02 febrero, 2011

Relentizar la salida

    Me voy, ya me estoy yendo. Salgo, cierro la puerta, estoy en el pasillo largo amplio, escupido y seco. Oscuro. Salen las chicas, ese grupete de lindas. Una lleva el parlante con puerto usb colgando del brazo. Suena una cumbia retumba, me envuelve la cumbia, se me aplica toda. Es una postal, esto es cine me digo una y otra vez. Se alejan las chicas con el parlante sonando, saben que eso no lo pueden hacer, ni siquiera el celular... pero lo hacen igual, van bajando por esa escalera con su costra pegada, escupitajos de nacionalidades a borbotones. Ya es tersa esa escalera como una piel de búfalo. Escalones barnizados de semen color caca. No les voy a decir nada la verdad. Hay que saber cuándo hay que decir las cosas y cuándo no. Me quedo mirándolas mientras se alejan esas cuatro o cinco. Y pienso, no puedo romper ese equilibrio, si bien aquí el equilibrio no existe. Solo hay duración, vaivén, balanceo, vendaval, una perfección que siempre es otra cosa que lo que creemos que es.
    Bajo yo también, detrás de las chicas, y les digo: qué se van por el barrio con la música y todo. Yo para probar nomás se los digo. Ellas cuando no contestan no sé qué piensan cuando no contestan... Porque yo todo lo que pregunto es en definitiva para saber un poco más de eso que llaman el barrio. Acaso se dan cuenta que soy siempre un interlocutor interesado y falaz. Porque aun creo me creo que hay algo detrás de las apariencias, aunque diga que ya sé que no hay que no creo en el origen y todo eso, cuando hablo muestro que para mí sí hay todo eso. 
    Doblan en la esquina las chicas, miro por última vez sus peinados; hasta mañana. Cuántos secretos. Estoy acá; me siento en el umbral a esperar la combi que me saca, me lleva al mundo habitable. Anochece en el barrio. Siento todavía cómo me llega la música muy débil, mientras las chicas cada vez más se van internando y seguro su música hace un mix y se puebla del barrio y es ya muy difícil distinguir al barrio de las chicas.