01 agosto, 2020

Huellas

Las imáges son en definitiva lo único que nos queda. Siempre. Esas imágenes de la primera vez de algo. No sé si es una condición de la infancia y sus múltiples momentos de éxtasis o algo que tiene más que ver con las experiencias determinantes de la vida de cada uno. De la infancia tengo muchos de esos momentos ambar en la memoria. Las calles del barrio, las ramas y estar subidos a los árboles para juntar bolitas de paraíso. Hacer gomeras con ruleros pero sobre todo lo que es cazar mariposas con ramas. Y otra imagen que para mí es muy fuerte es cuando fui por primera vez a la casa que mis padres compraron porque necesitábamos una casa más grande y en una mejor zona según dijeron. Todavía los adultos me superaban mucho en estatura, yo apenas le alcanzaba la altura del ombligo a los más altos. Esa tarde cuando abrieron la puerta de la casa me colé entre los cuerpos y me sentí atraído por la ventana que daba al fondo de la casa. Miré por la ventana, sentí la profundidad del espacio y el tono verde oscuro de la maleza. Tardé bastante en comprender las ondulaciones de aquel colchón vegetal que cubría todo el espacio hasta un metro de altura. Las matas dibujaban formas irregulares, como cuando sobre un conjunto de objetos bien distintos por sus formas se estira una sábana homegénea que los cubre a todos. Solo había dos objetos que no estaban cubiertos de campanilla en la vastedad del terreno, angosto pero muy largo; dos árboles cítricos, un mandarino con aspecto enfermizo y un naranjo de tronco compacto y verdoso como un musgo viejo y casi marrón.
Hoy terminé de leer el diario de Jarman, en las últimas líneas él habla de imágenes que lo visitan, aunque no son demasiado hospitalarias. Él las llama demonios. Un diario por lógica termina cuando el autor se muere o simplemente cuando como el mismo Jarman señala, se va esfumando ese deseo de registrar. Él usa la palabra apetito. Curiosamente la lectura de un diario, al finalizarlo, genera una suerte de desprendimiento que duele. Pues se va haciendo un acostumbramiento a esa companía, alguien que nos relata sus días. Por lo demás Jarman no es muy afecto a andar especulando o haciendo observaciones teóricas. Más bien vuelve una y otra vez. Insiste como las plantas que crecen donde uno no querría que crecieran. La insistencia de la vida por la voluntad de la vitalidad contra la eficacia de la enfermedad y los males de la naturaleza. Eso es entiendo, lo que hace el exquisito Derek a lo largo de estas páginas que me han acompañado en el encierro.

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