Nos despertamos pensando en pedir tres deseos. Un
deseo estaba apuntado sin lugar a dudas hacia el perrito blanco que había
salido como una flecha. Otro deseo estaba apuntado hacia la posibilidad
del primer amor. Y por encima de todo eso o sosteniendo todo aquello el
pedido era que se cumplan los otros dos deseos.
El deseo de que el
perrito blanco estuviera bien.
Porque cuando nos
muramos vamos a verlo al perrito blanco saliendo como una flecha hacia la
calle, disparado porque sí de puro contento, escapado, creyendo que está
burlando alguna ley física. Ya no podemos pasar por esa calle, la evitamos, qué
calle qué nombre de calle siempre por aquí nos han parecido difíciles de
retener los nombres de las calles.
Las cosas
determinantes, las duras las difíciles de asimilar, las calientes las muy frías
las despojadas, las solas cosas, siempre pasan sobre el pavimento, el azul.
Allí vemos las cosas solas vulnerables, lo que se disuelve lo que no resiste la
embestida lo que es rápido pero al fin lento la reacción de aquello que no ve
que no ve que viene algo, sobre sí, sobre lo frágil de la carne a la que se
dice siempre amar en el momento ese donde todo ya está terminado. Y entonces
apagaron las luces, antes ya habían encendido las velas, sacamos el papelito
todo hecho un bollo, leímos cada deseo y soplamos como soplan los niños con esa
preparación con que soplan los niños evidenciando que han estado practicando.
Ese aire que no surge espontáneo sino como una enseñanza que se luce y muestra
a los costados. El perrito blanco esté bien, el primer amor, y el que sostiene
a los otros dos que ambos deseos se cumplan.
Después ya no pudimos
seguir manejando y era como un cuarto que se inundaba sin retorno, el agua
subía el nivel faltaba poco para que la velocidad alrededor de las cosas nos
ahogara. La tristeza no detiene el mundo.
Si es así había que
seguir. Pero no podíamos entrar a ese agujero de amable rutina unas pequeñas
escalinatas donde teníamos que entrar y trabajar. Nos sentamos a esperar y a
llorar como si aquello fuese un altar para pedir algo, no era esa la forma.
Entonces creímos que
en ese día que era ante todo un día señalado por los rayos fulminantes de una
mezcla de verdad y locura o por una indiscernible bola de verdad y locura,
supimos que habíamos abandonado a lo más amado, a lo más cuidado y todo se iba
desluciendo inaprensible como una repetida imagen grabada en una cámara de
seguridad. Siempre mostraba lo mismo siempre ese mismo circulo aborrecible en
rojo claro mostrando el perrito blanco como una flecha. Lo más amado siempre lo
más amado. Ahí, la dejaba, la abandonaba porque en sueños ese perrito blanco era
ella otra, una perra, amada, era ella seguro era ella. No haber cuidado lo
único que debía cuidar, dejar que las cosas aquellas, un remordimiento sin
fondo; nada comparable.