29 diciembre, 2020

El perejil y la lengua

Estoy sentado en esa cocina que está dominada por la medida exagerada como ningún otro ambiente de una casa standar, no he visto nunca una así. Será que no entre a muchos caseríos. Últimamente sembré muchas semillas de perejil y si bien germinan con facilidad no son de crecimiento tan veloz como otras aromáticas. Por suerte la mosca blanca que es tan prolífica en el patio de mi casa no afecta a mis lerdos perejiles. Es cierto que antes los verduleros regalaban los manojos de perejil a sus clientes del barrio. Después ya nunca más pasó. En los super exponen los atados de perejil fresco con precios... exhorbitantes, como si se tratara de paquetes de brócoli. Consumo mucho perejil alguien me comenta que es la brisa del mediterráneo que te llena de calcio el organismo como ninguna otra cosa. Me vino lo del perejil porque Mee usaba bastante y sobre todo lo recuerdo en sus milanesas de merluza fritas que seguiran siendo siempre las mejores que probé. La recuerdo de espaldas a mí, haciendo su fritura, y yo sentado a la mesa ésta rectangular larguísima en esa cocina con dimensiones de restaurant. Hace un giro de ciento ochenta grados con unos palillos largos mucho más largos que los que se usan para capturar los bocados y llevarlos a la boca. Y, sin siquiera mirarme a los ojos coloca el plato con la pila de milanesas sobre la mesa. Comé, dice. Tengo naturaleza famélica, por lo demás, estos bahos de fritura, mar, aromáticas y salinidad no me dan tregua. Tampoco tengo una presencia definida de los ojos de Mee, es que realmente pocas veces me ha mirado a los ojos, las veces que lo ha hecho sentí como que me escudriñaba y también sentí que lo hacía con gran cariño. Sí recuerdo sus pómulos marcados, su tez blanca, su voz, esa voz que no me conversaba casi nada pero me exhortaba a comer y a tomar coca-cora. Sus pasos en la casa desde muy temprano, ya que siempre se levantó a las 6.00. El sol en el patio, yo ya sintiendo el ruido que viene de la cocina o del lavadero donde está lleno de recipientes gigantes con porotos, ingredientes que utiliza en sus comidas. Tengo una dificultad para representar sus palabras, su castellano rudimenario, podría volcar su oralidad y me resisto. Siento que es ganar y perder. Me produce escalofríos pensar que nunca conocí realmente a la persona porque no hablamos la misma lengua. Sí, conocí sus gestos, sus obsesiones, su corporeidad.

Realmente, muchos años después de que mi abuela está muerta me doy cuenta... ella fue un cruce de caminos de lenguas, el uchinaguchi que según dicen los especialistas nunca fue un mero dialécto, el nijongo la mayor de las japónicas y el castellano en ese juego de recreación y desafianzamiento constante.

 


 

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