01 diciembre, 2012

Transferencia

 A horas diferentes las cosas que pasan en la calle son diferentes, debe ser porque en definitiva la calle es como una especie de ecosistema muy perverso con cinturones de paranoia que lo rodean y cinturones de gendarmería y de prefectura. Pero a esta hora cuando ya los comerciantes van cerrando sus persianas porque todos de manera sincronizada ponen sus cadenas, sus candados, sus barras y hierros hiperduros quiere decir que la noche se va haciendo de noche pero para cerrarse la jornada. Es lindo cuando la noche está fresca y hay un viento que se va levantando y se hamaca como una bisagra olvidada, suelta ahí en ese límite de la noche que cada vez es más noche pero que se detiene un poco en este momento de la jornada donde todo de a poco se va cerrando y yo con mis bolsas de compras estoy por llegar a mi casa. Todos están por llegar a su casa por eso brillan un poco más, menos los que no tienen casa que se quedan sentados mirando a los que refractan un poco más la luz porque están por llegar. Cerca de mi casa hay un local que -al contrario de todos los otros- siempre está cerrado a la calle, es decir para ser un comercio carece de algo esencial que es estar vuelto hacia lo que pasa. Sencillamente tiene apariencia de estar cerrado. Es evidente que no lo está; hay vida comercial en su interior, se realizan desconocidas transacciones o servicios gratos ya que otras veces cuando los transeúntes van hacia el sur o hacia el norte sobre la angostísima -fastidiosa- vereda revuelan (escapan) de dentro voces, risotadas, aprobaciones que se diluyen en el poco entendimiento de quienes se llevan engarzado del oído algún hilo de voz. Pero cuando, ahora, paso con las bolsas los jóvenes agrupados en la puerta me miran. Están fuera es raro. Un poco recostados en los asientos de sus motos y en sus bicicletas bike con cambios shimano y frenos a disco. Ahí a través de los vidrios del negocio se ve un gran resplandor violeta y las puertas están abiertas... liberaron al helecho bioluminicente, lo mostraron al exterior, tal vez porque la noche permite esas cosas, ciertas pequeñas transgresiones. Lo primero que le preguntaría a los muchachos es por qué siempre en vigilia están encerrados, puertas adentro, en lo que debe ser con seguridad un pequeño recinto iluminado con luz artificial. El helecho bioluminicente ahí emanando esa luz particular, inconfundible, algo sagrado hay en esa luz algo orgiástico y salvaje. Y los jóvenes parecen rendirle culto. Otras veces imagino una logia donde las palabras mesuradas pesan y cada afirmación se calcula y sopesa. Las conclusiones pueden fluctuar a veces pero todo es pausado porque cotiza. Lo raro es que el resplandor violeta esta noche fresca se escapa puertas afuera y se expande hacia la calle hacia el tráfico de automóviles pues lo retienen todas las tardes oculto sin que nunca se pueda saber nada. Solo sus motos y sus bicicletas estacionadas casi apelotonadas en la vereda insignificante a la espera de algo ignorado por todos en las cincunmediaciones. Acaso allí dentro están hablando de cómo se educa, de por qué se educa, de si es necesario pagarle a la gente joven para que se eduque mejor, más felizmente. ¿Acaso hay que motivar a las personas para que no falten a sus obligaciones y descontarles de su cuenta en el banco ciudad cuando faltan al bien, cuando no cumplen, cuando no hacen lo que se espera? Pero también es cierto que crecer creyendo que siempre a uno se le debe dar cash sonante por cada cosa buena y esperable no es bueno o no es lo más deseable. Pues, se dirían mirándose a los ojos, porque siempre hay que mirar a los ojos cuando se habla del bien, hay que hacer lo que se debe hacer porque sí y la recompensa va a llegar, va a llegar pero mañana... cuando dicen mañana es un mañana lejano tan lejano que es lo menos cash que pueda imaginarse. 
 Antes de encarar la cuadra con las bolsas he estado hablando de todo esto en la terapia. Fue la última sesión con la doctora porque hice que todo estallara al preguntarle si quería acostarse conmigo. Durante algunos meses había estado concurriendo al hospital de psicología. En una primera entrevista la doctora me dijo, después de escucharme hablar de corrido durante aproximados cinco minutos, que bueno, que sí, que parece que algún tipo de conflicto hay... Ya en la segunda y tercer entrevista le molestaron algunas cosas. Le molestó que hablara de manera abstracta que intentara dirigir las potencias discursivas hacia cosas que no fueran yo mismo; por ejemplo mi gran fascinación por el helecho bioluminicente. Eso, dijo, era una barrera que ella se encargaría de disolver o mejor dicho de proveerme las herramientas para que yo mismo lo disolviera. Y después de tantos meses de escucharme tanto ella como yo y de ir notando esa evolución en que se vivencia que todo el sentido y la significacia emerge porque hay alguien allí que escucha, que acota, que pregunta; alguien allí que se supone que sabe. Entonces esta tarde sentí como un mareo mezclado con un frenesí, no pude ni quise pararlo y le pregunté a la doctora, mujer madura de unos sesenta años, si quería acostarse conmigo. Que modo estúpido de dinamitarmitar el proceso de cura. Cuando la semana próxima vuelva al hospital ya sé perfectamente que tendré otro profesional para que siga mi caso.   

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