19 enero, 2012

Las relaciones

 El timbre se nos echó encima con la insoportable violencia de un insecto, hambriento y zumbón, cortando el silencio de la tarde. Saltamos de la silla y nos acercamos a la oreja el portero que muy lejanamente y con esfuerzo optimista podía simular ser en sus vagos murmullos un caracol y espuma de mar. Ya la manera de nominar de la voz conocida era diferente; algo parecido a la distancia que hay entre un ´ale´ y un ´Αλέξανδρος´. Con miedo nos fuimos acercando a la puerta pero con una decisión radical de ponernos a la altura de lo acontecido. Pero... y si el destino ya nos había cruzado la cara... Casi en llanto apretamos los pasos por el largo pasillo repartiendo las energías de la hora aciaga entre la inminencia de la desgracia y la posibilidad de las prácticas adivinatorias en las que pretendíamos adiestrarnos. Ver la cara de Elizabeth y de Franz sin escatimar sonrisas esperando en la puerta de calle casi notando la palidez de sus dientes a través del blindex fue caricia redentora. Pero luego correntada de vergüenza ante la risa de los espíritus libres y las fuerzas del caos-supernatural que se mofaban, claro, de nuestra impericia en prácticas de brujería. La razón de la sin razón había sido andar compartiendo demasiado oseo con Las partículas elementales que habían empujado y quebrado todas las represas de nuestra conciencia ingenua. Las ganas de enfermar y morir, de eyacular en bocas abiertas y desaparecer para el mundo. Pero... y si al menos una vez... entre los restos podridos que toda inundación deja encontramos ahí mismo entre la resaca de los sapos aplastados y las ramas arrastradas un no doble para nosotros que no sea una mera pieza de intercambio para aminorar el hastío universal.

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