01 enero, 2021

Servilletas chupadas

La hermana de mi abuela, una de ellas, trabajaba en casas de estadounidenses. La guerra habría terminado hacía poco. Mi tía, una de ellas, dice que la tía traía en una servilleta restos de azúcar de las casas de los militares estadounidenses. Mi tía, ahora es una señora mayor, saca la lengua y hace el gesto de chupar con avidez. El sabor de lo dulce era una rareza. Los sabores eran una rareza. Solo había batata y hojas de batata para preparar sopa. Otra cosa no se comía. Setenta y tantos años después, acá en Argentina, ellas, mis tías, se miran, estamos sentados a la mesa, hay distanciamiento social por pandemia, ellas se miran y entre ellas se preguntan si podés soportar la batata. Que sí que a mí me gusta, yo no tengo problema, a mí me encanta, a mamá le encantaba... Mamá es mi abuela. Murió hace como diez años. A una hermana de mi abuela, dicen el nombre de la tía pero no lo recuerdo ahora, puede ser Masakó o Nobukó. La mayor nadie recuerda cómo se llamaba, porque le decían la Tía de Montes de Oca. La Avenida principal del barrio de Barracas. Es que llamaban a los parientes por el nombre de la calle donde vivían, a veces la localidad. Tía de Escalada, por Remedios de Escalada, pero de esa sí recuerdan el nombre. Hay que imaginar tanto que casi se me dificulta poner aquellas rememoraciones en un marco de detalles. Se sentarían en una especie de zócalo de madera, descalzas, tierra, madera, mucha vegetación, seguramente son los materiales que prevalecen en aquella aldea. Y se sientan y abren la servilleta con cuidado y ahí brillan unos cuantos granos de azúcar. Había tanta miseria, había tanta miseria, mi tía lo repite y lo repite, me mira y lo repite, yo por supuesto ni por un segundo creo en la posibilidad de que pueda estar exagerando.   

No hay comentarios: