24 noviembre, 2012

Drones

 Iba con mi bicicleta por las calles de la ciudad a la tarde con el calor pesando en el cuerpo. Avanzaba en la bicicleta y los autos siempre me pasaban cerca, siempre quedaba más atrás pero seguía cruzando calles y bocacalles que veía por primera vez o como por primera vez. Cuando me acercaba a la autopista la sombra comenzó a crecer pero aunque el cemento dejaba de brillar porque el sol quedaba totalmente oculto entre un sinnúmero de ángulos de cemento hierro y perfiles espejados, las altas temperaturas hacían que se hiciese más y más difícil respirar. El aire se iba cargando con una humareda casi transparente. Cuando ya estaba debajo de la autopista no pude más. Bajé de la bici porque sentía que me bandeaba para un lado y para el otro. Casi la dejé caer sola y me senté en el cordón grasiento viendo cómo una de las ruedas seguía girando suspendida en el aire y los rayos cruzando la circunferencia dibujaban formas centrífugas, sin detenerse, dejándose estar como efectos de fuerzas inertes. 
 Justo debajo de la autopista donde todo era semioscuridad, donde a los costados había personas durmiendo una siesta inactual me costaba mucho respirar y pensé que eso era como un refugio de los drones que zurcaban el cielo con esa inhumanidad fulminante. Los drones para un lado y para el otro inspeccionando el territorio de la Franja de Gaza o lanzando misiles superveloces que pueden dirigir un bombardeo desde 200 km de distancia y acertar en un objetivo preprogramado. Un pavor irresistible me fue invadiendo de a poco pues ser perseguido por drones inteligentes y devastadores solo lo había visto en las increíbles películas de Swarggeneger en los 80. Pero ser perseguido y quemado vivo por un robot es terrible. Un humano asesino que va haciendo una escalada persecutoria y diezma poblaciones a cualquier hora es aberrante pero los drones cuando hacen que la manpostería estalle en miles de fragmentos fundidos y carbonizan la carne que tocan da más miedo aún, aunque el resultado en definitiva sea el mismo. 
 Sobrevuelan los drones, sobrevuelan todo el tiempo. No hay alertas ya, porque al principio eran como zumbidos que bajaban desde el cielo y todas las personas corrían a refugiarse pero cuando su número comenzó a crecer en forma desmesurada ese zumbido se prolongó tanto que pareció como si una máquina gigantesca -algo parecido a una usina- hubiese quedado encendida, olvidada. La vibración ahora acompaña las horas de las calles desiertas y la ciudad silenciosa como un gran artificio que pareciera quebrarse de un momento a otro, es un gran escenario que se descompone y se muestra como aquello que no está hecho para estar así. Así humeante así solitario, languideciente.

No hay comentarios: