18 febrero, 2017

Ante la ley

 Lo prohibido y la transgresión en este pequeño texto de Kafka. Una fábula que no es una fábula, la enseñanza se pierde cuando la puerta de la ley se cierra y nos quedamos con la sensación de que algo quedo del otro lado. De ese lado infinito, sin aristas, sin bordes y sin espacios para descansar. 
  ¿Acaso un gran señor podría mirar hacia el interior de la ley? ¿Acaso podría un rey comunicarse con aquella cosa insondable, infranqueable por la potencia de aquellos que la custodian? ¿Cuál es el problema, la finitud del hombre o su condición -en este caso puntual- de pobre hombre? Habrá sido conciente Kafka de que el patetismo del hombre que espera podría haber sido puesto allí por ejemplo con un hombre uniformado. Cuando sabemos como señalan Deleuze y Guattari la fascinación kafkiana por el uniforme, por el botón que destella, los pliegues de la ropa.  
 Sin embargo el hombre que espera es y no es un pobre hombre. La angustia kafkiana es tal que simplemente angustia al que lee. Si es el caso de un lector tal que descrea de la comedia. Al personaje no llega nunca esa angustia, no padece esa experiencia. ¿Pero hay en Ante la ley lo que podríamos llamar una transgresión? 
 En el final se da el mayor de los desconciertos. El guardián adopta una postura de un dinamismo inusitado hasta ese momento casi lo vemos sonreír pero es una risa sádica en cierta forma. Parece un regalo que no es un regalo un regalo que es un chasco pero sin carnaval, sin día de los inocentes sin la confianza necesaria que lo muestre como un Karl Rossman desamparado o un Gregorio Samsa que no distingue aún el sueño de la vigilia, así y todo la angustia no lo afecta. Ello, la máquina de escupir flujos de inconciente no amerita poder hacer una broma pesada. No se puede pensar el después de nada, no se puede indagar qué reacciones se suscitarán al cerrarse la puerta. Es entonces como dice K en El Proceso; cuando afirma que el guardián es injusto porque engaña al hombre, es una espera sin esperanza alguna. Pero el sacerdote dice no, para nada, el hombre siempre fue libre y eligió ser un empecinado a pesar de que se le explicaba una y otra vez de la imposibilidad de acceder a la ley. Delirar, chatear, discutir y apasionarse por la política. Todas las noches en el chateo el juego consiste en comerle la cabeza al otro, devorarlo primero que nada por la cabeza, quemársela con el habla desesperada del chat. K por los pasillos interminables, las escaleras inconducentes, las relaciones inútiles. K convenciéndose de que cada discusión es maravillosa, sensual y al mismo tiempo vana. El guardián y el hombre han estado siglos comiéndose la cabeza y según K lo que quema es el silencio indiferente y mortífero del guardián y según el sacerdote el que engulle es el hombre con su estrategia de paciencia y de soborno.    

No hay comentarios: