11 noviembre, 2013

Pollock y la realidad manual de la pintura


Intentaremos hacer una descripción de la pintura de Jackson Pollock analizando tres escenas de la película Pollock[1].
En la primer escena[2] Pollock está pintando uno de sus típicos cuadros del llamado expresionismo abstracto y Lee Krasner lo interroga acerca de lo que está haciendo, la temática, qué lo motiva a pintar así. Pollock se muestra hermético. Lo interesante es ver cómo se delínean las relaciones entre el ojo, la mano y el plan o intencionalidad del artista. Mientras que Lee Krasner intenta identificar la fuente –conceptual/teórica- de sentido de las figuras que aparecen en el lienzo, Pollock pone de manifiesto con sus gestos –su manera de pararse y moverse frente al lienzo- que en su pintura el ojo está completamente subordinado a la mano; cuestión que va a ir describiendo una evolución y una profundización en las técnicas que Pollock irá definiendo y precisando en el futuro. En este modo de pintar de Pollock, si el diagrama no se encuentra, -eso es lo que desconcierta a Lee Krasner-, es porque como dice el filósofo Gilles Deleuze; es el ojo quien no puede encontrar el diagrama.[3] Si se busca el diagrama con el ojo solo se ve caos, firuletes, líneas caprichosas y motivos arbitrarios. Lo que hay que suponer es que la mano se ha rebelado contra todo lo visual, contra todo lo figurativo, es decir que la coherencia de esta pintura no se puede buscar en algo externo a ella que estaría representando; el mundo de esta pintura comienza y termina en ella misma. Si hay algo que es fascinante de ver pintar a Pollock es, no tanto detenerse en lo que él pinta, si no contemplar cómo su mano lo pinta. Esto no pertenece a un momento puntual de su obra. A lo largo de los años y cuando sus estrategias pictóricas varíen se mantiene ese gesto –el movimiento, la tensión, la presión de su mano- donde el pintor parece concentrar toda su fuerza creativa.
En la segunda escena[4] se ve a Pollock preparando el cuadro titulado El Mural encargado por su “mecenas” artístico Peggy Guggenheim. En relación a la primera escena la evolución que aquí encontramos de su pintura y su diagrama, para decirlo como Deleuze, es una mayor liberación de la mano que se puede apreciar por la velocidad y la radicalidad de los trazos que por momentos son estallidos o recias pinceladas sobre el paño. Lo que se ve es que el contacto entre el pincel y el paño se va reduciendo cada vez más porque por momentos el material se plasma directo sobre la superficie del paño sin pasar antes por la pincelada. Otro alejamiento que se observa en esta escena es el paulatino abandono del conjunto caballete-pincel que en este caso está dado por el gran formato que es la pintura mural. Tan explícito es el alejamiento del “caballete-ventana-figuración” en este caso que Pollock se abre su propio espacio de trabajo a masasos para poder adaptar las dimensiones de su taller a las dimensiones de la superficie a pintar.  
En la tercer escena [01:05:00] encontramos un Pollock que suma todos los rasgos de su estilo pictórico de forma acabada. El caballete desaparece totalmente. La obra se realiza sobre el suelo, el artista interviene sobre la pieza con gestos de manos, brazos y casi todo el cuerpo, se gira alrededor de la obra, se la aborda desde todos los flancos. Aquí vemos de modo anecdótico cómo Pollock incursiona por vez primera en esa especie de pintar salpicando, dejando que la pintura chorree sobre la tela: dripping. El pincel tiende a desaparecer y demás elementos convencionales. Se profundiza el carácter abstracto de la obra en la medida en que ésta se compone de barridos de chorreos, superposiciones de colores y manchas. Cierta crítica puede haber considerado que esto exacerbaba el carácter caprichoso y espontáneo de la obra de Pollock. Pero también podemos ver lo consecuente de su método y estilo. Y cómo alcanza su objetivo de alejamiento absoluto de toda figuración. Pollock afirma: “Mi pintura no nace sobre el caballete. Rara vez, antes de comenzar a pintar, extiendo la tela. Prefiero fijarla sin armazón sobre la pared o colocarla sobre la tierra. Tengo necesidad de una superficie dura y sobre el pavimento me siento más a gusto, más cercano, formando parte del cuadro, porque puedo andar alrededor, trabajar en el cuadro, estar, literalmente, dentro del cuadro. Cada vez más abandono los utensilios clásicos de los pintores; prefiero la espátula, los cuchillos, los colores fluidos y que gotean, o bien, una pasta compuesta con arena, vidrio triturado y otros materiales inusitados. Mi pintura es directa. El modo de pintar es la manifestación natural de una necesidad. Yo quiero exprimir mis sentimientos más que ilustrarlos”.[5]
Si retomamos aquel cuestionamiento que se ve en la primera escena cuando Lee Krasner intenta interpretar el trabajo de Pollock a la luz de las escuelas y paradigmas de la época, vemos que la experimentación ha llevado a Pollock a cristalizar un “lenguaje” propio que rompe con  cualquier indicio que remita a una intención de transmitir ideas, representaciones, contenidos. “Yo soy la naturaleza” dice Pollock para contrarrestar aquellos argumentos que intentan adosar a sus cuadros ideas y contenidos que le son ajenos. La fuerza del diagrama intenta pulverizar todo elemento que busque encerrar las formas, determinarlas. De ahí que la línea de Pollock busque esa variable autómata que no permite a la línea detenerse nunca y se vea forzada -pero sin fingir forzamiento alguno- a dar vueltas y describir innumerables vuelcos de silencioso desorden.  






[1] Pollock, 2000, Dir. Ed Harris, EEUU, 122’ .
[2] 00:22:00
[3] DELEUZE, G, Pintura. El concepto de diagrama. Cactus, Bs As 2008, Trad. Editorial Cactus, p. 93.
[4] 00:31:00
[5] Gran biblioteca Sarpe, Los Genios de la Pintura, Madrid 1979, p. 13.