07 enero, 2012

Paseo corto

 Entramos a la librería apenas saludando, es que el tipo que atiende no nos cae bien. Enfilamos directamente al sector de las mesas que están como en la mitad del salón medio angosto pero bastante largo; nunca pudimos llegar hasta el fondo, a pesar de todas las veces que fuimos, siempre ya en las primeras mesas hay decenas de libros que nos interesan. Con gran trabajo comenzamos a repasar los ejemplares eligiendo algunas filas al azar, mientras cacho, el tipo que atiende y que con seguridad es el dueño del local lanza a los cuatro vientos y con verborrágica pasión, a unos tipitos médicos que acaban de entrar y que lo conocen, un descargo que dice: "A ver... a ver, los libros no son una idea, los libros son un producto industrial y cuando se terminan se terminan. A esperar muchachos entonces". Con incomodidad entonces ya que las filas de libros están a presión embutidas en las mesas de exposición de apariencia acajonada, cosa que con seguridad cacho hace a propósito para que la gente no revise con despropósito las filas de libros o que en todo caso lo haga sintiéndose incómoda. Y pasaron, Hugo y Nuestra Señora de París, Huxley con Un mundo feliz, Hesse Siddartha, Kafka La metamorfosis, Calvino y El barón rampante, Tabucci con Nocturno indú, London Los cuentos de los mares del sur, de Beauvoir Memorias de una joven formal... Pero nos decidimos muy rápido por una novela rara, inconseguible de Osvaldo Laport, ¿Usted sabe lo que hizo su padre?

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