05 junio, 2015

Acerca del jugador que se fue solo a la zona de vestuarios y no pudo ser hallado


 Fue como si se lo hubiese tragado la tierra. El partido había sido suspendido un rato antes por una situación de violencia de los hinchas locales contra los jugadores del equipo visitante. El estadio estaba colmado. No se dirigió, no, a la zona de vestuarios por haber sido expulsado, fue más bien como si aprovechase la confusión total que se vivía para escabullirse. Todos los jugadores de un equipo y de otro estaban en el campo de juego, mezclados con periodistas, fotógrafos, los árbitros y las autoridades del club y también las que organizaban el evento deportivo. Era una noche sin luna, un cielo azul-negro por donde se movían algunas nubes vaporosas. Iban cesando de a poco las voces ensordecedoras del estadio, la gente se daba cuenta, quizá, que como decían los periodistas, los violentos, unos pocos, una vez más habían ganado lo que hubiese podido ser una fiesta de todos. Por lo demás, cualquiera que no conociese el club podía perderse en la inmensa zona de los vestuarios. Además, no era lo mismo bajar por donde salía el local, por donde salía el visitante o por donde habían entrado los árbitros. Abajo todo estaba comunicado claro, como conductos que necesariamente respondían a una totalidad. Pero de todos modos los pasillos estaban mal iluminados y vacíos como cámaras ciegas de un hormiguero abandonado. Todo el personal de seguridad estaba cerca del campo de juego o en las calles. Las primeras búsquedas supusieron que el jugador se había sentido descompuesto había bajado solo, no conocía las inmediaciones por ser del equipo visitante, había pretendido llegar hasta los vestuarios donde él y sus compañeros tenían sus efectos personales. En ese intento se habría perdido, se habría sentido cada vez peor hasta desvanecerse y quedar encerrado en alguno de los innumerables cuartitos o dependencias de las zonas de vestuarios. Al no poder ser atendido en el momento y quedar allí aislado, pues ¿quién aquella noche del partido suspendido se iba a imaginar que nunca habría podido salir del estadio, de modo tal que habría muerto quizá sin ser del todo conciente de qué cosas poblaban la semioscuridad que lo rodeaba? Lo cierto es que nunca pudieron hallar el cuerpo, ni con perros, ni revisando todos los circuitos de cámaras existentes, ni aislando, de inmediato,todas las instalaciones. De hecho fue muy oportuno que por los incidentes ocurridos aquella noche el club estuvo clausurado casi veinte días. Los peritos intentaron hacer un trabajo de edición cirujana con los materiales que proporcionaron las cámaras de seguridad. Dado que no se había tratado en principio de un homicidio sino de una simple e incomprensible desaparición no se llevó a cabo ningún atentado contra las pruebas existentes como siempre ocurre en estos clubes. 
 Pero hubo una imagen que durante noches quedó congelada, fue diseccionada de mil maneras por los especialistas porque parecía proporcionar la clave para develar el misterio. Cuando no hay testigos, cuando no ha ocurrido nada sino simplemente un cuerpo que no aparece por ningún lado un objeto heterogéneo que no se sabe de dónde ha salido, por qué aparece allí, puede hacer creer a los investigadores que es la resolución final. En este caso una imagen borrosa de tonalidad verdosa dejaba ver la puerta de una pequeña dependencia destinada al personal auxiliar para guardar objetos de limpieza varios y una máquina aspiradora, se podía ver la puerta entreabierta y del lado de adentro como si hubiese una luz que parpadeara pálida, enfermiza... como una sala sucia de hospital pobre. Junto al marco de la puerta un destornillador caído y el mango del destornillador manchado con pintura roja ya seca. Y esa remera con el número dieciocho hecha un bollo también cerca de la puerta entreabierta y con el número medio chorreado de pintura roja. Exactamente como si alguien hubiese usado la remera para limpiar un objeto. Es que del metal la pintura fresca sale fácilmente si se la repasa con un paño, cualquier pintor lo sabe, y no hace falta serlo. Alguien había querido borrar el rastro de pintura del destornillador usando para tal fin la remera blanca, la dieciocho del jugador. Las preguntas y las conexiones surgieron como una especulación natural. Sin embargo nada de pruebas concluyentes. Noches enteras en oficinas de la policía científica, ya vacías, con apenas algún que otro guardia de sereno, las pantallas idénticas se multiplicaban como una insistencia inútil y prolija con esa imagen detenida. Ese verdor esa palidez de la luz escasísima mostrando el destornillador caído o la remera medio hecha un bollo contra un zócalo. Horas y horas mostrando el interrogante impotente y las respuestas vaya a saberse a dónde había que ir rejuntarlas como un material derramado, ya perdido, y que en pocas semanas se olvidaría como se olvida todo en las pantallas.               

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