas otras cosas más además de un simple querer- y la llamada encuentra su proveniencia desde un lugar determinado. Un viejo hotel fantasmagórico que llama que funciona como intermediario de múltiples llamadas que le dan la certeza, al protagonista, de que alguien llora por él. Así va recorriendo sucesivas experiencias presuponiendo siempre que hay lugares en los que nuestra subjetividad está de algún modo irremediablemente atrapada. Pero se trata de ser capaz de pegarse a esas paredes a esos aromas a esas tonalidades y absorber todo lo que se pueda para enterarse de los números que deben ser marcados, los cables que deben ser conectados; y tal vez estar más atento a todas las fronteras y combinaciones que nunca deberían cruzarse. El viejo hotel Delfín es la central de telecomunicaciones y allí como en una morada mezcla de ultratumba con surrealidad el operador telefónico señala los destinos, los modos y los sentidos posibles. A contracara del consumo medio-alto que se delínea en los viajes murakamianos -viajes en maserati, alojamientos en hoteles caros, largas vacaciones- o tal vez no sea nada de eso... Tal vez simplemente se trate del movimiento de derroche natural en la sociedad japonesa de los '80 donde alguien puede mudarse de Tokio a Saporo y tirar a la calle todos los muebles porque ya están un poco viejos o porque es mucho más práctico amueblar a nuevo la casa próxima. Sí, es probable que me cueste acostumbrarme a la perspectiva de consumo propia de una montaña rusa en una sociedad como esa y en una época como esa. Lo cierto es que al contrario, los precedimientos para viajar a la murakami son baratos y simples. Se viaja a través de los sueños, -dormido, despierto en estado de embotamiento o dispersión- con el inconciente que no para de producir tiempo y espacio y abrir brechas nuevas como si se multiplicasen las puertas a lo largo de un corredor larguísimo a medida que se lo a traviesa sin llegar nunca hasta el final, no porque carezca de fin, sino porque la oscuridad y el oxígeno parecen ser la misma cosa. Más rico se vuelve el procedimiento en la medida en que no aparece categorizado desde refritos psi o filosóficos. Son frescos e inocentes esos modos de viajar con el cuerpo y la conciencia. 
 Están íntimamente vinculados los lugares y los viajes, quién podría dudar de eso. Pero acaso los lugares existen? Están esperando en algún espacio-tiempo? Hay que emprender viajes reales para hallarlos? Hay que emprender viajes irreales para saturar todas las coordenadas y todos los parámetros y que de ese modo nuevos ámbitos tracen paralelismos insospechados y cruces de historias ya enterradas o seres que épocas acabadas han finiquitado sin pena ni gloria? La búsqueda de un lugar para vivir incorpora, como algo infaltable, como algo de lo que no puede prescindirse dentro de la mochila, la movilidad del viaje... Inevitablemente? También en una travesía pueden surgir seres salvadores, consejeros, acompañantes, maestros. En volverse pájaro para surcar los cielos a velocidades superlativas hasta que se desintegre casi la materia hay un deseo de dejar de sufrir, de hallar una liviandad y tal vez no llegar a ningún lugar, pero al menos, huir de más de un lugar. Algo de desligarse y religarse hay en todo ese movimiento. Tierra-cielo-viaje-religión. Pero queda claro que los auténticos y consecuentes viajes con o sin movilidad nunca pueden ser una mera receta. Hacer eso sería como sacar el bizcochuelo del horno cuando el horno apenas se ha puesto un poco más que tibio. Cuando un lugar aguarda por nosotros, nos cobija nos muestra su puesta de sol, nos extraña y anhela, nos fulmina con su haz de deseo inhumano que nos hace saber que alguien/algo llora por nosotros... Hay un lugar en el que queremos estar.