07 octubre, 2011

Polinices

 Antes me parecía que las poesías, las cartas, los sms diarios eran, todas esas cosas objetos inútiles; solamente piezas a veces exquisitas para que los espíritus cultivados las aprovechen y se nutran; yo mismo quería ser uno de esos espíritus y aspirar a la inmortalidad. 
 Ahora solo pienso en el gato que voy a tener. Polinices. Es un pequeño gato que todavía toma la tetina; leche, crema + unas gotas de limón y una yema de huevo. Es raro gato. Su pelaje es negro y las puntas de las orejas rubias y la punta de la cola rubia. Fue abandonado en una caja con sus hermanos y hermanas a la vuelta del Hospital psiquiátrico, un lugar donde los paredones se reproducen al igual que los gatos y donde todavía algún resto de baldío queda. La maldición pesa sobre Polinices, la maldición pesa sobre todos los gatos. La maldición dice que morirás, morirás gato junto a la tetina a la que nunca llegan con tus hermanos. 
 A la noche al costado de una calle casi encima de una montaña de basura, dentro de una valija toda desvensijada imposible de cerrar... Polinices y todos sus hermanos acechados por la muerte transfigurada, la muerte, en una sarna asesina. Y no hacemos nada. Dejalos, no puedo sacar al demonio de esos cuerpos. Estamos como malditos ese día en la carretera cuando nos vamos y nos perdemos en el frío y las tinieblas que se abren nos envuelven y nos alejan al pisar el acelerador.  

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