La idea de meterse de noche en la escuela anormal (lo decíamos por jorobar y por otras razones más sólidas) la tuvo Nito, y me acuerdo muy bien que fue en La Perla del Once y tomándonos un cinzano con bitter. Mi primer comentario consistió en decirle que estaba más loco que una gallina, pesealokual -así escribíamos entonces, desortografiando el idioma por algún deseo de venganza que también tendría que ver con la escuela-, Nito siguió con su idea y dale conque la escuela de noche, sería tan macanudo meternos a explorar, pero qué vas a explorar si la tenemos más que manyada, Nito, y, sin embargo, me gustaba la idea, se la discutía por puro pelearlo, lo iba dejando acumular puntos poco a poco.Hasta hay un momento que se confunde con múltiples capas de momentos anteriores, de pasados que ya no están en sitio alguno ni de la conciencia ni de ningún resabio del mundo en que estamos buscando la dirección del colegio en una guía filcar desactualizada. Y soñamos o analizamos despiertos si lo que recordamos es un sueño o algo que alguna vez vivimos.... Estamos en el asiento trasero del coche del padre y nos sobresaltamos al oír un bocinazo por una frenada por un casi alarido de la madre y nos despertamos de ese asiento frío, cómodo con esas terminaciones de plástico cuarteado que pellizcan la carne de los muslos. Vemos las rejas gruesas y la estatua del holandés y el peristilo y esa gran sala majestuosa solo ocupada por espacio vacío dominada por esa lámpara inmensa color caoba con forma de octaedro que suspendida a media altura baña todo de una tiniebla amarillenta y dulce. Y Cortázar:
Casi meto la mano en un pincho, pero pude saltar bien, la primera cosa era agacharse por si a alguien le daba por mirar desde las ventanas de la casa de enfrente, y arrastrase hasta encontrar una protección ilustre, el basamento del busto de Van Gelderen, holandés y fundador de la escuela. Cuando llegamos al peristilo estábamos un poco sacudidos por el escalamiento y nos dio un ataque de risa nerviosa. Nito dejó el poncho disimulado al pie de una columna, y tomamos a la derecha siguiendo el pasillo que llevaba al primer codo donde nacía la escalera. El olor a escuela se multiplicaba con el calor, era raro ver las aulas cerradas y fuimos a tantear una de las puertas; por supuesto, los gallegos porteros no las habían cerrado con llave y entramos un momento en el aula donde seis años antes habíamos empezado los estudios. +El profesor Narodoski colaborador exclusive del mal años más tarde, ya había dicho en uno de sus tantos libros donde no paraba de robar ideas al filósofo Foucault que al colegio no entraríamos nunca por Urquiza saludando de soslayo el busto del fundador. Entraríamos siempre por el costado, por Moreno, y dar gracias por ello inclusive. Políticas institucionales de la exclusión. No importa.
Al gran escritor ya nada de todo esto lo reconforta, no busca la identidad sino más bien el modo cabal de conjurarla. Admite que la luz azulada traspasando los techos de agua del doble patio fascina, el juego, el rondar, el silencio, el poblar espacios semi o totalmente regimentados seduce. Pero esa noche el punto no es ese. Y esta noche... cuál es el punto en nuestra noche en la escuela de noche.
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