23 julio, 2020

Vejez

Esta mañana continué pensando el plan para las investigaciones que quiero proponerme. Tan solo le sume algo que en verdad no suma nada. Ignoro de qué modo con fragmentarias no sumas alguna vez obtendría un resultado al que llamaría idea para una investigación. Es el recorrido por los diarios de artistas a través del problema tal, la noción tal. Esta vacilación me hace esperar con ansias un día en que podremos pasear al sol y respirar el perfume de árboles compañeros.
Tuve que salir a la calle para realizar un trámite urgente.
Hace mucho tiempo no me pasaba o tal vez fue la primera vez... sentí que habían pasado muchos años y el cuerpo era otro. El cuerpo que siempre había amado la lluvia, incluso la más dura, la invernal, ahora le rehuia. Es ese un principio de vejez, para este cuerpo digo, tal vez hay otros que siempre han detestado una lluvia gélida. El sentir romántico siempre ha experimentado emoción con el capricho y la inclemencia. La vibración de las gotas en la piel y el pelo empapado, el rehuir mismo del mundo; una remembranza de la posibilidad de ser tragado por algo inmenso. Como el mar o un precipicio. 
Me detuve en la avenida a ver que la lluvia persistente, no iba a parar, y tampoco llovía a cántaros. Así es que un día el cuerpo rechaza las cosas que siempre amó. Eso no es una noticia justamente de las más felices.
Desde debajo de un tinglado de una tienda de electrodomésticos debía decidir si me atrevería a desafiar el frío de las gotas que parecían estalactitas o renunciaba a todo aquello. Me quedé sonso viendo como un auto de lujo salía de su sitio junto al cordón; disfrute al ver que el conductor hacía girar las ruedas y salía despacio con el retrovisor ejerciendo máxima vigilancia. Una lluvia es acaso un motivo digno para dejarse vencer, es una pregunta o una afirmación. 

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