04 mayo, 2014

El amor. Y desasosiego

 Avenida Corrientes. Cierto bullicio. Es de noche. Vamos caminando con un amigo. Salimos del cine un día de semana. Estamos contentos porque ver una buena película nos pone así. Vamos caminando por Corrientes que tiene una energía especial. No sé debe ser por todo lo que nos contaron. Cruzamos Uruguay, cruzamos otra oscura y otra más vacía, porque es de semana y ya no hay mucha gente demorada. Casi al llegar a la siguiente avenida nos miramos, nosotros sí demoramos nuestras miradas. Solo el amor nos puede salvar.
 Toda la vida sufriendo por una mujer que ya no está o por una mujer que no estuvo nunca, pues así son las mujeres. Hay que ver también si esta ausencia extrema no hace que el significante ´mujer´ termine siendo un negro agujero del lenguaje que nos deja sin habla, sin escritura, sin cuerpo, sin sentimientos ni deseo. Pero no se puede estar tan mal mientras haya cierta identidad, como una lejana certeza de lo que uno es. Este sujeto que está aquí que mira que se mira con otros que es escuchado y sus palabras remiten circularmente; porque rodea desde la salida hasta la entrada y luego entra por donde antes había salido. Una película de David Linch, Island Empire, una escena sobre los desajustes del amor y el deseo, la angustia y la identidad jaqueada. Dice la protagonista, el sujeto perdido y quebrado. "No sé lo que estoy haciendo aquí, me encuentro jodidamente agobiada. Creo que comienzo a confundir las cosas. Apenas sé quién soy". Había ido penetrando las tinieblas la mujer. Venía de la calle y se internó en una edificación decadente subiendo por unas escaleras que crujían y sus pasos resonaban, imposible evitar que resonasen. La iluminación de los corredores amarillenta y horrible. Abrió una puerta, cualquier puerta que chirrió y adentro del departamento había un tipo con mirada muerta que la escucharía con una disposición natural y desprovista de todo interés. "Había un hombre que conocí una vez, su nombre era... Qué importa cuál era su nombre... Un montón de tipos cambian, cambian pero al final se revelan, con el tiempo revelan lo que son realmente, sabe lo que quiero decir?" También narra algo que es para una inmensa minoría del orden de lo cotidiano cuando dice: "Un hombre intentó violarme cuando tenía 15 años"(...) Después están los dos enfrentados en una pequeña y pobre mesa o paupérrima atmósfera familiar donde se respira un aire enfermo. Ella que viene a ser como la desdicha echa carne dice: "Aún nos queda algo de dinero". Habla con un tono afectado, apagado, muy nasal, como si estuviese resfriada o aguantando una gripe. "Oh así que somos ricos por eso bebo esta mierda de cerveza" Le responde sin llegar a gritarle, habla como se dice con la boca llena, qué es lo que le reprocha exactamente. "Estoy embarazada I 'm pregnant, I 'm pregnant! Muy graciosa". Le responde este tipo que es como uno de esos que se revelan. "Estoy embarazada". Repite ella. "Qué es esto?" Esa es una pregunta bisagra que descoloca, él descolocado hace una pregunta que descoloca. "No pareces muy feliz Buddy"(...) Y siguen los desencuentros.
 Para finalizar una escena que o no significa nada por su tono de ornamento o remite a los orígenes mismo del arte escénico. Una negra que danza medio extasiada y alrededor otras mujeres ya conocidas que van pasando a formar parte de un coro más secundario. Mientras tanto en medio de la -ορχήστρα- orchestra la negra protagonista continúa cantando acompañada de un grupo selecto y danzando con energía. De ahí que parezca olvidarse todo lo demás que nos mantuvo más de dos horas bajo un estado de concentración hipnótica y desesperanzada. Parece, en esta escena final, jugar un poco con los orígenes del teatro: danza, canto, carnaval y olvido en la vorágine de la indistinción entre lo real y lo ficcional.

03 mayo, 2014

Registro del otro

 Las chicas se pusieron a grabar una cinta una noche. Para ver si era cierto que tenía apneas de sueño. Y después cuando entraba sol por la ventana se pusieron a escuchar. No tenían miedo porque estaban juntas. Se oyó respirar. Se oyeron ronquidos, pronto cesaron. Como una especie de fatiga, un sonido como de viento, como una fricción. Pero las cintas que usaron las chicas eran digitales y silenciosas. Se oyó el ronquido de un motor grande como un camión recolector de residuos que pasara lejano y luego silencio. Sin luz, sin sombra, sin fin aparente. La cinta que las chicas habían grabado abarcaba una noche entera. Solo once minutos se atrevieron a escuchar y después la apagaron. La respiración se cortaba como si algo se pisara a sí mismo, se solapara, se recubriera entre las mantas con inquietud. De pronto se hacía respirable pero sin aviso se hacía irrespirable. Este juego parecía no tener fin. Y más allá de la noche que muy de vez en cuando traía esos sonidos lejanos de la calle o la avenida más próxima, sonidos como de motor o ladrido aislado, había algo más. Algo más que la simple respiración. Algo que agonizaba y sobre ese vacío más oscuro, las chicas querían pegar las orejas. Una de ellas dijo que eran ruidos como de hojas, como de un crujir, y la otra le preguntó si como el crujido de las hojas al ser pisadas en la vereda. Y la otra tal vez asintió. Pero a la otra más bien le pareció otra cosa.
 Lo cierto es que no se esperaban escuchar eso en aquella grabación realizada con el teléfono personal de una de ellas. Era como si al comenzar a escuchar la grabación se mirasen y no pudiesen creer, petrificadas, el alcance de aquello. Como una idea relativamente fácil de llevar a cabo, y después la sorpresa desagradable. Porque lo que estaba del otro lado estaba vivo al fin y al cabo pero en la profundidad de la noche, en el silencio, en lo que se ensimismaba y se escurría se había ido tornando irreconocible. ¿Inhumano?, preguntó una de ellas, la otra no le permitió terminar la frase le tapó la boca con la palma de la mano, luego le descubrió la boca, se besaron, se abrazaron, se contuvieron. Desearon que nunca nadie les preguntara por esa cinta, una quiso destruirla, la otra la convenció de que mejor era ocultarla, la otra no se dejo convencer pero no opuso demasiada resistencia. La otra entonces dijo que se encargaría, la otra estuvo de acuerdo con tal de que nunca más se hablara del tema. Se cubrieron juntas, con un poco de frío, porque empezaba ya a refrescar o porque ellas lo tenían en su estado de ánimo un tanto apesadumbrado, pero al menos se acompañaban y se guardaban la una en la otra.