07 enero, 2021

El amor de otros tiempos y lugares

Hay cosas que tenemos que hacer todos los días. Cosas necesarias. Poder hacer el movimiento con el cuello, poner la cabeza en ese giro de cuarenta y tantos grados y mirar el cielo. Viví hace un tiempo en un departamento y el movimiento era distinto, una contorsión; quién podría decir que mirar el tono del cielo implica una contorsión? Vivir en una ciudad supone entre otras cosas esa imposibilidad, tan antinatural, estar adentro de la casa y no poder ver el cielo si no se hace cierta exigente pirueta con la cabeza, el cuello, los brazos y los ojos...

Mi madre está sentada en la silla y la cabeza le bambolea parece que de repente le agarró un sueño químico. ¿Y alguien sabe cómo?, pregunto. Mi madre sacude la cabeza porque ante las explicaciones insuficientes de las hermanas le gusta hacer una intervención certera. Pues, dice, ellas, mis hermanas, sus hermanas, sienten recelo por el hecho de que sé, sabe, cosas que ellas ignoran. Porque yo hablaba con mi papá. Curioso. Hablar con el padre una hija, una mujer, cualquiera, no debería ser algo digno de anécdota. Entonces nos explica que a mee le decían de niña Buto Chirú. No sé si deliro pero creo que hace un gesto con la mano, por la explicación, buto en ochinaguchi quiere decir gorda, y chirú es un apodo por Tzuruko. Así que ahí está Buto Chirú que es mi abuela y tengo que imaginarme el sol, la calle de tierra, el pacífico que jamás he visto con los ojos de estar ahí y alguien parado a la tarde diciendo, llamala a Buto Chirú! Pero quiero saber la causa, quiero saber cómo se conocieron; esa es la pregunta que, no solo nunca hice sino nunca me hice. Curioso. Cómo fue que se conocieron ellos, ellos son mis abuelos. La respuesta es como un desierto, como una planta que se está secando, concisa, determinante, simple, espontánea, una proximidad, una vecindad pero amplia porque al menos seguro allí no hay que hacer ninguna cosa rara para ver el cielo. Dice, mi tía, no ellos no se conocieron ni se eligieron ni nada. Dijeron vos con éste y vos con ésta y punto. Alguna vez vi un libro, como una especie de cuaderno con muchas páginas que creo se le hacía realizar a una especie de calígrafo, como un artista del shodô. Allí estaban todos esos árboles genealógicos que iban mostrando a las generaciones y a las formaciones de esos matrimonios decididos, planificados por los patriarcas de aquellas familias de aldeanos que guardaban la memoria de las castas. Después cuando a finales del siglo XX le dijeran a los nietos medio occidentales que eran descendientes de samurai, todos, se mirarían y reirían con incredulidad.   

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