22 enero, 2012

La Vieja

 Fue horrible lo que hiciste esa vez, fue de una necedad tan recalcitrante tan odiosa tan innecesaria, baah... Tanto, tanto habíamos trabajado en equipo para cazar a esa hermosa vieja. Era nuestra. Y sin embargo, tal vez ya cuando entramos en Buenos Aires (en la provincia o en la ciudad qué me importa) estaba terminada. Te advertí de manera ingenua sin siquiera hacerlo advertencia, tampoco como aviso o como sospecha, simplemente te dije ponela, a la vieja, en el balde, entra, pero no, tenías que buscar una manera más complicada y prolija pero falible de acomodarla en el amplísimo baúl del chevrolet 400. Acaso alguna vez te disculpaste por haber asesinado nuestro hallazgo, nuestro tesoro, el premio de unas vacaciones casi perfectas? No sé tal vez lo hiciste, hablo de cosas perdidas. Desfilan esos vestigios, caprichosos como plumas de acero ante el haz de un telescopio que selecciona y remueve esos depósitos tan lejanos como estrellas.  
 Para ser justo, pienso, me sacaste a la vieja pero me diste algo que no cualquiera de chico recibe en unas vacaciones. Porque también recuerdo que en esas o en otras antes o después qué importa, devastados por una sombra calurosa me dijiste mirá, mirá -y me tocabas el brazo con una ansiedad atrevida pero frenándome con tímida desesperación- esto, eso, es un precipicio. Y nos asomamos al susodicho. Lo pude ver todo, yo no fui hacia él pero él me envolvió y nunca pude olvidar esa sensación precipicial absorbiendo las miradas. Esa vez escalamos y terminamos, la montaña fue nuestra. Gracias viejo. No a cualquiera le enseñan cualquier día lo que es un precipicio.   

No hay comentarios: