31 diciembre, 2011

Largo

 Entre sábanas que se nos pegaban a la piel soñábamos con algo que sucedió, sucedió realmente. Estábamos en el pasillo larguísimo, liso, y ale, a quien solo habíamos visto bailar mover con gracia los brazos con volados en los extremos como tules verde-azulados sugestivos, se acercó. Quería decirnos algo pero buscó por un breve instante con fingida preocupación ese comentario que le resultaba en definitiva indiferente y sustituyó todo por un gesto. Sin mirarnos exactamente sino de un modo desatendido con ojos pardos y la voz apagada; pero que podía encenderse con facilidad lanzando estallidos refulgentes con su timbre de una intensidad indescriptible. Su dedo nos empujó por sobre la remera a rayas con una suavidad exquisita que perduró hundiéndose en nuestra carne un siglo; había sido como una caricia que nos regalaba a falta de palabras. El pasillo, cuarenta y tantos pasos hacia un lado y otros cuarenta y tantos hacia el otro, desierto.

No hay comentarios: