31 mayo, 2011

La vida corta

 Es raro que exista un hombre así. Si alguien creía que la posmodernidad se había llevado todos los valores y los afectos de obstinación, interés por lo no inmediato, y por una sensibilidad más formativa... aún quedaban fenómenos que no fueron arrastrados por los tiempos. Este hombre todavía joven renunció a su mujer y a su hija adoptiva porque juzgó que entre él y la filosofía se interponían afectos que siendo importantes no eran algo de lo que no se pudiese prescindir. 
 La filosofía no tiene fondo. Mejor abandonarse a esa caída sin término en las superficies interminables en todos los sentidos sin dimensión de luz cegadora o de oscuridad helada. Dejar marchar a la mujer a la niña, irse de la casa pequeña sin terminar. Sin mirar para atrás, sin pestañear.
 Es raro que alguien abandone todos esos tesoros preciados por nada; es decir por algo que es ya siempre desfondado. Ahora al menos no puedo entenderlo, siento que lo entiendo pero no quiero entenderlo. Me aferro a una idea nueva pero sin ninguna novedad; una naturalidad aburrida tan verdadera como la caída de los cuerpos explicada desde cierta perspectiva gravitatoria cotidiana y sin fundamento. Sin convicción solo creo que lo que quise ya lo perdí para siempre, ¿y entonces? me pregunto con una mueca más o menos idiota. Solo me resta girar sin rumbo como un satélite inútil a la deriva pero sin salir nunca de cierta atmósfera de sentido prefigurado, estabilidad de hoy para mañana. Sin vastedad.