05 junio, 2011

Plenitud

 Lo que más hubiese querido en aquella época de mi vida es que las cosas no se dieran en conexiones tan heterogéneas, como disímiles, para que después todo pareciese desencajarse. Hace tiempo que vengo pensando en todo esto. Avanzo por la calle veo ese asfalto repetirse día a día, esos vidrios estallados que el sol hace brillar, las palomas tontas que se atraviesan por delante soltando esas plumas sucias que luego caen cerca de las cacas secas de perro que mordisquean con ese pico compulsivo. Una pluma muy diferente fue la que me mostró hoy Deisi, de pronto se empezó a mover haciendo contorsiones muy llamativas, porque su cuerpo siempre es calmo y sus pechos rígidos me empezaron a envolver de vibraciones. O no, era algo por completo diferente, tal vez más y más me mimetizaba con un Antoine Roquentin en La náusea y en sus peores crisis.
 Y Dei metió una mano y el antebrazo bajo el suéter negro y extrajo esa pluma blanca y comenzó a mostrármela con dulzura y a hablarme para que yo entendiera que me decía que era una pluma de su cama. Hace tiempo, decía antes, me pregunto en viajes y retornos y días iguales por qué no hay encuentros que conecten todos los puntos. Siempre algo se sale se desboca como un órgano que no tiene cavidad posible o que el cuerpo rechaza y disfuncionalmente nos saca de la plenitud. De la felicidad. Tantunita, recuerdo, esa mañana me dijo: es maravilloso, ¿no? Mi cuerpo se iba adormeciendo y cada poro de su superficie jugaba con el universo, por primera vez. Lo era, lo fue. Pero así y todo algo evacuaba por alguna zona inmunda de mí mismo que me dejaba tirado en otro lugar.