15 abril, 2018

Sombra

 Entiendo que a los boxeadores no les interese absolutamente nada de lo que digo. Eso lo puedo entender. De la cintura para abajo lo veo con claridad. La punta del pie. En dos puntas los pies apoyan en dos puntas y en eso no me digas que no hay un giro de ciento ochenta grados que se parece no digo que es igual que se parece, porque si fuera igual sería de trecientos sesenta grados el giro, y no lo es. Mani el pacman no es Fukiko Takase pero sabe volverse de humo sabe hacer sombra y no puedo ver sus movimientos aunque estos se me estrellen en los ojos. Hacer sombra es un poco como proyectar un encuentro con uno mismo que nos sale a interceptar para bloquearnos, para amarrarnos y para por qué no, fulminarnos. Hay que construir un movimiento lo suficientemente rápido como para que se pueda escapar de uno mismo y que sea tan hábil tan potente que al aire le duela sin romper el espejo que está enfrente, cerca. Sin romperse, eso sería un gesto que nos desacreditaría por violentos o torpes, un puñetazo a la pared rompe los nudillos y nadie quiere ver sangre. Quiero seguir hablándote de Mani el pacman y Fukiko Takase como que entre ellos hay una bodas locas. Así puedo imaginarlo. Y no solo porque tienen ojos rasgados, la piel amarilla, las islas, el mar cerca, estar siempre en puntas de pie. De todos modos lo que hace Fukiko Takase es mucho más abstracto y poético por eso Tom Yorke debe haberla llamado para que le enseñe a danzar en medio de un desierto de paneles y música electrónica y fantasmas. Mientras que Mani el pacman apenas sube al escenario se arrumaca contra una esquina y se pone a rezar. Es multimillonario, lo conmueve Dios, le gusta la política como profesión. Así que ahí está todo junto siempre las cosas que conmueven a las multitudes, las cosas que todos amamos. La violencia que se hace inmortal en la religión que se hace inmortal en el dinero que se hace inmortal en la ambición de los poderosos que lo desean todo con sus almas famélicas.