23 abril, 2013

Tanto dolor

 Todo el día estuve sintiendo que donde debían estar los gotones de la lluvia, que al final no fue, estuvieron los jirones de esa carta entregada por un padre encomendando a su hija querida para que la cuiden y la amen. Mientras tanto en todos los diarios la tinta rebosaba, inundaba hasta lo que no se puede inundar sobre las superficies impalpables digitales y diciendo que hay besos para todos los desvalidos, para los más desvalidos. Quiero una Iglesia pobre, un beso. Quiero una Iglesia pobre, una caricia. 
 Pero cada despojo de palabras del padre escritas y firmadas era terrible y penetraba el cuerpo como trompetas que clamaban sin resonar; tanto dolor... El peso del dolor es incomparable en el sentido de que es intangible en extremo y deja unas huellas que son como movimientos sísmicos. Como si un carnotaurio hubiese andado por ahí caminando hace miles de siglos y las marcas de las toneladas de las patas quedaron; así es el peso del dolor. 
 A todos los de mi generación los vuelve locos Star Wars. Cuando era chico sentía que mi experiencia estaba incompleta porque no había visto la saga entera. Me faltaba el Imperio contraataca. Cuando pude verla, no en el cine porque cuando el Imperio se estrenó yo era demasiado chico, cuando conseguí una videocasettera para poder alquilar la cinta vhs y verla, fue como un renacimiento. Mejor dicho fue como cerrar una etapa de la infancia. Me apoltroné solo en unos sillones de cuerina negros y puse play.  
 Esta película es archiconocida por todos y por lo tanto no tiene sentido decir de qué va. Pero quiero comentar una escena que es en sentido descriptivo el tanto dolor en algún aspecto muy superficial. Cuando Luke Skywalker se trenza en un duelo inolvidable con su papá Dark Vader. Muchas cosas se han dicho sobre esta escena memorable. El padre quiere tentar a Luke en relación al Lado Oscuro y Luke reniega de todo eso porque es un creyente de la luz. El Emperador hace todo para conmoverlo -pero esto no sucede en esta escena sino en otra parecida- al punto de que los espectadores contemporáneos, para quienes por supuesto la luz es una total patraña, desean en silencio que Luke finalmente deje de ser un creyente incondicional y abrace la corrupción de manera apasionada. Pero no. El jedi que ya aprendió un  par de trucos de magia y puede mover las cosas invocando la fuerza se rebela contra los enemigos de la buena humanidad y le hace frente al ya semihumano del padre. Lamentablemente aún no está del todo preparado y sufre la amputación de su brazo a manos del rayo espada luminosa. Es fascinante cómo corta la carne la espada de los jedi. Es fascinante porque el corte siempre es un corte perfecto que quema de un modo abrazador, cuasidivino es el corte. Sin roturas, sin sangre, sin derramamiento de flujos inmundos. Pero desmembra los tejidos sin piedad. El pobre Luke debe ser rescatado con su cuerpo incompleto y sufriente pero felizmente una vez socorrido y entre amigos, es operado de manera incomparablemente cibernética y se le repone su miembro. No hay final más feliz que ese a mi gusto personal. Es una idea brillante, ingenua y utópica: el trozo de cuerpo perdido puede ser restituido. Nada está más lejos de la pura y cruda realidad. Nada es menos real que esa restitución de la carne. Como la muerte, la carne que es separada del cuerpo ya sea de modo brutal o quirúrjico se vuelve incomponible. Es como si ese trozo de carne, esa mano, ese antebrazo separado del cuerpo se tornase absolutamente amorfo; esa es la ley de lo real. De la muerte no se vuelve y del cuerpo que ha sido fragmentado no hay recomposición posible. El espíritu se evade de ese foco de dolor con una saña, con una velocidad que a lo sumo es ilustrada por el reguero de sangre que estalla como en los brazos amputados de los peronajes de Kill Bill de Tarantino. Una lluvia de sangre de dolor y de carcajadas ante el patetismo extremo de lo que significa que el cuerpo sea dividido sin retorno y casi por un capricho de las pasiones y el egoísmo de los hombres. 
 De todas maneras como la ciencia siempre desafía las leyes naturales no es increíble que el padre se presente diciendo que la niña podría haber salvado su brazo. Del mismo modo que lo hacen algunos improvisados y temerarios cuando tienen un accidente doméstico y al perder un pedacito de dedo de una cuchillada se lo restituyen aplicándose unas gotas de pegamento compuesto de cianocrilato. Así, algo de esperanza se habría podido vislumbrar. Pero ni siquiera eso. El brazo tenía que perderse entre los hierros entre los pastizales para que la desgracia pudiese quedar sellada. La desgracia es un giro que desfonda. La desgracia no tiene límite. Es basta es insondable de una espesura fría como la frialdad hipotética de las galaxias sin soles. Así es la desgracia.
 La muchacha está parada en el pasillo y cuando sonríe las ventanas, las cortinas, las paredes escritas y las puertas altas se abollan y absorben a ellas mismas. Ahí está su brazo colgándole, la venda de muchas vueltas que rodea toda esa ausencia de brazo que remarca y remarca el vacío. Y en nada la chica se parece al jedi con su brazo amputado. Y en nada el padre pareciera destilar algo de oscuridad o de resentimiento cuando despliega la hoja donde él mismo ha escrito que la joven necesita un cuidado y una atención especial. Y todo está de más, todo lo que se pueda decir no alcanza a consolar nada. "Mi hija perdió un brazo en un accidente en la ruta. Lo que mi hija necesita es volver a hacer una vida normal..." Más o menos puedo imaginarme a qué se refiere el padre con vida normal, sería como decir que se inserte en un medio social que comparta con sus pares. El desafío y la pregunta es cómo vivir en medio de un desgarramiento semejante. Cuando veo la expresión desahuciada de la madre apoyada sobre una columna esperando al pie de una escalera la pregunta revuela con pesadez; cómo construir la vida desde ahí. Y la pregunta  derridiana de si se puede aprender a vivir y de si se puede transmitir el conocimiento de lo que sería un vivir acertado, se disemina, como un gigantesco azulejo hecho trizas y cada trocito transmite sobre sus irregulares pantallitas esmeriladas secuencias de lo inconcebible.            

  

06 abril, 2013

Las palomas

 Salgo a la mañana, no es tan temprano pero se siente en la piel ese frescor tan digno de la mañana. El asfalto avanzando es inexorable, tan quieto, tan fijado a sí mismo. Las bicisendas están arrebatadas de inmensos soretes de perro, ocres, simiblandos y tal vez aún tibios. Tres palomas están sobre el pavimento, lo husmean, fija su tonta pero atenta visión en derredor. Todo lo que se acerca lo desafían con una displicencia en extremo ingenua y luego no saben cómo escapar. Las palomas revolotean a mi alrededor, mueven su masa de carne grisácea que levanta un viento desproporcionado que inunda todo de olor a hospital. Vuelan mal. Las palomas vuelan mal. O son ellas las que están mal dormidas y malhumoradas. En la poesía de Alejandro Crotto Las palomas se dice que:
"después salimos a cazar palomas
con nuestro rifle de aire comprimido,
mi hermano y yo con menos de once años"(...)
 El vuelo rasante y mal hecho queda atrás. Por la esquina pasa una caravana de autos tocándose bocina; los conductores inmóviles en sus butacas acolchonadas tienen todos la misma expresión. 
 Desde un paraíso observo junto a unos amigos de la cuadra los posibles blancos. Ya tenemos todo el equipo pero nos faltan los blancos. Qué decepción! Seguramente habremos subido a un paraíso porque son una fuente inagotable de diversión y recursos. Pues a nuestras gomeras fabricadas con ruleros y globos las cargamos con aquellas municiones demasiado buenas para ser obtenidas con tan poco esfuerzo. Los ramilletes verdes de bolitas de paraíso son perfectos, fáciles de alcanzar y como balines, insuperables. Los árboles se pelan muy rápido eso puede ser preocupante. De todos modos ahora cada uno tiene unas bolsas o unos frascos llenos, repletos de municiones verdes y no hay blanco a la vista. 

02 abril, 2013

Bala

 El pan y la manteca. La cópula. El pavimento y algo que sobre él se desliza, la explosión de una máquina o la tracción a sangre. La cópula. El cuchillo y la carne. La cópula. Hay cosas que están hechas para conectarse y no le preguntan a nadie si eso es bueno o malo. Hay cópulas naturales, obvias, otras que van por los márgenes, otras tienen un carácter social-histórico, como las calles de la ciudad y los automóviles. Hay cópulas dolorosas, innecesarias. 
La bala y la carne que se atraen como el cuchillo y la carne y hacen bodas, bodas de sangre y amarga miel. Adentro de la carne la bala se ha detenido. Los médicos dijeron hay que esperar... qué hay que esperar? Ver, saber si va a tener un paro ahora mismo. Si la bala llega a la arteria se muere, aclararon los médicos. Esos minutos fueron eternos y la bala se detuvo justo ahí, encalló quitándose impulso abrazador tal vez por el propio coagulo denso que formó a su alrededor.
 La bala haciendo la vuelta carnero entre los tejidos sanos, destrozando todo a su paso y deteniéndose justo antes de barrer una arteria elástica. Como si tocara la elasticidad y no pudiese extraer impulso de ningún otro lado y empujara la resistencia milagrosa de la arteria en la pierna que tiembla del miedo inaudito. La bala tiene que descansar, junto al cuerpo, rodeada de la carne que ha roto y que no la ha saciado aún. A su manera cada uno debe descansar, el cuerpo reza y espera que recen por él. La bala duerme y espera poder quedarse quieta sobre la arteria, la arteria la arropa y la convence de que quedarse quieta es lo mejor. La arteria y la bala entre la corriente de sangre que distribuye los nutrientes para cada célula. Una cópula innecesaria. Una señal que se desvía.