12 abril, 2014

Yerbalito y el rodeo

 Nunca pude ni quise volver a yerbalito, sabía que si alguna vez eso sucedía iba a ser como por pura casualidad; quizá un azar poco feliz. Bueno, cada uno tiene derecho en su imbecilidad a ir no ir a ciertos lugares y yo últimamente intenté no pasar por allí. Quería muchas veces pasar por allá por química oeste para comprar algunos artilugios que me permitiesen pasar bien los inviernos pero no. Lo resistía. Como dije antes cada cual con sus resistencias, aunque sean absurdas. Una vez casi estuve a punto de rodar hasta química oeste pero era imposible evitar yerbalito que estaba antes. Por otra parte ahí me di cuenta de que no era solo la plaza, la avenida, el chino, los morgan, lo de luisito el coiffeur, la casa de los catupecu, el sonido tan próximo del   sarmiento, y por supuesto esas moles deslucidas y agarrotadas que  eran y han de ser yerbalito. La idea de no querer pasar por allí se extendía a mucho más a química oeste y tal vez a Liniers y a las placitas del Santojani, donde a veces iba a hacer un pequeño entrenamiento. Y también, a las bellísima placita que no recuerdo el nombre pero que está limitada por las calles Founrouge, Av Larrazabal, Coccio y Caaguazú. 
 Una mañana nublada de marzo, húmeda, es la última vez que estoy en yerbalito. LLego antes que ellos, en el departamento doy vueltas, reviso, pero ya no hay nada más que revisar. Entro al baño y me echo un lionel digno por ser el último y justo cuando me estoy terminando de lavar las manos suena el timbre y bajo animado a abrir. Salgo del ascensor y los veo a través del blindex uno con campera gruesa y el otro con sobretodo; entonces hace frío pienso ahora... Entran al pallier, me saludan, Curtad no para de hablar o continúa una conversación que ya traía de fuera, ya estamos subiendo hasta el 14. Me confundo, es hasta el quince. El 14 era una parada necesaria, Lost Highiway, Blue Velvet y Muholland Drive. Nosotros vivíamos arriba de esa trilogía, justo arriba. Era heavy metal el 14. No eso exactamente, era del orden de lo siniestro o al menos así siempre me lo pareció. Curtad habló rápido de varios temas al mismo tiempo quedó claro que era el tipo de persona a la que le gusta hablar de sí misma a los extraños, y, como todo abogado se explayaba con facilidad. Pero es al mismo tiempo innegable que nos sedujo con sus insinuaciones de loco de enfermo psiquiátrico ambulatorio, un verdadero loco... de amor? Nunca lo sabremos pero entre él y Perre había una natural complicidad la elipsis era espontánea y con un sí o un no o una risa o un claro todo quedaba sobreentendido. Había allí un placard al que al entrar Curtad se avalanzó y lo admiró como si fuera, no sé, un lugar de fuerzas especiales. Dijo que él lo había hecho y deslizó la palma de su mano por su superficie lisa. Siempre había sentido una fuerza especial en ese lugar de la casa y me encantaba, usando la escalera que me había comprado en la ferretería abarrotada de la esquina, hurgar allí y acomodar algunas cosas. Había cierto misterio en aquel rincón que me atraía, estaba la fotografía puesta en marco rectangular gigante del viaje de egresados y de las vacaciones o la luna de miel de Curtad con su mujer blonde. A cada palabra de Curtad un intento de atar un cabo suelto. Pero era difícil. No era simple encontrar coherencia y consecuencia entre tanto misterio. Intercambiamos unas cuantas palabras, unas cuantas formalidades más, Curtad me dio una plata extra porque había cumplido con todo y Perre puso cara de satisfacción. Me sugirió Curtad que me llevara unos artículos de limpieza que habían quedado en el bajo-mesada y yo dije que no porque ese día me quería ir liviano, ya estaba, no había más nada que llevarse de ese lugar. En la calle nos dimos el último saludo mientras todavía resonaba ese misterioso acá las cosas se me salieron de quicio acá las cosas se me salieron del tiempo que expresó Curtad y teníamos inmensas ganas de pedirle que nos contara mejor pero ya estaba. Le espeté -con cariño- que yo allí había sido muy feliz para que sonara como un contraste perfecto y oportuno sin acechanzas, y Curtad lo aprobó. Luego me tomé el 96 que curiosamente vino muy rápido. Ya no había más nada para ver.
 Pero el rodeo siempre es el rodeo. Es algo que simplemente cae a mis pies sin frialdad ni estricta numerología, pero con cierta recurrencia y cierta obsesiva intención interpretativa. Algo que recurre algo que reinstala lo que aleja, lo que vuelve, lo que se quiere dejar atrás, a lo que se querría volver. Como me estoy por mudar visito unos cuantos anuncios on line de departamentos ofrecidos y a desgano un anuncio de uno luminoso a estrenar tiene unas cuantas fotos de su interior. Una foto me llama la atención y es como si me metiera dentro de ella. La foto toma la ventana que da a la calle es un primer piso y la lente se ha casi encandilado con la luz blanca que penetró en aquel instante el ambiente vacío. La luz viene del sur o sea que por su intensidad es de la mañana porque si no sería pura sombra. Le echamos un poco de zoom a lo que se ve, a ese afuera, la calle las formas de concreto que brillan grises, enfrente se dibuja borroso un enrejado y detrás grandes columnas también grises y brillantes. Del otro lado del enrejado es un playón donde hay dos autos curtidos por el sol y la lluvia, o sea que es la mañana de un día hábil. Después es inverosímil pero es lo que la foto anuncia. Ya comienza yerbalito, sus columnas rugosas sus formas que pierden la mirada entre una arquitectura deslucida. Es un cosmético esa pintura gris. Brilla por la luz. Hay acaso otro modo de brillar? 
  
     

06 abril, 2014

Arrepentimiento de las chicas

 Una chica que conocí una vez en cierta costa del Uruguay... estaba drogado y no veía. Estaba caliente. Después al amanecer no me gustó que la chica tenía granos en la cara y la despedí al rancho de color violeta donde ella se había hospedado. Otra vez estaba drogado en Gral. Belgrano y una chica me dijo, una chica buena y hermosa, una chica que sabía hablar me dijo, no voy a coger con vos porque mañana no te vas a acordar de mí. Otra vez en Uruguay una chica que era la más linda de la playa, una chica que si se rodeaba de tules y de aceites perfumados con sus ojos verdes de gato siamés parecía una reina egipcia, esa me dio un beso. Estaba tan drogado que fui y besé a una puta que andaba por ahí alegremente bailando, entonces vino el hermano de la chica más linda de la playa la de los ojos verdes de gato siamés, y me increpó. Me quiso pegar y menos mal que unos amigos lo calmaron, porque yo no podía justificar mis actos colmados de torpeza. Los amigos intervinieron para que no me pegara y yo pasara todavía más verguenza. Y otra vez estaba tan drogado que bajo la lluvia rodé con la hermana de un amigo y después, como a la otra semana, le dije a mi amigo que él me iba a querer matar y mi amigo me dijo que yo podía hacer lo que quisiera y lo que más me heló la sangre fue que él me hablaba como si no le importara y eso fue peor que todo lo demás que pudo haber pasado y no sucedió. Otra vez de vacaciones estaba tan drogado que la mujer con quien quería estar desde muy chico porque hacía mucho que la conocía me dijo después de que yo fallara al pretender ser su amante, que nadie podía obligarme a hacer algo que yo no quisiera y sentí mucha tristeza y pensé que ella era un gran amor que estaba dejando esfumar.