26 abril, 2011

Un regalo

 En ese tiempo estaba hasta el cuello de oscuridad. Y cuando el teléfono sonó y vacilé un instante en esa confusión que me abrazaba entero... pero sin embargo me abalancé sobre el aparato y levanté el tubo con resignación, entregándome... A ese regalo, un regalo de la vida que desde la superficie me llamaba mientras yo me empecinaba o me entregaba a otra cosa, nadando en aguas muy densas, heladas, en un agujero profundo-negro que me absorbía y que amenazaba con hacerme desaparecer. Y entonces la voz del otro lado me dijo que la vida nos hacía este regalo a ella y a mí, supe que me decía esto porque el tono y la risa eran como de complicidad y de compartir algo grande algo infinitamente afectuoso que se me iba a pegar lo quisiera o no -lo supe, aunque ella no dijera nada en cuanto a un regalo para ella o para mí-. Quiero repetirlo una vez más; yo atravesaba una agonía devastadora. Pocas cosas iban quedando en pie como cuando viene el tsunami y todas las estructuras desaparecen bajo el manto informe de la fuerza pura. Una tristeza, una torpe desgracia de años rebasaba por todo el borde de aquella vida. 
 Dije hola, callé, dije bien!, callé. Adentro de mí, en mi adentro, en mi agujero negro que yo era se hizo algo que después sería una pura ternura. En ese entonces en lo negro, en lo oscuro del vacío, de las ganas de la renuncia, de la desdicha del no poder ser y de la impotencia que se inflama como un combustible rico, se reveló algo hermoso. Algo que eran como unas ganas de querer estar ahí escuchando que alguien te diga eso y que al decírtelo sea como si te dice... No todo está perdido. Un digno hechizo en el corazón. Y te dice otras cosas más, te dice que cargándote un regalo como éste podés continuar con tu vida; podés intentar introducir algunos reajustes en esa completa avería... Sobre todo, podés olvidarla, dejarla ir y no convocarla nunca más y tomar a cuestas las vidas de otros.