01 febrero, 2011

Cambios

    Cuando pienso en mi vida, la pienso como una vida que ya ha terminado... y por qué, me pregunto ha devenido así...
    Cuando recorro estas calles me parece que entre estos árboles, entre estas casas entre este gris en el color opaco de este asfalto alguna vez yo era ese que nunca más pude volver a ser. Ese buen danzarín, ese gran resonador, ahora sé o descubro por qué se dice o dicen; qué corta es la vida! ¿No es acaso ese banco de esa plaza, de esa plazoleta, de esa parada de colectivo donde yo supe, pude, ser lo mejor de mí? ¿Qué era poder ser en ese entonces lo mejor de mí?
    Era poder verme a mí queriendo todo, todo, todo, todo lo que nunca pude ser.
    No me lamento no lloro, para nada. Pero si toda esa avidez volviese alguna vez. Si toda esa voracidad me abrazase de vuelta como aquella tarde...
    Ser adolescente era a un tiempo todo porque era puro sentir, puro devenir en culquier dirección. Una auténtica máquina de deseo tal vez que se podía conectar con cualquier cosa, con todas las angustias, con un sinnúmero de estupideces. Una línea indeterminada, extensa de decisiones equivocadas que ¿acaso me traían hasta aquí de vuelta? Eso no lo puedo saber ni tiene sentido seguramente que lo sepa. Pero qué cansado me siento ahora, eso es lo que me molesta, que la vida parece haber llegado a un término y el cuerpo aun no se rinde, no sé qué dice el cuerpo; el cuerpo no dice nada. Sólo se limita a estar... solo queda, ahora, este esperar sin esa expectativa grandilocuente y ese exaltarse de los órganos; sólo un cuerpo que intenta permanecer o sobrevivir. Sólo un cuerpo que tiene miedo de perecer de una forma patética o estúpida.