23 junio, 2014

Coming

 Observadores, acariciadores y sedentarios. Atrapados frente a góndolas inmensas de criadores de vinos y espirituosas, se frotaban y pasaban sus manitas temblorosas, blanconas como recién salidas de la crisálida. Todo esto tiene una meta que es la de saciar. Hay una chica y hay un viejo que se cruzan en medio del pasillo radiante de luz artificial. El viejo manipula cajas y sobres de sopas y se le cruza a la chica y le pregunta balanceando en sus manos un paquete de maruchan, quiere saber qué es esto. 
 En la parte del pasillo donde no hay luz están acostados y se tapan. Están los que necesitan un paliativo por la falta de sexo. Los que por la falta de sexo ni se mueven ni piensan. Los que por la falta de algo más pierden sus años gastando una silla y mirando por una ventana como miran los viejos cuando están en el geriátrico y terminado el té con leche ya no queda más nada que hacer. Y los que por tener sexo a desgano al menos no tienen esos sueños sudorosos y fríos de los otros, ni se sienten apesadumbrados por una amargura innecesaria. Se necesita agua para cocinar una maruchan pero el condimento ya lo trae incorporado, cómo, adentro lo trae. Es rico. La chica sigue recorriendo el pasillo y el viejo se queda leyendo prospectos de sopas en cajas y sobres y sus manos cubiertas de vello blanco acarician los reflejos que los paquetes emiten. Los que al acostarse -también esos están- desnudos abajo sienten por vez primera el miembro erecto y entonces se sienten, también, por primera vez vivos, sí, y tienen sueños toda la noche entera que les informan que algo viene.             

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