26 diciembre, 2012

Otra vez

 Me miro en el espejo, me reflejo, reboto y vuelvo para recomponerme. Otra vez, me miro, me reconozco, porque reboto y vuelvo en mí para ser el yo que se desdobla y se reconstituye en su unicidad originaria. Sobre la mesa hay un montón de libros desparramados hace mucho tiempo que están ahí. Los leo y me pregunto qué es lo que constantemente se inocula en mi deseo para querer leer eso ilegible y que mi fisiología rechaza. Bueno... no es exacto lo que digo el deseo siempre es el deseo; pero algo me pone frente a una experiencia constante de fracaso. Fracasar como lector es terrible, es tan terrible como fracasar como oyente de música; eso no me ha pasado aún. En fin, ante la metafísica, ante la posiblidad/imposibilidad de superación de la metafísica siempre resulta más atrayente escapar hacia otros territorios... De todos modos me preocupa muchísimo, ni siquiera, poder permanecer en una clara y exquisita explicación de Agamben sobre el Ereignis heideggeriano y una equiparación con lo absoluto en Hegel. 
 Me retiro, me regocijo, recorriendo mentalmente las líneas de una oración irlandesa que Stela me envió para navidad y que dice así:
  

Que la tierra se haga camino ante tus pasos,

que el viento sople siempre a tus espaldas,

que el sol brille cálido sobre tu cara,

que la lluvia caiga mansamente sobre tus campos,

y hasta tanto volvamos a encontrarnos,

Dios te guarde en la palma de su mano.


22 diciembre, 2012

Fábulas

 Nos sentamos a la mesa y el camarero nos trae la comida; en una mano todos los cubiertos juntos y en la otra los dos platos, luego en otro viaje la jarra de agua, los vasos, uno rojo para Ale uno verde para mí y la panera. Agradecemos. Ale además de agradecer hace reverencias y lanza una de esas frases que no se sabe si son irónicas o sinceras. Es un adulador espontáneo y magistral Ale. La charla del almuerzo comienza a fluir pero con platos super fuertes discutimos la cuestión de la absolución de los imputados por el caso de Marita Verón. Basta de ciencia ficción Ale, esto es corrupción y nada más, hay altas cúpulas policiales comprometidas que protegen, hay jueces temerosos de amenazas más o menos reales y también fácilmente sobornables. Qunes. Los jueces claro. Por momentos no me mira a los ojos y está como ido, no exactamente ido sino absorbido por algo que en la calle lo distrae, lo inquieta. No le doy demasiada importancia, ni le pregunto por qué constantemente mira para la esquina donde se juntan los pibes todas las tardes, todas las noches... 
  La discusión acerca de la trata de personas, cuáles son sus límites cómo exactamente se la define si la prostitución voluntaria es trata de personas, todo eso, puede quedar para más adelante pues con mucho menos a Ale se le enciende la lengua cuando le pregunto si alguna vez ha entrado al barrio. Mientas tanto por los ventanales sigue mirando para la esquina mientras se lleva a la boca un trozo de pollo con un poco de pure flojo y muestra el destello metálico de una corona que bordea como un hierro de encofrado uno de sus molares inferiores. Es una maravillosa sorpresa que me diga que nunca ha entrado que solo ha andado por la periferia. Inevitablemente todo se desliza hacia cuestiones como la delincuencia y el narcotráfico Ale cuenta que sabe muchas cosas de allí dentro pero que son como una gran fábula, aunque nada indica que uno no pueda considerarlas reales. Habla sobre dispositivos tecnológicos difíciles de describir pero que se puede presumir que existen, más allá de las chapas yuxtapuestas ad infinitum. Y, hablando de chapas, menciona al famoso Marcos que ha sido en algún tiempo buscado por interpol o alguna de esas agencias federales que siempre suenan con mucho bombo. Pero quién es ese Marcos es el Comandante Marcos? Ale hace una mueca entre escéptica y evasiva y dice que en realidad no está seguro. Lo cierto es que el tipo ha zafado montones de veces, nunca podían echarle mano. Alguien le ha contado hace unos años que existen adentro unos túneles que comunican con otros barrios más al sur, es más, el que ha contado la historia los ha visto con sus propios ojos según Ale y no tenía necesidad de andar mintiéndole. Supuestamente Marcos usaba esos túneles y por eso era capaz de desaparecer aunque las redadas de los grupos especiales fueran sorpresivas. Cómo serían esos túneles y dónde estarían ubicados; dentro de una casa, en un pasillo, bajo qué angulo bajo qué techo angosto como un desfiladero? Tal vez detrás de una puerta falsa que comunicaría con un pasillo contiguo tan angosto que las personas deberían atravesarlo de espaldas a la pared, como muestran en un informe colgado en ytube. La periodista sobreexitada, como sucede siempre en estos casos, dice que desde esos pasillos no se puede ver el cielo... Mientras la cámara avanza y se pierde entre bifurcaciones y más bifurcaciones de pasillos, escaleras y múltiples fascinaciones borgeanas. 
 Se zampa rápido los últimos restos que dejan limpio el plato sin que le pase el pan ni nada de eso y me pide que lo disculpe. No ha dejado de estar nervioso durante todo el almuerzo mirando hacia las ventanas y enfocándose en esa esquina que lo preocupa y lo inquieta que un tal Bran estuviese jugueteando con un bate de beisbol; tal vez están esperando a alguien, hipotetiza Ale. Me saluda me dice que después la seguimos y me deja pensando en vuelos de reconocimiento, en techos que no son solo techos en cosas imposibles de registrar en radares, en el google earth, en cómo todo se ve desde arriba en cómo todo se ve desde abajo, desde adentro desde un afuera. Hay un juego de fuerzas en el ambiente pero mientras que yo insisto en que la corrupción y las estructuras derruídas permiten la injusticia y la violencia de todo tipo Ale cree, que más allá de eso, existe un mal que no puede ser extirpado. Pero de qué modo se logra esa pervivencia?; por contactos con la política, por tecnologías electrónicas desconocidas por magia de la negra de la buena de la terrible? Hay que creer entonces que los techos apelotonados unos sobre otros configuran un centro de dinamismo desconocido que hace rebotar todas las señales; no eran solo chapas regalas por cualunques punteros políticos de turno?
 Me quedo solo terminando el almuerzo mirando a través de los ventanales hacia afuera, ese desfile de libertad agónica, de vida de repetición. Un gran desfile la calle como ver una película muda que desgarra la pantalla o mejor dicho la derrite. Imagino que Ale también desfila por ahí afuera vestido como un obispo porque el rey lo ha investido con un grado mayor de jerarquía. Eso hacían los reyes -cuando los había- con total desparpajo producían estatutos de realidad a través de sus meras palabras; nombraban, adjudicaban, elevaban, jerarquizaban la simple faz y el aliento inútil de cualquier hombre común. Bueno ellos también habían sido investidos de ese modo por la palabra pero también por la sangre. Y entonces pasa Ale con su vestido color violeta y en la cabeza el solideo también violeta y un báculo que agita en el aire con suavidad como si tanteara la espesura en la que se interna. Ale entra al barrio por primera vez. 
       
 

11 diciembre, 2012

Otras regresiones

 Me gustaría poder codificar en onomatopeyas el llanto del perro. Qué difícil es admitir que los signos reproducen aquello que en la tibia noche se enarbola entre los patios internos, las medianeras y la general disimetría de las edificaciones. Pero lo intentaré; uuee, uueyee. Cómo se lee eso lo ignoro. El perro no para de lanzar ese reclamo al firmamento desde hace semanas. De pronto, una iluminación. Está claro que para triunfar en la vida hay que creérsela. Siempre hay que creérsela. Hay que pararse, caminar hasta la heladera, después encender la nottbook, hablar por teléfono lo que sea no importa hay que creérsela... si no... nada funciona. Mientras sigue lanzando el quejumbroso lamento me convenzo más y más del significado profundo de lo que es la autocreencia. 
 Vamos caminando por Bolívar con la sensación de que vamos bajando por la vereda, esa angostísima, -caminar por una vereda así supone toda una destreza, un conocimiento de la ciudad y de las cosas que asoman a cada recodo, sorpresivamente- y le digo, a Ale, que el problema es que siento que se me acaba la nafta. Y me dice que eso es tan solo una sensación. De pronto se detiene y me avisa que nos despedimos porque allí en la puerta de ese garaje va a buscar su auto y sabe que se la cree cuando dice eso, pero me tranquiliza de inmediato porque después vamos a seguir discutiendo los pormenores. Sigo caminando solo hasta la esquina y cuando estoy esperando que el semáforo corte para poder enfilar directo a la boca del subte hago unos segundos de tiempo balanseándome sobre el cordón gris de duro adoquín. La diferencia de altura entre el cordón y la calle parece una distancia enorme que estremece como si jugara a caminar sobre un desfiladero. El sol pegándome en la cara; no me deja ver. Pienso, en ese instante, que dentro de muy muy poco estaré descendiendo por la escalera de la estación Bolívar y no creeré en nada.

01 diciembre, 2012

Transferencia

 A horas diferentes las cosas que pasan en la calle son diferentes, debe ser porque en definitiva la calle es como una especie de ecosistema muy perverso con cinturones de paranoia que lo rodean y cinturones de gendarmería y de prefectura. Pero a esta hora cuando ya los comerciantes van cerrando sus persianas porque todos de manera sincronizada ponen sus cadenas, sus candados, sus barras y hierros hiperduros quiere decir que la noche se va haciendo de noche pero para cerrarse la jornada. Es lindo cuando la noche está fresca y hay un viento que se va levantando y se hamaca como una bisagra olvidada, suelta ahí en ese límite de la noche que cada vez es más noche pero que se detiene un poco en este momento de la jornada donde todo de a poco se va cerrando y yo con mis bolsas de compras estoy por llegar a mi casa. Todos están por llegar a su casa por eso brillan un poco más, menos los que no tienen casa que se quedan sentados mirando a los que refractan un poco más la luz porque están por llegar. Cerca de mi casa hay un local que -al contrario de todos los otros- siempre está cerrado a la calle, es decir para ser un comercio carece de algo esencial que es estar vuelto hacia lo que pasa. Sencillamente tiene apariencia de estar cerrado. Es evidente que no lo está; hay vida comercial en su interior, se realizan desconocidas transacciones o servicios gratos ya que otras veces cuando los transeúntes van hacia el sur o hacia el norte sobre la angostísima -fastidiosa- vereda revuelan (escapan) de dentro voces, risotadas, aprobaciones que se diluyen en el poco entendimiento de quienes se llevan engarzado del oído algún hilo de voz. Pero cuando, ahora, paso con las bolsas los jóvenes agrupados en la puerta me miran. Están fuera es raro. Un poco recostados en los asientos de sus motos y en sus bicicletas bike con cambios shimano y frenos a disco. Ahí a través de los vidrios del negocio se ve un gran resplandor violeta y las puertas están abiertas... liberaron al helecho bioluminicente, lo mostraron al exterior, tal vez porque la noche permite esas cosas, ciertas pequeñas transgresiones. Lo primero que le preguntaría a los muchachos es por qué siempre en vigilia están encerrados, puertas adentro, en lo que debe ser con seguridad un pequeño recinto iluminado con luz artificial. El helecho bioluminicente ahí emanando esa luz particular, inconfundible, algo sagrado hay en esa luz algo orgiástico y salvaje. Y los jóvenes parecen rendirle culto. Otras veces imagino una logia donde las palabras mesuradas pesan y cada afirmación se calcula y sopesa. Las conclusiones pueden fluctuar a veces pero todo es pausado porque cotiza. Lo raro es que el resplandor violeta esta noche fresca se escapa puertas afuera y se expande hacia la calle hacia el tráfico de automóviles pues lo retienen todas las tardes oculto sin que nunca se pueda saber nada. Solo sus motos y sus bicicletas estacionadas casi apelotonadas en la vereda insignificante a la espera de algo ignorado por todos en las cincunmediaciones. Acaso allí dentro están hablando de cómo se educa, de por qué se educa, de si es necesario pagarle a la gente joven para que se eduque mejor, más felizmente. ¿Acaso hay que motivar a las personas para que no falten a sus obligaciones y descontarles de su cuenta en el banco ciudad cuando faltan al bien, cuando no cumplen, cuando no hacen lo que se espera? Pero también es cierto que crecer creyendo que siempre a uno se le debe dar cash sonante por cada cosa buena y esperable no es bueno o no es lo más deseable. Pues, se dirían mirándose a los ojos, porque siempre hay que mirar a los ojos cuando se habla del bien, hay que hacer lo que se debe hacer porque sí y la recompensa va a llegar, va a llegar pero mañana... cuando dicen mañana es un mañana lejano tan lejano que es lo menos cash que pueda imaginarse. 
 Antes de encarar la cuadra con las bolsas he estado hablando de todo esto en la terapia. Fue la última sesión con la doctora porque hice que todo estallara al preguntarle si quería acostarse conmigo. Durante algunos meses había estado concurriendo al hospital de psicología. En una primera entrevista la doctora me dijo, después de escucharme hablar de corrido durante aproximados cinco minutos, que bueno, que sí, que parece que algún tipo de conflicto hay... Ya en la segunda y tercer entrevista le molestaron algunas cosas. Le molestó que hablara de manera abstracta que intentara dirigir las potencias discursivas hacia cosas que no fueran yo mismo; por ejemplo mi gran fascinación por el helecho bioluminicente. Eso, dijo, era una barrera que ella se encargaría de disolver o mejor dicho de proveerme las herramientas para que yo mismo lo disolviera. Y después de tantos meses de escucharme tanto ella como yo y de ir notando esa evolución en que se vivencia que todo el sentido y la significacia emerge porque hay alguien allí que escucha, que acota, que pregunta; alguien allí que se supone que sabe. Entonces esta tarde sentí como un mareo mezclado con un frenesí, no pude ni quise pararlo y le pregunté a la doctora, mujer madura de unos sesenta años, si quería acostarse conmigo. Que modo estúpido de dinamitarmitar el proceso de cura. Cuando la semana próxima vuelva al hospital ya sé perfectamente que tendré otro profesional para que siga mi caso.