22 octubre, 2011

Donde se intenta la distancia entre nombres humanos y nombres cánidos

Arriancito
 Debido a su heterocromía congénita, a nuestro juicio, debió llamarse Celestino. Es que debía mantenerse en esa lógica de serle impuesto un nombre de persona pero que no fuera tan disonante quizás como este que quiso ponerle bebita. También hubiésemos amado imponerle tampico, tuco o crazi8 verdaderos nombres, verdaderos estallidos en la noche perruna. Pero nadie nos hubiese hecho caso. Qué momento tan mágico aquel, cuando la cosita negra peludita no para de saltar cerca de nuestros pies y de tantos movimientos repentinos y fugaces ni siquiera se deja sacar una foto. Es un momento pleno de incomodidad el de que exista un punto innominado; cosas semejantes no pueden ser aplazadas en el tiempo. Toda intención quiere siempre conjurar tales objetos insoportables al filo de la conciencia. 
 Es siempre complicado sostener una vida como una pura cosa sin nombre; el hermano de Jacob, en la serie que tanto extrañamos, el mal encarnado o volatilizado, es un individuo innominado. Parece que allí se muestra esa beta de máximo enigma y encrucijada de oscuridad en un lugar de vaciedad del nombre. Allí el individuo no tiene nombre y el mundo peligra porque lo innominado aparece como un centro atractivo a donde todo el afuera va tal vez a galopar y desaparecer irremisiblemente. 

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