11 agosto, 2011

Ver el tiempo

 Hay un momento de la tarde, cuando la luz ya se está diluyendo en el ambiente, en que te veo y me pongo triste. Las cosas que nos ponen tristes van como apareciendo solas. Un día nos damos cuenta de que ver que el tiempo pasó nos pone tristes; eso es como algo que se desmorona con suavidad pero no se puede detener juntando las palmas de las manos y oponiendo una fuerza. No hay contención porque es como arena que se cuela, agua que se escurre, granos que ruedan sin ser vistos, cosas que flotan. Me voy apurado, no sé por qué me apuro tanto, dudo que en otro lugar alguien me esté esperando. Vamos juntos hasta la puerta, atravesamos primero ese pasillo donde jamás nos imaginamos alguna vez en la lejanía. Hay hojas por el suelo y la noche corta todo con el frío. Nos damos un abrazo, tímido, después todo el camino me voy a ir reprochando no haberte abrazado con más fuerza. La puerta de una casa vecina se abre de a poco pero ruidosa espanta las pocas palabras que en el aire danzaban aún, un último saludo. Camino unos pasos y me doy vuelta y te veo. Ahí es cuando noto que varias imágenes y figuras de tu silueta se van superponiendo de manera simultánea y un resplandor que nace de la boca y de los dientes, de la sonrisa de la mano que me despide. Todo es exactamente igual y a la vez tan otra cosa, todo el tiempo pasado, y la vida, no sé por donde va tramando y destramando cada fulguración, cada pálpito que nos acerca y nos aleja, nos empequeñece, nos curva y arrastra.     

No hay comentarios: