09 febrero, 2012

Dialéctica del ir y venir

 Estas despedidas siempre me han resultado inquietantes de pronto. Porque cuando subo al micro y me acomodo en el asiento y distraidamente miro por la ventanilla hacia la noche fresca, una sensación me invade, una vacilación fría, apertura extraña que hace que las cosas se pongan a levitar pero solo un momento, luego, cuando el micro arranca esa desolación ya va desapareciendo. Es por haber estado tantos días con ojos entusiastas  mirando el mar... Cómo se revuelve y brama y cómo nunca el infinito se cansa de sí mismo? Ya está, mejor así, les pido que se vayan para no ver esas manos agitándose tanto tiempo como intentando decir una última cosa olvidada o aplazada en los últimos días. 
 Yendo otra vez a la ciudad es como el mar retrotrayéndose al río; para nada. Uno. El mar como ser inacabado. Dos. El río negando y atravesando al mar que no lo siente. Tres. Devenir del mar en el río y del río en el mar; todo esto recomienza. La totalidad al momento solo la encuentro en la apariencia de un sentimiento enterrado pero casi descubierto por un leve movimiento de pasos, de hojas, de manos rasgando la tierra sin brutalidad. Como un pasado enterrado en apuro en un suelo blando y fácilmente removible.  

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