17 octubre, 2011

Treinta años


Después de un rato cuando me quedé solo sentí como si un filo extremo surcara mi carne sin dolor, una herida limpia, perfecta. Nunca nada tan ardiente, magistral, como la hoja de aquella cuchilla de un sacerdote carnicero ritual que sabe perfectamente por donde debe cortar y conoce cada articulación, cada tejido y la espesura de cada cartílago y la densidad de cada coágulo de sangre. Fue esto después, cuando recordé que habíamos hablado del paso de los años. Me dijo algo que ya me había dicho muchas veces, yo me deje caer en el sillón hasta hundirme y desaparecer dejándome envolver por su voz reflexiva porque la nostalgia es muchas veces un poderoso somnífero. Me habló mucho sobre los últimos treinta años: qué hice, qué clase de extraña fugacidad nos cubrió y envió a un viaje de placeres y dolores y nos trajo de vuelta otra vez para mostrarnos, irretornable, cómo todo estaba en otro lugar, cómo todo había cambiado con tanta radicalidad en treinta años. Una luz, una sombra, lo que dura una breve canción. 
 Acaso nos abismamos cuando desde donde estábamos sentimos cierta necesidad de objetos que nos mostrasen el camino inmediato, cómo seguir orientarnos en la noche en nuestro adentro que no cesaba de aumentar. Inversamente a como lo hacen aquellos mantos de selva pulmones del mundo les dicen y que van cediendo terreno y aclarándose hasta desaparecer. Los objetos y los nombres todo se iba desplazando y como una catarata sobre nosotros caía despedazándose y haciéndonos añicos y no fue, finalmente, el filo limpio perfecto hermoso como el de una katana virgen aquello que nos separo en dos pedazos el cuerpo. Fue un libro que tomamos de los estantes entre tantos libros expectantes tomamos uno y leímos, cada palabra echaba alas pequeñas poderosas del mango de pequeñitas dagas y sorteaban todos los obstáculos y con velocidad-luz se clavaban barajando los sucesos. Los días de la vida, digamos, cómo llamar a eso. Todo esto para decir simplemente que cuchillo es libro, mango empuñadura hoja va a dar con hoja pero la otra la de papel también filosa y cortante más traicionera, cazadora experta invocando todos los despojos los jirones de lo que ya no existe; arremolinados descienden, jugueteando con la ventolina antes de quedarse apoyados quietos en un rincón.   

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