04 enero, 2012

Pedazo de cielo



 La verdad, la verdad es que nunca vamos a ningún lado, nunca. Pero el otro día fuimos. Es que ya estábamos cansados de que ale amenazara con dejarnos porque nunca queremos salir, ni organizar grupos de lectura de El Capital. Ale organiza grupos de lectura y hace cursos necesarios por cuestiones de su tesis; tiene amigos, muchos. El otro día se juntaron en el Tigre y me contó cómo a la noche soplaba una brisa exquisita y bebían vino blanco frío y fumaban luego de haber comido muy bien. Las pequeñas brasas de los cigarrillos iluminaban la profunda oscuridad que envolvía las aguas del Delta acompañando el murmullo de las hojas y las conversaciones calmas. Pero más allá de esta anécdota lo cierto es que como el otro día salimos en la fiesta a la que fuimos, al entrar, un tanto retrasados, vimos que todo estaba bañado de una luz pálida pero enérgica. Las chicas eran las de siempre pero se habían puesto como una piel, como si antes de ir a la reunión hubiesen salido a cazar; para transfigurarse, para iluminarse. De eso se trataba justamente, de iluminaciones, de tonos, un pedazo de cielo dentro de un trago largo se nos pegó en la mirada apenas entramos; era una poción celeste, hermosa... como el hielo seco que siempre las manos de un niño quieren tocar o lamer y quema. Parados en amplias salas rebosantes donde la gente hablaba y se reía y se movía y te sonreía sin motivo, porque sí. Los pisos de baldosas antiguas algunas rajadas, un living de parquet y umbrales de mármol de un blanco sucio.

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