17 febrero, 2012

Las armas

 Cómo cada uno se había reservado tanta pero tanta energía para ser lanzada en el momento oportuno. Como dos disparos a la cabeza sin sangrado, un fuego invisible. Lo único que quiso siempre es cagarme la vida y nunca va a descansar hasta terminar de joderme y de cagarme. 
 Cómo las cosas obvias, imaginadas podían lastimarnos tanto, aunque dijéramos lo sabíamos, lo imaginábamos, no nos sorprende. Habían sido dos oportunidades en que cada uno había hecho su juego y esperado su jugada casi agazapado esperando nuestra distancia, nuestra proximidad, midiendo nuestros tonos y especulando a veces. Después del almuerzo o después de la cena sin importar si al otro día trabajábamos o si era feriado. A veces con varias cervezas encima, pero no siempre porque podía ser un tinto, ya que ambos no coincidían en el gusto por la cerveza. Te voy a decir por qué llegamos a este punto donde llegamos, porque nunca, nunca, me quiso. 
 Sabíamos que era mejor no contarlo todo y jamás quisimos contarlo para provocar efectos en el otro para experimentar con su sensibilidad, con su culpa y su capacidad de olvido. Habríamos la boca porque sentíamos los rencores, los planes ocultos, las desconfianzas y las reservas insuflándose de un modo desesperado sobre nuestro pecho.
 Pero de qué están hechas estas armas, armas de suspiros y mezcladas con lágrimas y enrojecimientos de la piel, armas de palabras, las armas y la carne siempre se conjugan de un modo u otro ya se trate de las armas inorgánicas o de las armas orgánicas. Parece que se preparan durante mucho tiempo al calor del pensamiento y un día se catapultan cuando las versiones del pasado se desentierran y se discuten y se piensa en el futuro como una correntada que se chupa hacia el presente y en el pasado cae fulminada. 

No hay comentarios: