28 enero, 2012

Mundo abisal

 Hay veces en que si no escribís no podés moverte. Una tristeza te inunda y no sabés de donde viene y necesitás sacarlo, especularizarlo, darle cierta plasticidad a eso que te ciega y te acorrala. Solo así podés llegar a moverte otra vez. Como si hubieses aceitado los músculos, sacudido la costra que mantenía anquilosados los huesos y calcificarte por la ingesta de una píldora formidable. Unir miembros y tronco, cabeza y tórax. Es ver el reflejo de eso que está con uno, el tono del que ha pintado el interior. 
 Son doce segundos de oscuridad como dice la canción de Drexler. El cine también en 12 segundos o poco más que eso se ha cansado de objetivizar ese vértigo cuando llena un cuarto de pura agua de mar que entumece los huesos y la sangre solidifica porque afuera hay demasiado derrame azul y negro. El personaje que se siente ahogar desespera y busca forzar la puerta pero bajo el agua los movimientos de ese cuerpo son como el leve danzar de hojas submarinas que mueven las corrientes. Los brazos del personaje aunque fuertes brazos que luchan por su vida en un lapso corto de tiempo asumen que bajo el agua la violencia es de otro género. Bajo el agua devuelve un mundo completamente liso donde todas las estrías están disimuladas por escamas sedosas. Después de eso te quedás viendo cómo en un vaso con clara agua tibia un poco de tinta documental se propaga como una niebla luminosa que juega con movimientos voluptuosos a reproducirse y cubrir todo el espacio liso. La tinta se deja dominar y domina ella misma  pero con la calma del que sabe que está todo perdido. Por el majestuoso ojo de buey del camarote el chorro de agua ingresa con una fuerza irreparable y te quedás mirando ese pequeño vórtice límpido tan helado y capaz de matar sin contacto. Descolgar el hacha del muro podría ser una solución pero no hay tiempo porque en seguida los brazos audaces, rabiosos, son como vallisnerias columpiándose en el fondo transparente esas hojas encintadas que llevan y traen las vibraciones acuosas.

22 enero, 2012

La Vieja

 Fue horrible lo que hiciste esa vez, fue de una necedad tan recalcitrante tan odiosa tan innecesaria, baah... Tanto, tanto habíamos trabajado en equipo para cazar a esa hermosa vieja. Era nuestra. Y sin embargo, tal vez ya cuando entramos en Buenos Aires (en la provincia o en la ciudad qué me importa) estaba terminada. Te advertí de manera ingenua sin siquiera hacerlo advertencia, tampoco como aviso o como sospecha, simplemente te dije ponela, a la vieja, en el balde, entra, pero no, tenías que buscar una manera más complicada y prolija pero falible de acomodarla en el amplísimo baúl del chevrolet 400. Acaso alguna vez te disculpaste por haber asesinado nuestro hallazgo, nuestro tesoro, el premio de unas vacaciones casi perfectas? No sé tal vez lo hiciste, hablo de cosas perdidas. Desfilan esos vestigios, caprichosos como plumas de acero ante el haz de un telescopio que selecciona y remueve esos depósitos tan lejanos como estrellas.  
 Para ser justo, pienso, me sacaste a la vieja pero me diste algo que no cualquiera de chico recibe en unas vacaciones. Porque también recuerdo que en esas o en otras antes o después qué importa, devastados por una sombra calurosa me dijiste mirá, mirá -y me tocabas el brazo con una ansiedad atrevida pero frenándome con tímida desesperación- esto, eso, es un precipicio. Y nos asomamos al susodicho. Lo pude ver todo, yo no fui hacia él pero él me envolvió y nunca pude olvidar esa sensación precipicial absorbiendo las miradas. Esa vez escalamos y terminamos, la montaña fue nuestra. Gracias viejo. No a cualquiera le enseñan cualquier día lo que es un precipicio.   

19 enero, 2012

Las relaciones

 El timbre se nos echó encima con la insoportable violencia de un insecto, hambriento y zumbón, cortando el silencio de la tarde. Saltamos de la silla y nos acercamos a la oreja el portero que muy lejanamente y con esfuerzo optimista podía simular ser en sus vagos murmullos un caracol y espuma de mar. Ya la manera de nominar de la voz conocida era diferente; algo parecido a la distancia que hay entre un ´ale´ y un ´Αλέξανδρος´. Con miedo nos fuimos acercando a la puerta pero con una decisión radical de ponernos a la altura de lo acontecido. Pero... y si el destino ya nos había cruzado la cara... Casi en llanto apretamos los pasos por el largo pasillo repartiendo las energías de la hora aciaga entre la inminencia de la desgracia y la posibilidad de las prácticas adivinatorias en las que pretendíamos adiestrarnos. Ver la cara de Elizabeth y de Franz sin escatimar sonrisas esperando en la puerta de calle casi notando la palidez de sus dientes a través del blindex fue caricia redentora. Pero luego correntada de vergüenza ante la risa de los espíritus libres y las fuerzas del caos-supernatural que se mofaban, claro, de nuestra impericia en prácticas de brujería. La razón de la sin razón había sido andar compartiendo demasiado oseo con Las partículas elementales que habían empujado y quebrado todas las represas de nuestra conciencia ingenua. Las ganas de enfermar y morir, de eyacular en bocas abiertas y desaparecer para el mundo. Pero... y si al menos una vez... entre los restos podridos que toda inundación deja encontramos ahí mismo entre la resaca de los sapos aplastados y las ramas arrastradas un no doble para nosotros que no sea una mera pieza de intercambio para aminorar el hastío universal.

17 enero, 2012

Bebé

 Este bebé es mi bebé. Varias posibilidades, varios desenlaces. O les echaba mierda encima desde arriba asomando medio cuerpo por la ventana o cometía un asesinato en cadena. No sexo en cadena, ni para darlo ni para recibirlo sino matar primero a uno después al otro a los niños, al canario y al perro. Después silencio y una correntada que de a poco inundaría cada ambiente y el desorden de las ideas que se asentarían y se fundirían en un miasma de miedo y sosobra. 
 Levantó en brazos al bebé. Lloraba. Y se fue directo a la ventana que daba al pulmón del edificio de donde llegaban las acompasadas y convulsionadas respiraciones de bebés reales de carne y hueso y de niños que jugaban en sus patios sombríos con cobayos mansos. Y le pidió a la señorita que por favor que con sus amigas hicieran un poco de silencio que su bebé estaba un poco afiebrado y le costaba mucho ponerlo a dormir. Casi que también les estaba mostrando a su bebé para que lo vieran, además no eran tantos pisos de distancia. La vecina se quedó mirando fijo con decidida cara de gallina sorprendida sin articular y la que hablaba con voz estruendosa se prendió a los ojos celestes del muñeco alzado que reverberaban intensos con la luz tan clara y cálida a esa hora.

11 enero, 2012

12 dedos

 Las aspas del ventilador son tres pero eso se sabe porque el ventilador está en reposo, si estuviera girando por toda la eternidad y desde el nacimiento mismo cómo saber, cómo adivinar que las aspas son tres? Introduciendo un pequeño objeto semiduro entre las aspas y luego dejándolo resonar y deteniendo el movimiento y el tiempo que está contando, si no gira el calor se paraliza y se hace cada vez más de piedra y sin poder, en el aire, sostener su propio peso se desploma todo como nubes que ante un chasquido de dedos mágicos se vuelven castillos y moles grises, pétreas formas cayendo al vacío y aplastando. Pero son los dedos suicidas también los que quieren hacer música; de carne y madera con las aspas o contra ellas. Es sorprendente el sonido cortando todas las capas de sudor y cómo lo semiduro y lo blando, porque el calor hace que la carne se ponga más flácida y aflautada, el instrumento humano es insuperable, se dice. Y además irreproducible por la naturaleza. Reproducible como ninguna otra cosa, descansan un rato sobre la mesa quemada y lo intentan otra vez esos dedos suicidas que son muchos más de cinco o diez. Enemistad, reproductiva a veces, de las aspas y los dedos.

10 enero, 2012

Fainting Goat

 
  
Este ardor que nunca voy a poder olvidar que nunca llegará a ser un mero mal recuerdo sin más. El amor, la amistad y los juegos en la infancia; todo va girando entrelazando los cuerpos entre risas y vueltas de carnero. Sobre una pendiente de hierbas entibiadas al sol dejándose caer como peso inerte en un abrazo que suelda los cuerpos de humedad y perfume. El verdor de la hierba transmite un dulce picor que es también doloroso y que anticipa en las capas más próximas de la piel ese ardor futuro; esa quemazón que no se irá jamás.

07 enero, 2012

Paseo corto

 Entramos a la librería apenas saludando, es que el tipo que atiende no nos cae bien. Enfilamos directamente al sector de las mesas que están como en la mitad del salón medio angosto pero bastante largo; nunca pudimos llegar hasta el fondo, a pesar de todas las veces que fuimos, siempre ya en las primeras mesas hay decenas de libros que nos interesan. Con gran trabajo comenzamos a repasar los ejemplares eligiendo algunas filas al azar, mientras cacho, el tipo que atiende y que con seguridad es el dueño del local lanza a los cuatro vientos y con verborrágica pasión, a unos tipitos médicos que acaban de entrar y que lo conocen, un descargo que dice: "A ver... a ver, los libros no son una idea, los libros son un producto industrial y cuando se terminan se terminan. A esperar muchachos entonces". Con incomodidad entonces ya que las filas de libros están a presión embutidas en las mesas de exposición de apariencia acajonada, cosa que con seguridad cacho hace a propósito para que la gente no revise con despropósito las filas de libros o que en todo caso lo haga sintiéndose incómoda. Y pasaron, Hugo y Nuestra Señora de París, Huxley con Un mundo feliz, Hesse Siddartha, Kafka La metamorfosis, Calvino y El barón rampante, Tabucci con Nocturno indú, London Los cuentos de los mares del sur, de Beauvoir Memorias de una joven formal... Pero nos decidimos muy rápido por una novela rara, inconseguible de Osvaldo Laport, ¿Usted sabe lo que hizo su padre?

04 enero, 2012

Pedazo de cielo



 La verdad, la verdad es que nunca vamos a ningún lado, nunca. Pero el otro día fuimos. Es que ya estábamos cansados de que ale amenazara con dejarnos porque nunca queremos salir, ni organizar grupos de lectura de El Capital. Ale organiza grupos de lectura y hace cursos necesarios por cuestiones de su tesis; tiene amigos, muchos. El otro día se juntaron en el Tigre y me contó cómo a la noche soplaba una brisa exquisita y bebían vino blanco frío y fumaban luego de haber comido muy bien. Las pequeñas brasas de los cigarrillos iluminaban la profunda oscuridad que envolvía las aguas del Delta acompañando el murmullo de las hojas y las conversaciones calmas. Pero más allá de esta anécdota lo cierto es que como el otro día salimos en la fiesta a la que fuimos, al entrar, un tanto retrasados, vimos que todo estaba bañado de una luz pálida pero enérgica. Las chicas eran las de siempre pero se habían puesto como una piel, como si antes de ir a la reunión hubiesen salido a cazar; para transfigurarse, para iluminarse. De eso se trataba justamente, de iluminaciones, de tonos, un pedazo de cielo dentro de un trago largo se nos pegó en la mirada apenas entramos; era una poción celeste, hermosa... como el hielo seco que siempre las manos de un niño quieren tocar o lamer y quema. Parados en amplias salas rebosantes donde la gente hablaba y se reía y se movía y te sonreía sin motivo, porque sí. Los pisos de baldosas antiguas algunas rajadas, un living de parquet y umbrales de mármol de un blanco sucio.