29 junio, 2012

Las cosas esenciales

  Ahí, sobre una macisa pesada repisa gigante, biblioteca u otra cosa que quiso alguien hacer cierto abuelo valet de Bartolomé Mitre, reposan las cosas. El mp3 grasiento, los guantes de recluta que ya creo están por cumplir 45 años, también los de meteoro con los que ansei jugaba al getoboru, la billetera gai, ese lobello super gastado pero que a duras muy penas protege la propiedad de los labios, la agenda santillana y el envoltorio de goma eva de una anterior agenda de la misma línea editorial, el envase de cassette de video-grabadora que es una cartuchera, el reloj buen regalo de tía que siempre adelanta 2. Y, entre todo eso meto de un modo atrasado quejumbroso con culpa, poca, innecesaria, los resabios de esos repuestos de la brown de la multiprocesadora de blas para que lo arregle... ¿quién? 
 Pienso que alguna vez voy a volver a leer a gilles deleuze porque nadie como él puede meter una palabra que amo y que es la palabra intensidad. Cuando una intensidad te toca estás frito amigo. No hay nada más que hacer. 
 Esa tarde-noche mi abuelo estaba un poco sacado porque blas no le había comprado los repuestos de la multiprocesadora que le había pedido hacía diez días, gritos, gritos, sangre invisible. Vamos. Nos tenemos que ir de este lugar. Es un lugar que está hecho para que no nos vayamos nunca así, pero nos vamos aunque haya que arrastrar el piso junto con las baldosas y arrancarlas con un cuerpo flojo que es todo penumbra. Todo así cruzando la villa, la provincia, los caminos fronterizos que se entrecortan de allá para acá de acá para allá tantas veces en la vida. Y vos qué pensás.    


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