24 febrero, 2017

Minerales

 Todavía el sol hacía que la arena toda yodada brillase. Esos dibujos, esas líneas violáceas, sanguinolentas, como arterias que se expandían y se contraían; parecía la superficie caótica y dinámica del planeta que inventó Stanislaw Lem, llamado Solaris. El agua formando una fina capa y recorriendo, reflejando, moviendo las manchas que por momentos parecían tumores restos desapareciendo betas carcomidas, recreaciones de cosas conocidas como un hipopótamo al revés o una bailarina en puntas de pie y brazos deformes rostro deforme inclinaciones esfumándose... Si bien, las formas naturales tienen tendencia a ser una repetición tras otra, por eso nada de todo eso estaba allí. Y pisaste todo eso y dijiste que el mejor momento al fin y al cabo era cuando algo comienza cuando algo está por darse y asentiste. Y dijiste que que bueno que pasara eso que podía pasar pronto cuando prestaras ese libro divino. Y seguiste caminando y te alejaste y hubiese sido bueno mandar en ese preciso instante una buena canción para que no estés triste porque las cosas no se habían dado como esperabas pero no se te ocurrió cuál. Parece que las cosas se van escapando sobre la superficie y si viene una gran ola va a limpiar todo como una pizarra para volver a escribir la historia del corazón que me contás. Y me decís que no es posible que después de tantos momentos vividos en el pasado y en el presente, pero sobre todo muchos del pasado tan determinantes. Los amores enseñan, si te enseñaron tantas riquezas y como puede ser que te llore y las cosas sigan. No entendiste nada de todo eso vivido, grandes -esos personajes- hasta casi sublime, qué importa si igual todo se va a repetir.    

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