28 mayo, 2015

Velador

 Velar. Velo. Revelar. Revelación. Velador. Salí al mediodía porque supuse que un domingo al mediodía iba a estar la calle más vacía ya que todos estarían viajando o preparando su almuerzo de domingo más prolongado y relajado. Es mejor así porque en las grandes tiendas no puedo encontrar lo que busco cuando la gente hormiguea y no puedo encontrar, menos, un buen lugar donde morirme, a la sombra. En fin lo que yo quería era iluminarme el día y por tanto salí a buscar esa gran tienda de lámparas a ver si conseguía uno de esos veladores de pie gigantes y de grandes arcos bien modernos. Al entrar a la tienda, en el umbral mismo de la tienda sucedió que una mujer vieja y pintarrajeada más bien gorda y de ojos inquisidores se acercaba como yo al umbral de la tienda. Vacilé porque me pareció que la vieja traía consigo la determinación de pasar, sin resquicio para otra cosa, venía caminando desde dirección contraria a la mía, tuve la intención de detenerme para que la vieja ingresara primero, pero la vieja vaciló ante mi vacilación si bien estoy convencido de que yo vacilé primero. La vieja como una pajarraca alarmada sin ton ni son echó un grito desmedido e informe cuando yo harto de su mirada curiosa y severa me lancé adentro, pasé, fui más allá, uno-dos sin retorno, todo estalló en un libre albedrío histérico, aterrizaje en aquella superficie embadurnada; un garage enorme cubierto del tamaño de un estadio. Crucé todo el estacionamiento. Pasé puertas de vidrio y ya estaba en el salón inmenso calefaccionado, me entró una sofocación y sentí deseos de lanzar a un rincón mi campera. El aire olía a grasa pero creo que no era el aire, era yo. Al rato me fui contento con mi velador dentro de una pequeña caja, caro lo pague, pero si no salía ese día con un velador -si bien yo deseaba uno que se arqueara como la trompa de un elefante-, si no podía iluminar la tarde con el velador aquel no quedaba otra que matarme... O dejar que entrara por la ventana una luz cenicienta que de todas formas desaparecería antes de hacerse la noche y ahí, oh, ahí sí que iba a ser difícil pasárselas... Tal vez no era tan importante la luz sino pasar a través, como un túnel que se cierra al final, como un hueco para atravesar una montaña que se desmorona. Pasar a través de ella y soportar su interior. 
   

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