10 marzo, 2012

El mate de tuco

 Estábamos sentados en ese salón inmenso donde tranquilamente podés hablar con alguien que tenés al lado durante un rato muy largo y nunca lográs comunicarte con esa persona. 
 Tal vez, en sueños, sabíamos que todo iba a salir mal en este momento examinatorio fatídico. Pues ahí habíamos estado ya pero no en la pura inmensidad artificial de boquitas -que cuando la cruzás de a trancos largos y perezosos te recuerda a un andén de tren que al principio parece interminable y los extremos no se tocan pero siempre llegás a los extremos de un modo u otro en el tránsito del día a día-. 
 Era un aula más pequeña con más luz natural y un bullicio ensordecedor que no sabíamos en ese momento del todo si era para nuestro beneficio o nuestro perjuicio. Y sucedía lo mismo de siempre llovían unas cuantas vacas que pastaban en el infinito campo argentino, y la mirada se perdía en el campo y solo entonces devenía desierto. Se cortaba el aire y cuando el profesor nos preguntaba sobre lo teológico-político y lanzaba ese bucle interminable casi empalagador, enfático: "el Legislador roussouniano no es cristina arengando en el Congreso", no. Bueno, en ese momento, alguien tocaba nuestro antebrazo con suavidad, casi podíamos sentir la tibieza de su piel. En medio de la confusión de las voces del ambiente, demasiado bullicio, murmuraciones que transparentaban una y otra vez la tensión creciente y decreciente. Hacíamos caso y con naturalidad tomábamos el mate que nos pasaba tuco y lo sorbíamos sin mostrar sorpresa y naturalmente eso se nos ponía y se nos ponía porque habría en nosotros los enunciados imposibles y las palabras no eran entonces como un agua escurriéndose por el borde de una mesa sino que las pronunciábamos, nos gustaba paladearlas y ver las cabezas asintiendo y después nos levantábamos y nos íbamos. Pero nos dábamos cuenta de que ellos no habían visto a tuco. Y sus caras de estupefacción entonces no se debían al hecho de que tuco nos había pasado ese mate de la regeneración... El agua clara y tibia recorriendo la boca y la garganta y tiñiendo de verdor la carne, el prodigioso efecto del agua bautismal, el agua con tronquitos de yerba flotando en la superficie del mate.  
 El mate que tuco nos convidó fue solo para nosotros, a tuco solo nosotros lo vimos y ni el mate siquiera que tuco nos había convidado podían ver los demás.

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