29 septiembre, 2011

Crisis

 Estábamos seguros de que toda crisis era más bien como cierto resquebrajamiento total del suelo, un hundirse absoluto donde el cuerpo es chupado hacia un sin fondo; porque siempre se puede estar peor. Aquella vez sentimos esa clase de llamada. Madrugada. En Turquía. Quince segundos de temblor y los cimientos se vaporizan y las calles quedan como venas abiertas que sangran objetos disímiles. El perder el sostén y caer, el esfumarse de la base y perder la apoyatura es la idea del effondrement. Una rutina, un trabajo, un amor pasa un día y se abisma haciéndose añicos pero siempre a partir de una libre elección. 
 La oportunidad de peligro. El juego salvaje con lo que nos acecha nos toma, nos nubla la visión. Y su boca, sus fauces cada vez más abiertas saturándonos con su aliento insoportable y el temor de que al cerrarse tenga los mil ochocientos kilos de fuerza de un saurópsido arcosaurio. Pero el peligro, la oportunidad, deben ser fisurados por el medio mismo abriendo la beta y haciéndola saltar; o colándose dentro de ella para barrer todo lo que de destructivo contenga y asociarse solo con sus partes blandas. Golpe tras golpe. Modelando. El peligro oportuno. Ahora nos parece que en aquella ocasión un tal effondrement no ha sido más que un viento del sur soplando de un modo demasiado vertiginoso, demasiado barredor de cualquier vestigio de tranquilidad. Había que saber colarse en una corriente oceánica tan fría, pero no era más que eso.    

No hay comentarios: