29 junio, 2016

Bajo la autopista

 Los autos doblaban a gran velocidad casi parecía que podían resbalar por la humedad del pavimento. En eso un perrito blanco se cuela a cruzar solo, mis ojos se lanzan se desbocan se salen de sus órbitas pero está bastante lejos. Voy a terminar dándole de comer a perritos blancos en la noche, atravesando el frío, la niebla, todo cargado de abrigo, perritos blancos por todos lados hacia mí. Socorro. Soy el socorro, arrastro sobre la avenida el cuerpo de un perrito blanco estallado por la indiferencia atroz de las máquinas, qué lugar tan común! La carne es tibia, la respiración es vital. Las máquinas son frías, su funcionamiento es indiscernible, indistinguible del tiempo. 
 Pero aún eso no sucede y bajo la autopista es evidente que de vez en cuando aún intentan los autos esquivar lo que se pone delante de ellos, lo que quiere cruzar hacia allí si bien esos perritos blancos tal vez no sepan para qué cruzar lo que quieren cruzar y cuando entran a la curva ésta comienza a ensancharse cada vez más. Ahí es cuando yo abro la boca tan grande me corto en lo que vengo diciendo, en lo que le estaba diciendo en lo que te estaba diciendo. Y no te das cuenta no se da cuenta de que hago algo que es como viajar como viajar sin moverme del metro cuadrado que me tiene prisionero porque me siento precisamente prisionero de esa distancia que me impide salvarlo... estoy seguro de que debería salvarlo antes de que esa fuerza de hierro, fría y ciega, lo despedace. Ve que me voy pero como que no hace caso como si no lo creyera por lo menos ahora no lo cree; quién se iría por algo tan ordinario por algo tan insignificante como un animalito así haciendo zig zag por una gran curva que es casi una impresionante circunferencia y muchas calles, avenidas, conectadas a decir verdad que van para un lado y para otro pero todo lo que digo sucede bajo la autopista. Frío y sombra. Bien húmedo y medio helado. El perrito blanco esta vez escapa en una huida que no se sabe que nunca sabré si es suerte o alguna clase de destreza o una milagrosa hazaña, ese roce ese evitar el golpe la lapidación el salto al vacío a las cosas duras y frías. Saludo. Te doy un beso que es como un repaso de todo lo que estuvimos hablando y riendo. De todo esto se desprende se desprendería que un texto de autoayuda sirve se vuelve legible, soportable, digno para la polémica, para lecturas frescas para ojos que quieren algo distinto o no leer nada más en su puta ocasión. Decía -después miré para donde vos estabas en esa parada por si acaso- cruzo la calle corriendo para meterme en la estación creo que estoy contento porque todo salió bien me interpongo delante de los autos, calculo el tiempo justo para pasar delante de uno le calculo tan justo que paso abrupto como un velocista de piedra delante y me bocinea me insulta me tienta a la pelea y subo en fin lo de siempre, seguir.    
    

04 junio, 2016

Trillizos

 Íbamos por la costanera a toda velocidad y nos abrazaba se apretaba contra nosotros como si fuésemos algo que la protegería por siempre. Anochecía. El río estaba gris y calmo. En sentido contrario zumbaban varios autos que tal vez se dirigían a Aeroparque o salían hacia Retiro. Fuimos disminuyendo la velocidad y suavemente descendimos para besarnos y abrazarnos. Y después fuimos a un hotelcito que encontramos un poco más lejos. No nos cuidamos, y después, nos enteramos que iban a ser trillizos; lloramos toda la mañana esa, había que trabajar pero no podíamos trabajar, los jefes lo entendieron, así no se podía trabajar tampoco nos dejaron ir por miedo a que en la soledad con la lluvia el mal tiempo nos matáramos. Pero por qué llora por qué llora se preguntaban todos, y nosotros ahí tendidos sobre un escritorio en la oficina de los jefes ensuciando un poco todo con moco medio aguado. Tragando una galletita con moco, sorbiendo un mate con moco. Vino otro jefe y nos miró y nos dijo, no podés estar llorando por esto y le decíamos que lo entendíamos que no era para llorar que era para alegrarse pero que últimamente se nos daba por llorar. Uno de los jefes se distraía viendo algo en nuestro cuello como que algo brillaba y ese destello le molestaba en los ojos claros, entonces se acercó. De todos modos el cielo estaba blanco o sea que no había reflejo y destello posible. Y fue este jefe de todos modos y cerró la ventana pesada y medio ministerial con esas hojas de madera macisa que bajan como una guillotina, porque salpicaba un poco de agua de lluvia cerca de la mesita donde estaba ubicado el teléfono. Es por los trillizos entonces que estás así... Sí sí es por los trillizos que estamos así no sé qué haremos no podemos parar de llorar nos da mucha vergüenza esto, no podemos más que lamentar este desastre... cómo nos puede pasar esto a nosotros Dios mío... y así en sollozos todavía un buen rato. Entonces el jefe que estaba del lado de la puerta todavía, el último que había aparecido y que es más jefe que los otros dos -de los cuales en verdad uno es jefe y el otro subjefe- dijo inclinando un poco el cuerpo y parpadeando con sus ojos claros. Vergüenza... dijiste vergüenza... dijo vergüenza -y continuó- qué es eso que tenés en el cuello ese adornito, esa... ¿medallita? ¿te la hiciste provista de una cinta? ¿Es para la envidia o la suerte? Caminamos cuesta arriba, del puente para el otro lado. En la esquina nos detuvimos y husmeamos después en el cordón dejamos que nuestros cuerpos se derrumben y queden allí un buen rato deshaciéndose entre las migajas del perrito blanco. Escarbamos sobre su cuello aplastado y seco, entre pelos pegados que eran una masa todavía suave al tacto. La peor escena, el peor desenlace. La medallita con su nombre y su dirección todavía se aferraba adherida al pavimento. Llevamos la medallita a la casa para mirarla a trasluz después más tarde la colgamos del cuello como una pasión.