09 febrero, 2017

Chubascos

 No sé por qué -y lo sé unos días después cuando nada más releo estos garabatos- toda la tarde estuvimos hablando de la muerte. Sobre el amor también y sobre ser románticos.Si lo éramos o no lo éramos. Si lo habíamos sido en algún momento de nuestra vida; nadie ya a esta altura se plantearía si lo iba a ser más adelante. Evitaba sobre todo preguntarle si sabía de qué hablaba porque en verdad presentía que todos teníamos una opinión tan heterogénea de lo que significaba ser romántico. Y heterogeneidad es quizás universos distantes y no tanto riqueza de sentidos diversos. Cómo soportar encima con el cuerpo ya cansado de tantos años esa especie de ignorancia o de duda. Todo el día, por otra parte, estuvo plagado de chubascos. El más potente fue uno en el que ya empezada la tarde se profundizó el tono gris del cielo, si bien, bueno fue, que no refrescase y se largó durante veinte minutos sin parar. Bastante más tarde le dije -era un poco yo diciendo- eso fue como una película de Kurosawa, y así intenté justificarme de mi poca cultura de películas clásicas o contemporáneas. 
 Hacía poco tiempo yo había sido romántico, enamoradizo, y se lo dije. Como que lo romántico era una corriente, algo que te arrastra por abajo. Un perfume que te trae recuerdos, una parri de la que se esperan muchas cosas cuando se pone a arder. Entonces también era una promesa. La ilusión de que algo iba a pasar porque la vida ante todo, por sobre todas las cosas no puede ser una monotonía, no puede ser un paisaje estático. Al romántico le pasan cosas pero qué clase de cosas. El padecer, el phatos. ¿Pero entonces ya los griegos eran unos románticos incurables? Bajamos a la playa y me dijiste que ahí justo ahí habían encontrado el cuerpo de una mujer mayor; enferma. Se había suicidado. Cuando la viste ya estaba embolsada. Morir ahogado... qué padecimiento que supera a otros... Y sin embargo, que a mano lo tenía esa mujer con el océano ahí... Tal vez lo que más esclarecería todo esto haya sido cuando hablamos de los perros virtuales. Esos que abundan, esos que son pateados, rechazados -y en tu caso- se transforman en flores amarillas, medio anaranjadas. Los perros virtuales son como los personajes de un video juego y me alegré mucho porque -te confesé- antes de salir... Estábamos que no podíamos más con la lluvia. Por la esquina dobló un amigo en bici y levantó su mano al cielo, hiciste lo propio, en la bici sobresalía hacia un lado ese soporte que usan los surfers para amarrar la tabla. La calle iba en pendiente y apretábamos los pasos sobre el lodazal que aumentaba, si bien por el medio la tierra se afirmaba, pero por los costados, a contramarcha, bajaban finos riachos de agua de un tono cobrizo. Empezaste y no terminaste tu confesión dijiste, es que me agarran como unos chuchos de frío pero son chiquitos y enseguida pasan. Estaba en casa antes de venir o sea justo antes de salir y daba vueltas y daba vueltas, buscaba cosas, pero la mochila al lado de la puerta lista no faltaba nada y las llaves que se apretujaban en la mano. Lo que enloquecía al pensamiento era no tirar al aire virtual contaminado o no contaminado ese perrazo que tal vez picara o no picara... ¿Y qué hay de romántico en eso? Habría que ver si no hay en ello una pura estrategia. El punto es que si los perros virtuales a los que se patea y que se transforman en flores a veces, por qué no, pueden transformarse en jarras de vino cabeceadas por Baco. Y últimamente se me apareció mucho Napoleón Bonaparte que algo de romántico habrá tenido. Estrategia. 
 Además me sorprendió bastante que me digas que no era tan anormal ser muy apasionado. Hace tiempo confirmé que eso era algo bastante ridículo pero después surgió este gran, gran dilema; ¿la experiencia y el romanticismo son cosas incompatibles? O sea ¿por qué el viejo no puede ser romántico? En la pura ignorancia de la cuestión. Pareciera que la experiencia hace ver... y Napoleón se aleja en su caballo... desaparece más allá del campo de batalla. Romántico como Guerra y Paz en un cuadro de Tolstoi, cuando el príncipe Andrés lo ve pasar a Napoleón en su caballo, blanco obviamente. ¿Qué es lo que le da a esa escena la pincelada romántica indiscutible? Hagamos la lista: la fuerza animal y su belleza/el genio y su figura/el magnetismo de la fuerza, la violencia, la sangre derramada a groso modo por amor/la muerte rondando lo muerto.        
 Y después, una imagen que es por definición romántica; el mar. Este mar es verde y frío. Solo frío y mucho verdor y transparencia. Estaba revuelto, por momentos furioso, potente no calmo como yo creía que iba a estar acá siempre. Trepamos por las piedras cuando ya anochecía. Soñando encontrar algo entre aquella bruma que se desparramaba por toda la costa. Entres las piedras inmensas con sus estrías, sus canaletas llenas de agua y anémonas y sus filos centenarios habría tal vez alguna sirena que nos apresaría con su romanticismo o al menos con su pasión caníbal. Hambre incontenible de esa naturaleza inhóspita... ¿robinsoneana? 
 En horas de sol nos salió el yo de dentro. Entonces me puse a mirar las algas flotando en el agua como se mira en una película de Tarkovski. Verde casi transparente, se podía ver el fondo, la turbulencia, la arena, todas las partículas ahí suspendidas y el agua verde como lo que más verde no podía ser hasta que al fin dejaba de serlo. En la transparencia se podía leer. Y las algas nadaban entre esas corrientes imperceptibles, las hojas con esa textura lisa nada más liso que sus estrías siempre abriéndose y cerrándose para moverse de un lado a otro sin lado alguno. O simplemente no moviéndose, la masa infinita. Entre verdes hojas con agujeritos, restos, otras más largas, retorcidas o más perfectamente recortadas. Rojizas, como quemadas por la radiación por otra especie de movimiento con hojitas y detalles en miniatura, sin perfectos mordiscos de caracoles. Entre todo eso lo heterogéneo, las cosas heterogéneas que iban encadenando el atardecer con la Luna y la raja entre los mundos. Todo anaranjado menos el cielo; pálido y tendiendo nubes como chopos al revés. Lo romántico emitiendo llamada y allí van estas tan odiadas inclinaciones del cuerpo envejecido pero joven no cambiaría mucho nada. Tal vez sí cambiaría todo. Acaso había encontrado lo romántico como algo que a raíz de lo heterogéneo une los reinos incomponibles. Y se acababa todo en este descubrimiento. ¿Cómo era posible haberse enamorado de heterogeneidades y nada más? No importaba que todos los individuos sean un mundo se suponía que siempre se encuentra lo que desea ese yo que es así llamado porque es algo de mínima idéntico... ¿pero a qué? ¿Un alga con agujeros que los caracoles han devorado con una ternura devastadora? Ups... ¿Qué romanticismo sería asequible?
 Cómo conectar todo esto con el hecho de que alguien parado en la orilla nos espera y nos dice, cuando salimos goteando salitre, románticamente afirma que romántico es entregarse a las causas inútiles.   

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